12.

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Clara sonrió observando a un Alfonso ensimismado. Tras un placer explosivo, llegó esa calma agradable que arrasa cada rincón del cuerpo. Se encontraban en la habitación de Alfonso. Ella había pasado la noche allí. Había pasado por casa un instante, y llevado lo justo.

    —Lo de noche fue surrealista. ¿En serio tu familia es así de rara? ¿O fue porque yo no les gusté? Y esa pomposidad en la mesa... —Torció los labios esbozando una risilla maliciosa—. ¡Estuve a punto de no tocar nada por si rompía algo sin querer!

    —Mi familia mola, ¿verdad?

    —Sobre todo, tu hermano —comentó con sarcasmo, agregando una mueca de espanto, llevándose la mano al pecho de manera teatral.

    —¡Menudo espabilado!

    —Su imaginación es patética.

    —Más vale que no le sigas el juego o te la lía. Estuve a punto de lanzarle mi puño cuando casi se te echó encima, en plan salido.

    —Yo misma estuve a punto de atizarle. De no haber estado tu familia delante, lo habría hecho. Te lo aseguro. Oye, en serio, ¿tan asquerosamente ricos sois?

    Alfonso sonrió avergonzado.

    —No tanto como la gente de alta alcurnia. Solo es que tienen buenos trabajos. Y un poco de herencia. Lo que pusieron en la mesa... bueno, mis abuelos, por parte de madre, sí tenían un buen capital. Mi madre es hija única y heredó todo su dinero. Y el piso en el que viven. En fin, se mantienen, más o menos.

    —Los imaginaba yendo a convenciones con gente famosa. A reuniones de esas pijas y tal.

    —De vez en cuando. Mi madre tiene amigos de esos. Y, bueno, mi padre, siendo director de un banco, ya puedes imaginarte su vida social. Van con gente... se puede decir que sí, sí son de lo más exagerados. Llamativos. Pomposos. Rimbombantes.

    —¿Y tú?

    —¿Yo qué?

    —Deberías estar asquerosamente forrado.

    —Mis abuelos pusieron dinero en las cuentas corrientes de Mateo, y en la mía, para nuestros estudios. Para gastarlo con cabeza. Al principio nos dio por derrochar, ya sabes, en nuestra edad inmadura. Y mis padres nos cortaron el grifo. Luego demostramos que podemos ser algo más adultos, y regresamos a poder usarlo. Claro está, con el aviso de que lo gastemos con cabeza. En el caso de no hacerlo, de quedarnos sin blanca, no les pidamos más.

    —Podrías tener un trabajo bien remunerado. Una vida espléndida. ¿Por qué trabajas como electricista?

    —Empecé en ello para tocarle las narices a mis padres. Me exigieron el modo de como programar mi futuro: trabajo, mujeres, vida. Obviamente dije que nanay. Aurora forma parte de uno de esos matrimonios de conveniencia. Bueno, todavía no llegamos al altar, y suerte de ello, porque, aunque al principio me molaba, después la situación se fue enrareciendo. Y ni te digo cuando conoció al «Borjamari».

    —¿En serio el tío se llamaba así?

    Alfonso soltó una risotada.

     —¡No! Por supuesto que no. Se llamaba Pelayo. Y tenía mucho más dinero que yo. Le pareció mejor que yo. En fin. A cada perro con su hueso. Y la mandé a tomar por culo. ¡Qué remedio! Aunque a mi madre no le pareció bien que hiciera eso. Pues qué quería, ¿que hiciéramos un trío? ¡De eso nada! —Le colocó un mechón perdido detrás de la oreja, con un gesto relajado y amoroso—. Durante mi tiempo universitario conocí a muchas chicas. La mayoría se enamoraban de mí, por lo que representaba socialmente. Los cotilleos corren por cualquier rincón. «Radio patio». Me lo pasé bien. No lo niego. Pero no tuve nada serio porque me veían como una oportunidad. Y yo no soy el consolador de nadie. Aunque el sexo fuera divertido igualmente.

¡Maldito Romeo!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora