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Habían quedado para celebrar. Alfonso y sus amigos querían festejar la entrada al año nuevo, juntos. Pero, finalmente, Carlos no iba a estar. Él quería aprovechar las cenas de cotillón para ganar un dinero extra, y sacar adelante el restaurante. La vida del autónomo no es nada fácil, había alegado. Era cierto. Se esforzaba mucho para sacar su negocio adelante en tiempos difíciles. Tampoco estaría Lucas. La madre de Trinidad se había puesto mala y la pasarían cuidando de ella, en su casa.

   Así que solo quedaron Alfonso, David y Julián como el grupo reducido que se reunirían para la cena, y lo que se viniera detrás.

    Comenzaron cenando en un restaurante, en la Latina. Luego cogieron un taxi y se desplazaron hasta la Puerta del Sol, donde se tomaron las uvas. Brindaron, celebraron, bailaron bajo el efecto bomba que tenía el alcohol en sangre subiendo de cantidad. Terminaron en unos bares de copas, por Chueca, y ya se establecieron allí para pasar la noche.

    Conocieron a unas chicas. La más rubia terminó tirándole los trastos a Alfonso y este, bajo la influencia de aquellos fuertes brebajes, terminó besándola en uno de los reservados. La besó. Pero la besó imaginando que era Clara. Cerrando los ojos y haciendo un gigantesco esfuerzo por imaginarla con nitidez debajo de su cuerpo. Sentir que aquellas manos que recorrían su cuerpo eran los de ella. Aquellos labios, aquellas curvas, aquellos pechos... Hasta que algún tipo de alarma sonó en su cabeza recordándole que estaba tan borracho que se estaba tirando a otra. Y no le apetecía nada.

   —¿Qué pasa? —quiso saber la rubia cuando se retiró, poniéndose en pie, arreglándose el desorden de ropa.

   —Es que... —condenado alcohol le producía que le costase idear—. Tengo que ir al baño.

   —Ah. No te preocupes. Te espero.

   —No. Es que...

   —¡Lo sé! No te preocupes. Te espero.

   ¿Esperarle? ¡Ni de coña!

   De camino al baño, porque sí que necesitaba desaguar, se tropezó con David, que iba hacia la barra en busca de una botella de agua fresca que contrarrestase en poco el subidón de alcohol. A Julián ya lo habían perdido por completo.

   —¿Dónde vas, tío? ¿No estabas con la rubia?

   Con decisión, agarró a su amigo por los hombros y confesó.

   —Tío, estoy enfermo.

   —¡No me jodas que te has puesto malo esta noche! Estas cosas solo te ocurren a ti.

   —¡No! No. No me refiero a eso. Me refiero a... me refiero a que sí estoy pillado por ella.

   —¿Por quién? ¿De quién hablas?

   —De Clara. ¿La recuerdas? —Tragó saliva con fuerza—. ¡De Clara, joder! Estoy demasiado pillado por ella —reconoció, en un gesto contrito, aun con el alcohol enturbiando su mente.

   —¡Joder, tío! Lo sabía. Tienes que llamarla.

   Negó.

   —La cagué, tío. La cagué. Y bien. Dudo que quiera regresar conmigo —soltó en un tono lastimero, enredándose con su lengua, sintiéndose flotar. Se había pasado un poquito con la bebida.

   —David le puso una mano sobre el hombro. Bueno, lo intentó por tres veces, y a la tercera fue la vencida, porque se veía fatal con la melopea.

   —Tío, estamos borrachos. Igual, mañana se te... se te pasa la tontería.

   Este negó, chasqueando la lengua un poco torpe.

   —Sé que es ver... verdad. Y, joder... —se llevó la mano a la frente—. Joder, creo que estoy más hecho una mierda que nunca.

   David blanqueó los ojos.

   —¡Qué mierda! Me acabas de estropear la noche. —Tiró de él hacia la salida del local—. Mejor nos vamos a casa, antes de que te pongas a llo... llorar como un crío en mitad de la calle, y montes un núm... número.

   —¿Y Julián?

   David negó.

   —Ha tenido más suerte que tú, y que yo, que ya no me puedo... puedo quedar con la peli... pelirroja.

   Alfonso sacudió la mano frente a él.

   —Quédate. Me voy... solo.

   —¿Y que te sub... subas al coche equivocado? ¡Y una mier... mierda! Que somos colegas.

   Alfonso lo abrazó, llorando.

   —Eres un tío genial —palmeó su espalda, sollozando.

   David lo apartó.

   —«Tate quieto», no me arrepien... ta —bromeó, con un guiño de fastidio.

   Con mucho esfuerzo, fueron capaces de llegar a casa de Alfonso. Finalmente, David se quedó con él, porque fue quien, de los dos, acertó con el número del portón, a pesar de la vista borrosa, y atinar la llave en el cerrojo. David se quedó tirado en el sofá, tapándose con la manta gruesa que Alfonso tenía sobre él para estos días de invierno fríos. Él había ido directo a la cama, y se había enrollado cual gusano de seda, entre las mantas. De repente, le había entrado un frío intenso. Y tiritó. Frío... ese mismo frío que sentía con la ausencia de aquella mujer que intentó recordar esa misma noche, en brazos de otra. ¡Menuda equivocación!

 ¡Menuda equivocación!

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¡Maldito Romeo!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora