15.

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—¿Ya estás arreglada? ¡Por Dios, que al paso de tortuga que vas, nos darán las campanadas en tu casa!

    Finalmente, el hijo de Alma se había puesto enfermo. Y a Laura le había surgido un imprevisto. Por lo que solo pudieron salir Eva y Clara. De igual manera, las chicas habían pedido hacer una videollamada en directo para tomarse las uvas, si es que Raúl, el pequeño de Alma se encontrara mejor. Y si Laura pudiera salir un momento a otra estancia para realizar la videollamada.

    Se había comprado ropa para este día. Después de otro nuevo fracaso, este último había sido pactado —menudo pacto con el demonio, y qué demonio—, seguiría con su plan de mandar a todos los listillos al infierno. «¿Cuánto tiempo vas a resistirte hasta el próximo cebo? Porque no dejas de caer una vez tras otra».

    Se puso el atuendo completo, además de la ropa interior que adquirió para estrenar, de color rojo, así como rezaba la tradición para la suerte, en ese tono en concreto, y la bisutería a juego. Además del bolso de imitación. Lo observó por un momento. ¡Estaba segura de que la madre de Alfonso llevaría uno de los buenos! ¿Dior, Versace, Louis Vuitton? Si es que le llegaba con lo que le quedara de herencia de sus padres, más su salario. «Vuelves a pensar en él». Se maldijo por ello, dándole tirones con rabia para cogerlo cuando se sentía tan enfadada con esta familia, al completo. Por poca razón que tuviera y se comportase de este modo infantil, cuando, desde los inicios, pactaron en que fuera todo puro teatro.

    Acabó de arreglarse. Se miró al espejo de cuerpo entero que había en el armario. Estaba bonita para salir a matar. «Te prohíbo que esta noche vayas de sicario». La rueda viciosa de iniciar otro cúmulo de problemas volvería a comenzar. Lo has pasado bien. Ha sido parte de una Navidad divertida. Y lo que te queda de diversión. Esta vez, que sea un poco más sana. Que no sea mal acompañada. ¿No crees? «¡Quizá, y no vaya a escarmentar!». ¡Pues no! Jamás iba a escarmentar.

    Llegó otro mensaje de Eva avisando que ya había llegado en taxi. Podrían beber cuanto quisieran si no iban a conducir. Una noche libre para ahogar las penas. Ella había vuelto a discutir con su marido por el tema de los niños. Y la cosa se había puesto algo fea. Juan era un tipo testarudo. Pero ella también. No dejaban de colisionar continuamente. Beberían hasta olvidar que, últimamente, la vida era un puñetero problema por cosas que tendrían que ser más fáciles y respetables. Prefería los problemas llevaderos del trabajo. De repente, le apetecía regresar a la escuela, y tener la cabeza ocupada. Sonó el timbre del telefonillo. Eva estaba abajo. Continuaba presionándola.

        —¿Vas a bajar ya, o qué? El taxímetro sigue corriendo.

        —¡Ya voy! Dame un minuto.

        —¡Te he dado demasiados, tía! ¡Venga, baja ya!

    —¡Que ya voy!

    —Buena chica.

    —Capulla —masculló casi para sí cuando ya no pudo oírla, moviéndose por casa como quien anda perdido con su rumbo, sin la mente demasiado clara.

    Cuando la vio aparecer, el rostro de Eva se iluminó.

    —¡Madre mía! Estás guapísima.

    —Tú también lo estás.

     —Pero venga, entra, entra —apremió Eva empujando a su amiga hacia el interior del vehículo—. De verdad que estás muy guapa —añadió emocionada.

    —Lo estaría aún más si me hubieras concedido diez minutos más.

   —¡No digas bobadas! Los chicos van a fijarse mucho en ti.

¡Maldito Romeo!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora