Emma
Después de salir de la universidad, voy directo a la cafetería. Aunque mi turno no comienza hasta dentro de una hora, prefiero llegar temprano; así podré mantenerme ocupada y evitar pensar en lo sola que me siento. A veces, el silencio y la soledad son demasiado para mí, y ocuparme en el trabajo ayuda a que el tiempo pase un poco más rápido.
—Emma, cariño, ¿qué haces aquí? Todavía no es tu turno —me pregunta Rous, la dueña del café, con una sonrisa cariñosa.
—Solo quiero despejar mi mente. Puedo empezar desde ahora, si no te molesta —respondo, tratando de sonar casual.
Rous me mira con esos ojos que parecen leerme a profundidad, como si supiera exactamente lo que pasa por mi cabeza. Finalmente asiente, sonriendo.
—Está bien, pero te irás una hora antes de que termine tu turno, ¿vale? —dice con tono firme.
Asiento agradecida y me dirijo hacia los casilleros donde los empleados dejamos nuestras cosas. Me pongo el delantal y, respirando hondo, me preparo para enfrentar las próximas horas.
Horas después...
El turno casi ha terminado; solo me quedan 30 minutos. La campanilla de la puerta suena, anunciando que alguien ha entrado. Levanto la mirada y me encuentro con un chico de cabello negro y ojos grises que suele venir seguido, aunque nadie conoce su nombre. Su mirada es intensa, y esos ojos grises parecen oscurecerse cada vez que los observo. Hay algo en él que es atractivo, misterioso. Podría quedarme mirándolo y perderme en esos ojos, pero mi orgullo no me permite flaquear.
—¿Qué desea? —le pregunto, intentando sonar profesional.
—Un capuchino, por favor —responde con una voz profunda, perfecta, que hace que mi corazón dé un vuelco.
Dios, necesito un novio urgente; creo que me estoy volviendo loca. Trato de mantener la compostura y le sugiero si desea acompañar su bebida con un pastel.
—El de dulce de leche es muy rico, por si le interesa —le ofrezco, tratando de sonar amable y profesional.
—Entonces quiero ese —responde, asintiendo ligeramente.
—Espere un momento. Si quiere, puedo llevárselo a la mesa —le digo, mientras él se sienta en el taburete justo frente al mostrador, de donde yo estoy.
Voy a la cocina y doy la orden: un capuchino y un trozo de pastel de dulce de leche. En unos minutos, preparo la bandeja y regreso al mostrador, donde él me espera en silencio.
—Aquí tiene —le digo, colocando su orden frente a él.
El chico me observa y luego empieza a comer. Por alguna razón, no puedo apartar la vista de él; hay algo hipnótico en la manera en que mantiene la calma y se enfoca en cada bocado. Me resulta imposible evitar el nerviosismo de tenerlo frente a mí, pero intento concentrarme en la tarea.
Miro mi reloj y noto que mi turno finalmente ha terminado. Hora de ir a casa. Voy a la parte de atrás, donde están los casilleros, tomo mis cosas y salgo de la cafetería con alivio. Estoy agotada, pero al menos el trabajo me mantuvo distraída.
Más tarde...
Estoy a unas pocas cuadras de mi departamento cuando noto a un grupo de hombres en la calle. No son ni siquiera las ocho, y ya están merodeando, lo que me pone nerviosa. La calle está vacía y solo algunos autos pasan de vez en cuando. Acelero el paso, pero pronto escucho que uno de ellos se dirige a mí.
—Pero, ¿qué tenemos aquí? Una preciosa muñequita —dice uno de los tipos con una sonrisa desagradable.
Intento pasar de largo, ignorándolos, pero uno de ellos me agarra de la muñeca, impidiéndome avanzar.
—¿A dónde vas, preciosa? Todavía no hemos terminado —me dice con una mirada burlona.
Le doy un tirón para soltarme de su agarre, manteniéndome firme.
—Respete, señor. Podría ser su hija —digo, intentando sonar decidida, aunque siento el miedo creciendo dentro de mí.
—Pero no lo eres —responde otro de los hombres, y sin darme tiempo a reaccionar, uno de ellos me da la vuelta y me tapa la boca, impidiéndome gritar por ayuda.
Mi corazón late con fuerza, y la desesperación me invade. Intento patalear, morder su mano, hacer cualquier cosa que me libere, pero parece inútil. Tal vez hoy sea el día en que mi suerte finalmente me abandone, pienso con horror.
De repente, un auto se detiene cerca de nosotros. Un grupo de hombres baja rápidamente del vehículo, y antes de que me dé cuenta, los atacantes sueltan su agarre y salen corriendo. Estoy a punto de caer al suelo, demasiado débil y temblorosa para mantenerme en pie. Justo en ese momento, unos brazos fuertes me sostienen, evitando que me desplome.
Levanto la mirada, y ahí está el chico de la cafetería. Me mira con preocupación, y siento que el mundo a mi alrededor se desvanece. La tensión y el miedo me han agotado completamente, y no puedo resistirlo más. Me entrego al alivio y al cansancio, y todo se vuelve negro.
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Nos leemos prontito byeВаш писатель
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Mafia con sabor a café
RomanceDonde ella entró ha su mundo de mafia y ellos a su mundo de café