Mestiza

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A veces estaba al borde de la conciencia y escuchaba voces que susurraban a su alrededor.

— ¿Estás segura de que se pondrá bien? — una voz grave, masculina, ansiosa; la voz de su padre.

— Estoy segura, solo está en medio de su metamorfosis — una voz más suave, femenina y autoritaria; desconocida—. Prueba a darle un poco de agua, no es bueno que se deshidrate.

Hubo una pausa y notó un líquido frío contra sus labios que bebió con fruición.

— ¿Cuándo despertará?

— Cuando esté lista y haya terminado su proceso de transformación, Tynan.

— Me dijiste que esto no pasaría nunca, que jamás sería una de vosotros.

— Bien, supongo que me equivoqué — un suspiro de impaciencia —. Sus genes de Etérea son más fuertes de lo que pensaba — una pausa—. Sabes que tendremos que llevárnosla de aquí...

Las voces se desdibujaban cuando llegaba la inconsciencia, como la pintura de una acuarela.

Otras veces se hundía en lo más profundo de su mente y, entonces, soñaba. En sus sueños aparecía Broc llamándola, tendiéndole la mano, mientras un anillo de fuego la rodeaba, impidiéndole acercarse. También aparecía su padre, sucio y cansado de trabajar en la mina, que le decía que era una decepción. En una ocasión aparecía el duque Rayel preguntándole que demonios era ella, y ella no sabía que contestar porque no sabía lo que era en realidad. La fiebre la hacía delirar. Cuando venía la oscuridad y se la tragaba, Ennur se dejaba arrastrar agradecida.

La luz del sol, colándose por la ventana, la despertó. Por unos instantes se quedó inmóvil en la cama, boca abajo, sin acordarse del dolor. Sentía un peso extraño en la espalda, como si alguien le hubiera puesto una manta ligera que le llegaba solo hasta las pantorrillas. Las sábanas estaban húmedas de sudor y el fino camisón se le pegaba a la piel de un modo desagradable.

Rodó hacia un lado para levantarse y notó un agudo dolor bajo su peso, que irradiaba desde su omóplato derecho hasta la punta de una extremidad, que no era ni un brazo ni una pierna. Se giró rápidamente hacia el otro lado, quedando de nuevo de bruces e inclinó la cabeza para mirarse por encima del hombro, apoyando las manos en el colchón. Lo que vio la dejo sin aliento: de la espalda rasgada de su camisón nacían unas enormes alas transparentes que se agitaron al estremecerse.

Las sentía como parte suya, como dos miembros más. Probó a mover una de ellas y esta se extendió a su costado, tirando al suelo un vaso que había en su mesilla de noche, junto a una jarra de cerámica. El vaso cayó sobre la alfombra, derramando su contenido, pero no se rompió, rodó hacia un lado y se quedó quieto.

Ennur dobló el ala de nuevo a su espalda y esta obedeció con un sonido sordo. La muchacha alzó ambas alas un poco y se giró de nuevo para volver a intentar levantarse. Esta vez consiguió sentarse sin atrapar ninguna de las alas bajo su cuerpo y las dejo estiradas sobre la cama, en una posición algo forzada pero no incomoda. Las alas eran increíblemente flexibles.

Se notaba débil y sentía la garganta seca, como papel de lija. El estómago le rugía y estaba mareada; necesitaba comer y beber algo. No sabía cuanto tiempo había estado inconsciente. Se inclinó para recoger el vaso del suelo y lo llenó con el agua que había en la jarra sobre la mesita. Después se bebió el contenido de golpe. Volvió a llenar el vaso y repitió el proceso.

Una vez saciada su sed, asentó bien los pies descalzos en el suelo y se levantó despacio. Las alas la acompañaron deslizándose por encima de la cama y cayendo, finalmente, a su espalda, donde se acomodaron con un siseo como si siempre hubieran estado ahí.

Hija de la tierra y el aire #ONC 2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora