Confidencias

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Ennur se despertó cuando alguien llamó a su puerta. Por un momento no supo donde estaba, la cama era tan grande que parecía engullirla entera. Estaba boca abajo agarrada a una enorme almohada con las alas desplegadas tras ella. Las sábanas de hilo yacían enredadas entre sus pies. El dosel a su alrededor parecía protegerla del mundo exterior como si fuera una crisálida. Se giró con cuidado de no atrapar sus alas bajo el cuerpo y, tras recolocarlas, se incorporó sobre los mullidos cojines.

— ¡Adelante! — su voz sonaba ronca debido al sueño.

— Con permiso, Alteza — Tusca apareció en el marco de la puerta, cargada con una bandeja—. Le traigo el desayuno.

— Buenos días, Tusca — dijo Ennur frotándose los ojos y mirando a la otra joven.

— Buenos días, Alteza.

La doncella se acercó a la cama, dejó la bandeja en la mesita que había al lado y apartó con una mano la suave gasa que la rodeaba. Ennur observó a la otra chica mientras esta revoloteaba a su alrededor, arreglando los cojines tras su espalda antes de ponerle la bandeja sobre las piernas.

— Será mejor que coma, Alteza. La reina, ha ordenado que le tomen medidas para hacerle todo un vestuario. La modista subirá en una hora — le puso la bandeja sobre los muslos —. Mientras, le tengo preparado uno de los viejos vestidos del guardarropa de su majestad. Voy a buscarlo — Tusca se dirigió hacia la puerta con paso decidido y cerró tras ella.

Ennur, aturdida, miró la bandeja que tenía sobre sus piernas y su estómago rugió de hambre. En ella había pan, mantequilla, huevos revueltos, zumo de naranja y dos porciones de bizcocho. Unos cubiertos de plata reposaban junto al plato, envueltos en una servilleta de hilo. Ennur tomó el cuchillo y empezó a untar mantequilla en uno de los panecillos. Cuando lo mordió le supo a ambrosía. Estaba dando cuenta del último de los bizcochos cuando Tusca volvió a entrar, cargando con un vestido largo de color blanco y dorado. Ennur tragó y se limpió las migas de la comisura de la boca con la servilleta.

— Me alegra que tenga buen apetito esta mañana, alteza. Anoche no quiso cenar nada. Estaba preocupada por vos. — Tusca estiró el vestido a los pies de la cama y lo observó con los brazos en jarras—. Creo que le ira un poco justo, pero servirá. Voy a por sus zapatos.

Ennur asintió y tomó un trago de jugo de naranja. Se moría de ganas de levantarse e ir ella misma a por los zapatos. No estaba acostumbrada a que nadie hiciera las cosas por ella y se sentía inútil ahí en la cama, comiendo, mientras la doncella iba de un lado para otro trayéndole cosas. Tusca desapareció por la puerta de nuevo y Ennur apartó la bandeja, dejándola sobre el otro lado de la cama, antes de ponerse en pie.

Se acercó al vestido y, tomándolo en sus manos, lo alzó para verlo mejor. Visto de cerca era aun más bonito. Hecho de seda color marfil, caía con gracia desde un corpiño ajustado a la cintura, con un escote en forma de corazón. La espalda quedaba libre para que las alas no se vieran entorpecidas y tenía ribetes y bordados hechos con hilo dorado en la cintura y las amplias mangas. El cuello era una banda dorada que se ajustaba con dos botones de oro en la parte de la nuca. Nunca había llevado nada tan hermoso.

Volvió a dejar el vestido tendido sobre la cama, con cuidado, justo cuando Tusca entraba de nuevo con unas zapatillas de color marfil y lazos dorados. Ennur se llevó las manos a la espalda, como si hubiera estando haciendo algo que no debía y se apartó de la cama. La doncella la miró con curiosidad.

— ¿No es de su agrado, Alteza? — preguntó Tusca con aire preocupado.

— No, no, en absoluto. Quiero decir... ¡es perfecto! — Ennur se sonrojó violentamente, llevándose la mano al colgante en forma de lágrima—. Es solo que nunca he llevado nada tan hermoso — terminó con un murmullo.

Hija de la tierra y el aire #ONC 2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora