Capítulo 11

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Una buena manera de terminar el día es con un baño caliente, ¿no?

El olor a frutos rojos inunda el baño a pesar de que hace una hora me he bañado. Apago el difusor y mis rizos caen por mi espalda completamente secos. Tomo un poco de mi aceite de argán en mis manos y luego las paso por el largo de mi cabello para romper la capa dura que deja el gel. Sonrío al reflejo de mí en el espejo a terminar la dura labor.

Tener cabello rizado es una bendición y una maldición.

Salgo del baño apagando la luz en el proceso. La habitación está a oscuras, pero la luz de la luna se cuela por las persianas haciendo que logre ver un poco hasta llegar a la cama. Sebastián ve una serie en su teléfono que se ha descargado antes de venir, pero apenas me recuesto a su lado, apaga el móvil y se gira hacia mí.

Me mira por lo que me parecen horas y hasta que le sonrío nerviosa por su fija mirada, él reacciona.

─ Creo que nunca me cansaré de decirte que amo tus rizos ─ toma uno de ellos entre sus dedos y lo acaricia suavemente. Si otra persona me tocase el cabello estaría pidiéndole con amabilidad que no lo haga, pero como se trata de él, no puedo negarme ─. Recuerdo en nuestra primera cita que llevabas el cabello más corto que ahora y tus rizos tenían más volumen. Con eso quedé boca abierta porque no te recordaba tan hermosa.

Suelto una risa.

─ Y yo no podía creer que alguien se fijara en mí.

─ ¿Cómo no iba a hacerlo? Sería un idiota sino hubiese caído por ti.

─ Sí, claro.

─ ¿No me crees?

Sonrío.

─ Nope.

─ Oh, bueno, déjame mostrártelo.

Toma mi rostro entre sus manos y me atrajo a sus labios que me recibieron hambrientos e incontrolables. No me quedo atrás y le sigo el beso de la misma manera mientras me acomodo encima de su regazo. Ya es tarde y nuestra habitación es la que queda más alejada de los otros. Solo será un rapidín...

Siento sus manos adentrarse por mi camiseta haciendo que suelte un suspiro entre sus labios. La yema de sus dedos se desliza por toda mi espalda causando que me estremezca de placer. Agradezco al cielo que él siempre opte por dormir sin camisa así que disfruto pasear mis manos por la piel de su pecho y abdomen.

La adrenalina empieza a correr por nuestras venas como también empieza a desaparecer la ropa. Sus manos no se cansan de recorrer mi cuerpo haciendo que me derrite contra él a cada instante. Me separo de sus labios y bajo a su cuello dejando un camino de besos húmedos por la curva de su clavícula. Sus músculos se tensan debajo de mi causando que sonría.

Pero apenas bajo por el hueso de su cadera cuando se sienta rápidamente y me toma por el cabello para volver a unir nuestros labios. Me río entre besos y él solo gruñe ante mi burla. Me gira haciendo que quede acostada y no tarda en estirar su mano hacia el cajón y sacar un preservativo.

─ ¿Seguro que no nos van a escuchar? ─ pregunto con voz agitada.

Él rompe el envoltorio con sus dientes.

─ ¿Qué más da? Es mejor que disfruten el show.

Niego con una sonrisa antes de que me la arrebate cuando se posiciona entre en medio de mis piernas. Mi primera vez fue con Sebastián y ese día ambos estábamos tan nerviosos que terminamos haciendo un desastre en la cama. Luego de tomarle práctica —de mi parte, al menos. Él ya había tenido encuentros antes de conocerme— no hubo quien nos detuviese. Se podría decir que somos un poco hormonales, pero siendo honesta, no puedo quejarme en lo absoluto.

Nos tomamos nuestro tiempo. Fue lento y rápido en partes haciendo que el momento fuese increíble. Él sabe muy bien que cosas son mi debilidad como yo las sé de él. Es un momento tan especial para ambos que los demás dejan de existir y sólo nos encontramos nosotros en el mundo. El ruido de nuestros cuerpos chocando y los gemidos que salen de nuestros labios es lo único que se puede oír de la noche.

Al terminar, ambos nos desplomamos agotados. Saco unas toallas húmedas y nos aseamos. Voy al baño a hacer mis necesidades y al volver no puedo evitar sonreír al encontrarlo profundamente dormido. Cada vez necesito ese superpoder. Me recuesto a su lado y noto que ha cambiado de sábanas. Sonrío y no tardo en abrazarlo para recostarme en su pecho. En cuestión de minutos, me quedo dormida.

Pero para mí desgracia, la noche no acaba hasta ahí.

Cuando empiezo a ser consciente, estoy caminando por la entrada de la finca sola y de noche. El frío me llega por todo el cuerpo y maldigo por no haber traído un abrigo. El lugar parece desolado y ninguna luz está encendida en el interior de la cabaña, me asusto apenas noto que no está la camioneta de los chicos por ningún sitio. Empiezo a impacientarme.

Sigo caminando rodeando la cabaña hasta que el crepitar del fuego hace que me detenga. Escucho un coro cantar a la lejanía y cuando me giro en busca del sonido, me doy cuenta que viene del bosque. No me considero alguien valiente, pero estoy en medio de la nada y sola, lo que más necesito en estos momentos es encontrar a otro ser humano. El camino no parece el más corto, ya que, entre más me sumerjo en el bosque más lejos se escuchan los cantos. No es una canción moderna ni nada por el estilo, es más, me recuerda a las viejas alabanzas que mi abuela escuchaba por la radio. Recuerdo que detestaba oírlas porque se escuchaban muy tristes y melancólicas. Y justo es el mismo tono que provienen de esos cantos.

Paso al lado de un enorme roble y automáticamente el coro suena más cerca. Me apresuro a seguir buscando hasta que empiezo a sentir calor y el sudor se presenta en mi frente. Veo a un par de metros una fuerte iluminación que es tapada por varias enredaderas hasta que aparto un par y deslizo la cortina natural. Lo que veo me deja congelada.

Una enorme pérgola de madera se alza ante mis ojos y dentro de ella se encuentra una multitud de personas bailando. Al inicio no comprendo nada ni luego de quedarme viéndolos por un rato tratando de descifrar qué sucede. Al otro lado de la construcción hay una enorme hoguera como el tamaño de la misma pérgola donde se puede oír perfectamente el crepitar de un fuego violento.

El coro vuelve a sonar y ahora entiendo que son esas personas que cantan. Giran y bailan hasta que las veo bien... no están bailando, es una danza. Todos tienen una túnica de diferente color y estilo causando que más confusión llegue a mi sistema. No puedo verles el rostro porque estoy algo lejos y porque enormes capuchas les tapan las caras. Las canciones que entonan hacen que mi piel se erice y que en mi cerebro empiece a sonar una alarma de alerta. Tengo que irme de ahí.

La ansiedad crece vertiginosamente y el terror se desliza por mis venas. Sé que debo correr y refugiarme en un lugar, pero mis piernas no responden. No puedo apartar la mirada de esas personas hasta que logro reaccionar y doy un paso atrás, pero justo en ese momento piso una rama seca y aunque el sonido es imperceptible, una de las personas que está más cerca de la salida, se ha girado en mi dirección. Cada músculo, cada fibra de mi ser se paraliza cuando noto que esa persona tiene sus ojos puestos fijos en mí. Las ganas de llorar aumentan y mi corazón no deja de golpear con dureza en el pecho. Estoy muerta.

Esa persona se acerca a mí con pasos lentos, pero decididos. Siento las lágrimas descender por mis mejillas y ahogo un grito cuando de repente la tengo de frente. Puedo percibir su respiración y como le cuesta mantenerse de pie hasta que deja en el suelo la linterna que está cargando. Se endereza y con sus manos enguantadas se quita la capucha. Me quedo sin respiración.

Soy yo.



 

La cabaña © (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora