CARLOS
Las semanas se convirtieron en meses. Checo y Max se turnaban para cuidarme, asegurándose de que no estuviera solo. Pero la soledad era mi única compañía constante. Cada rincón de mi apartamento, cada objeto, me recordaba a ti. Tus libros aún estaban en la estantería, tu taza favorita en la cocina. Pero tú no estabas. Y cada día que pasaba, el dolor se volvía más intenso, más insoportable.
Una noche, mientras miraba por la ventana, vi a una pareja caminando por la nieve. Se abrazaban, reían, completamente ajenos a mi sufrimiento. Fue entonces cuando entendí que la
vida seguía adelante, sin importar cuánto doliera. Pero yo estaba atrapado, congelado en el tiempo, incapaz de seguir adelante sin ti.
Atormentado por tu recuerdo, tu ausencia.Envuelto entre la culpa por tu muerte.
La noche en que finalmente toqué fondo fue la peor de todas. Había estado nevando durante horas, y el mundo exterior estaba cubierto de un manto blanco y silencioso. Me senté en el suelo de la sala, rodeado de fotos tuyas. Mis lágrimas cayeron sobre las imágenes, emborronando tus sonrisas. El dolor era insoportable, una tormenta dentro de mí que no podía calmar. Y entonces, una vez más, busqué la cuchilla, mi única aliada en este infierno personal.
Checo me encontró así, una vez más. Pero esta vez, no había reproches en sus ojos, solo una tristeza profunda y resignada. Me abrazó, sosteniéndome mientras lloraba, su propia voz quebrada por la emoción.
—Carlos, por favor, no te rindas. Necesitas encontrar una manera de seguir adelante, por ti mismo, no por nadie más.
Pero no sabía cómo hacerlo. No sabía cómo vivir sin ti. Y esa noche, mientras Checo me arrullaba como solías hacerlo tú, entendí que mi vida nunca volvería a ser la misma. Había perdido la única cosa que realmente importaba, y nada podría llenar ese vacío.
El tiempo ha pasado desde entonces, pero el dolor sigue ahí, una herida que nunca sana. He aprendido a vivir con él, a aceptar que algunas cicatrices nunca desaparecen. Pero cada vez que veo la nieve caer, cada vez que escucho una risa lejana, mi corazón se rompe un poco más. Y sigo adelante, día tras día, con la esperanza de que algún día, en algún lugar, pueda encontrar la paz que tanto anhelo. Pero hasta entonces, vivo con tu recuerdo, y con el dolor de saber que todo esto fue mi culpa.
Los días pasaron como un borrón de luces y sombras. Cada amanecer era una lucha por encontrar una razón para levantarme de la cama, para enfrentar un nuevo día sin ti. Checo y Max nunca me dejaron solo, sus intentos constantes de levantarme el ánimo y distraerme eran conmovedores, pero en el fondo de mi corazón, sabía que no podían llenar el vacío que habías dejado.
Me llevaron a ver a un terapeuta. El doctor Martínez era amable y paciente, pero cada sesión se sentía como una autopsia de mi alma. Me hacía preguntas difíciles, me obligaba a enfrentar la realidad de mi pérdida y mi culpa. Había días en que no podía soportarlo y salía corriendo del consultorio, con el corazón latiendo furiosamente en mi pecho. Checo siempre estaba esperando fuera, listo para sostenerme, para llevarme de vuelta a casa y asegurarse de que no estuviera solo.
Una tarde de invierno, mientras la nieve caía suavemente, me senté frente al terapeuta y dejé que las palabras fluyeran. Hablé de ti, de nuestros buenos momentos, de los sueños que habíamos compartido. Hablé de la noche en que te fuiste. Las lágrimas rodaban por mis mejillas mientras hablaba, y el doctor Martínez escuchaba en silencio, con una expresión de profunda compasión.
—Carlos, —dijo suavemente cuando terminé—, necesitas perdonarte a ti mismo. No puedes seguir castigándote por siempre. Lando se ha ido, pero eso no significa que tu vida tenga que terminar aquí. Hay un camino hacia la sanación, pero primero debes permitirte caminar por él.
Sus palabras resonaron en mi mente durante días. ¿Perdonarme? ¿Cómo podría? Había sido mi culpa que murieras, Había sido yo el que te había dicho que fueras y que te estaría esperando hasta que volvieras. Pero al mismo tiempo, sabía que tenía razón. No podía seguir viviendo en este ciclo de autodestrucción. Tenía que encontrar una manera de seguir adelante, por mí y por la memoria de lo que habíamos compartido.
Una noche, mientras miraba por la ventana la nevada que cubría las calles de Holanda, algo dentro de mí cambió. Recordé una conversación que habíamos tenido, una noche tranquila bajo las estrellas. Hablábamos de sueños y aspiraciones, de lo que queríamos hacer con nuestras vidas. Lando había hablado de sus planes, de los lugares que quería visitar, las cosas que quería lograr. Y en ese momento, entendí que tenía que honrar su memoria viviendo, no muriendo.
Comencé a escribir, a poner en papel todos los sentimientos y recuerdos que tenía. Las palabras fluyeron como un torrente, y en ellas encontré una especie de liberación. Era como si, al escribir, pudiera liberar parte del dolor que me consumía. Checo y Max leyeron lo que escribía, me animaron a seguir. Me dijeron que era hermoso, que debía compartirlo con el mundo. Pero para mí, era simplemente una forma de encontrar paz, de lidiar con la tormenta interna.
Decidí viajar. Quería ver los lugares de los que habíamos hablado, sentir que estaba cumpliendo algunos de los sueños que habíamos compartido. Checo y Max me apoyaron, aunque estaban preocupados por dejarme solo. Pero les aseguré que esto era algo que necesitaba hacer, que era parte de mi camino hacia la sanación.
Mi primer destino fue Japón, un lugar que Lando siempre había querido visitar. Caminé por las calles de Tokio, exploré templos antiguos, me perdí en la belleza serena de los jardines zen. Cada lugar que visitaba, cada cosa que veía, sentía que estaba compartiéndola con él. Era como si su espíritu estuviera a mi lado, guiándome, dándome fuerzas para seguir.
De Japón fui a Italia, donde paseé por las calles de Roma y me dejé maravillar por la majestuosidad del Coliseo. Recordé cómo habíamos soñado con recorrer Europa juntos, y aunque el dolor seguía ahí, también sentía una extraña sensación de paz. Estaba viviendo los sueños que habíamos compartido, estaba honrando su memoria de la mejor manera que sabía.
Los meses pasaron, y con ellos, el dolor comenzó a transformarse. Ya no era una herida abierta, sino una cicatriz que siempre estaría ahí, pero que podía soportar. Aprendí a vivir con la ausencia, a encontrar belleza en los recuerdos y a seguir adelante. Volví a Holanda, sintiéndome más fuerte, más en paz conmigo mismo.
Checo y Max me recibieron con los brazos abiertos. Habían estado preocupados, pero al verme, supieron que había encontrado algo de paz. Me abrazaron, me dieron la bienvenida a casa. Y en ese momento, supe que había dado el primer paso en el largo camino hacia la sanación.
La vida no volvió a ser la misma, nunca podría serlo. Pero aprendí a vivir con la ausencia, a encontrar luz en los recuerdos y a seguir adelante. Me di cuenta de que, aunque Lando se había ido, su espíritu vivía en mí, en mis sueños, en mis acciones. Y en esa verdad, encontré la fuerza para seguir adelante, para vivir por ambos, honrando su memoria en cada paso que daba.
Cada invierno, cuando la nieve comenzaba a caer, me sentaba junto a la ventana y recordaba. Permitía que las lágrimas fluyeran, permitía sentir el dolor y la pérdida. Pero también permitía que el amor y los recuerdos me llenaran de calidez. Porque, al final, eso era lo que realmente importaba. Habíamos compartido algo hermoso, algo que el tiempo y la distancia no podían borrar.
Y así, con el paso del tiempo, aprendí a vivir con la cicatriz, a aceptar el dolor como parte de mí. Y en cada amanecer, encontraba una nueva razón para levantarme, para seguir adelante. Porque sabía que, dondequiera que estuviera, Lando quería que viviera, que fuera feliz. Y aunque el camino era largo y a veces difícil, estaba decidido a honrar su deseo, a vivir una vida que valiera la pena.
AG✨
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𝐒𝐭𝐫𝐨𝐧𝐠 |𝓒𝓪𝓻𝓵𝓪𝓷𝓭𝓸|
Hayran KurguEn esta casa no existen fantasmas, son puros recuerdos Son mil sentimientos De lo que vivimos cuando tú estabas aquí