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Laurent observaba a través de la ventanilla del jet privado mientras las luces de la pista del aeropuerto desaparecían bajo el fuselaje. El suave ronroneo de los motores llenaba la cabina, pero su mente estaba lejos de allí, calculando cada paso que debía dar. A su derecha, Emma permanecía en silencio, encadenada a su asiento, mirando fijamente al horizonte. Su rostro estaba inexpresivo, pero Laurent sabía que el dolor estaba ahí, latente, justo donde él lo quería.
Se giró hacia ella con una sonrisa calculada.
—Francia será un cambio agradable para ti, ¿no crees? —dijo, con ese tono suave y venenoso que tanto le gustaba usar.
Emma no respondió. Apenas pestañeó. Era como si sus palabras rebotaran contra una pared de piedra. Laurent lo permitió; sabía que el silencio era una etapa necesaria.
—No te preocupes, querida. París tiene una manera de curar todas las heridas. Incluso las que parecen imposibles. —Su sonrisa se ensanchó, pero su mirada se desvió un instante hacia su reloj.
Ellos están vivos.
No era una suposición. Era un hecho. Había recibido la confirmación apenas una hora antes de despegar: Saska y Axel habían sobrevivido a la explosión. No solo eso, sino que ya estaban en movimiento, probablemente intentando localizarlo. Laurent había sonreído al recibir la noticia. Todo iba exactamente según su plan.
Dejó la copa de vino que había estado sosteniendo en la mesita junto a él y cruzó las piernas, estudiando a Emma como si fuera una pieza de arte rota.
—Sabes, pensé que gritarías, que me atacarías incluso, cuando te lo dije. —Hizo un gesto casual con la mano—. Que Saska y Axel están muertos. Pero no lo hiciste. Eres más fuerte de lo que esperaba, Emma.
Por primera vez, ella lo miró directamente. Sus ojos estaban apagados, pero había algo en ellos que todavía resistía, algo que Laurent encontraba fascinante.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó, su voz baja pero firme.
Laurent se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas.
—Quiero que entiendas. Todo lo que he hecho ha sido por ti. Saska y Axel te habrían llevado a la ruina, te habrían arrastrado con ellos en su absurda cruzada. Yo, en cambio, te ofrezco algo mucho mejor. Seguridad. Poder. Una nueva vida lejos de ese caos.
Emma apretó los labios, negando con la cabeza.
—Eres un enfermo, Laurent.
Él soltó una carcajada, un sonido bajo y sin alegría.
—¿Y qué si lo soy? ¿Quiénes crees que ganan en este mundo, Emma? ¿Los héroes? No. Los héroes mueren, como tus queridos Saska y Axel. Los que sobrevivimos somos los que estamos dispuestos a ensuciarnos las manos.
Se recostó en el asiento, con la mirada fija en ella.
—Y tú eres mucho más como yo de lo que estás dispuesta a admitir.
Emma apartó la vista, pero Laurent sabía que había tocado un nervio.
Mientras el jet cruzaba el Atlántico, Laurent sacó su teléfono y revisó los mensajes de Serge. Había actualizado las posiciones de Saska y Axel: estaban siguiendo una pista falsa hacia el norte, lejos de París. Eso le daba tiempo. Tiempo para terminar de quebrar a Emma. Tiempo para preparar la trampa perfecta.
Una leve sonrisa curvó sus labios.
—Déjalos correr, Serge —escribió en un mensaje rápido—. Cuanto más se acerquen, más difícil será para ellos escapar.
Apagó la pantalla del teléfono y volvió su atención a Emma. Ella seguía mirando por la ventana, ajena al hecho de que Saska y Axel estaban vivos.
Laurent disfrutaba el juego. Cada movimiento estaba diseñado para llevarlo a la victoria final. Y mientras el avión continuaba su curso hacia Francia, él solo podía pensar en una cosa: cómo asegurarse de que, esta vez, el final fuera definitivo.
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𝕹𝖔𝖘 𝖑𝖊𝖊𝖒𝖔𝖘 𝖕𝖗𝖔𝖓𝖙𝖎𝖙𝖔 𝖇𝖞𝖊
Ваш писатель
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Mafia con sabor a café
RomanceDonde ella entró ha su mundo de mafia y ellos a su mundo de café