Las clases

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Ennur esperó en su habitación a que llegara la hora de comer. Se había agenciado de un libro, sobre las tradiciones en la corte, de las estanterías del gran salón y lo hojeaba distraída pensando en todo lo que había ido sucediendo desde que le salieron alas. Su vida había dado un vuelco tan grande que se sentía como si su existencia anterior le perteneciera a otra persona. Quería ir al mercado a ver a Broc, pero se temía que no iba a poder a causa de sus nuevas obligaciones. Aun así, intentaría convencer a Rayel de ir.

Cuando llegó la hora del almuerzo Tusca llamó con los nudillos en su puerta y entró.

— Ya es tiempo, Princesa. Ya está todo preparado para empezar.

Ennur se levantó del sillón color crema que había junto a la cristalera y dejó el libro encima del asiento antes de seguir a la doncella fuera. La mesa estaba preparada para dos comensales. Un mantel de lino blanco cubría toda la superficie de madera y sobre él habían platos, cubiertos, servilletas y copas. Varias bandejas llenas de comida esperaban un poco apartadas. Un arreglo floral de rosas blancas presidia la mesa desde su centro, cerca de la jarra del agua. Contra la cristalera esperaban dos sirvientes mestizos, vestidos con el ya conocido uniforme negro y dorado, sosteniendo unas botellas de vino. Tusca la dejó en la sala y salió, discretamente, de la estancia.

El duque Rayel entró en ese justo momento, desde sus aposentos, y le dedicó una sonrisa ladeada a la muchacha. Hizo una reverencia al llegar junto a la mesa y se colocó detrás de la silla de la cabecera.

— Princesa, si me permites — dijo retirando la silla para Ennur.

— Gracias — murmuró ella, cohibida.

La joven se acercó, incómoda por tanta formalidad, y tomó asiento apartando las alas a los lados mientras el duque acercaba la silla a sus muslos. Una vez sentada, Rayel tomó asiento a su derecha, desdobló la servilleta que estaba a la izquierda del plato y se la colocó en el regazo. Ennur lo imitó. Miró todos los platos y cubiertos que tenía enfrente, sin atreverse a tocar nada y esperó a las instrucciones del duque. Mientras los sirvientes se acercaron y llenaron dos de las cuatro copas: la que estaba más cerca de los platos con vino blanco y la que estaba al lado con agua. Inmediatamente después de dejar las botellas sobre la mesa, empezaron a servir una sopa de marisco en los platos hondos que quedaban más arriba. Finalmente los sirvientes se acercaron con unas pinzas y colocaron unos panecillos en el platito minúsculo que había arriba a la izquierda del servicio.

Como el duque la observaba sin decir nada, Ennur miró sus cubiertos y cogió la cuchara, que estaba a su derecha. El duque esbozó una sonrisa divertida e imitó el gesto. Ambos empezaron a comer. Ennur se inclinó hacia delante para sorber de su cuchara y el duque carraspeó, haciendo que levantara la mirada con el cubierto a unos milímetros de los labios.

— Princesa, tienes que mantenerte erguida. Es la cuchara la que debe ir a la boca y no la boca a la cuchara — la regaño—. Además los codos no deben apoyarse en la mesa.

Ennur, avergonzada, se puso recta, adoptando la postura indicada. Comió su sopa con delicadeza, llevándose la cuchara a los labios sin decir ni una palabra. Rayel asintió satisfecho y continuó con su propia comida.

Cuando ambos terminaron, los criados retiraron los platos, dejándolos en una mesita auxiliar con ruedas que tenían detrás. Acto seguido sirvieron el pescado. Ennur volvió a mirar sus cubiertos y, esta vez, tomó el tenedor y el cuchillo romo que quedaban más apartados del plato. Rayel hizo exactamente lo mismo y la observó complacido.

— Veo que ayer prestaste atención — comentó Rayel, cortando un trozo de rape—. Siempre debes empezar con los cubiertos de afuera hacia dentro.

Ennur asintió mientras masticaba, atreviéndose a alzar la mirada de su plato y enfrentarse a los intensos ojos azules de su acompañante. Después de tragar se decidió a hablar.

Hija de la tierra y el aire #ONC 2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora