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8 de septiembre

Salgo del insti con ganas de tirarme por una ventana, y eso que hoy solo hemos tenido presentaciones. Pero es que estoy tan harta de la humanidad... ¿Por qué tiene la gente que ser así? ¿No pueden vivir su vida y dejar vivir al resto? Parece ser que el "Hakuna Matata" no les entró muy bien de pequeños. Resoplo, cansada, y pongo los ojos en blanco mientras pienso en que mañana tendré que levantarme todavía más temprano que esta mañana.

—¡Rache! —el grito de Anita me saca de mis pensamientos— ¿Me estás escuchando?

—La verdad es que no —me encojo de hombros, a lo que Nico suelta una risita y su hermana nos fulmina con la mirada—. Perdón, Aninha —le digo, abrazándola—. No te enfades. ¿Qué decías?

Veo que sonríe un poquito ante el apodo. No sé muy bien cuándo surgió; Nico solía llamarla así cuando la echaba de menos y, poco a poco, fuimos adoptando ese nombre hasta que empezamos a llamarla así para que nos perdone cuando hacemos algo que le molesta. Aunque jamás lo admitirá, los tres sabemos que es su punto sensible.

—Ahora ya no te lo digo —me contesta, pero ya no está enfadada. Los ojos le brillan con diversión. Misión cumplida.

—Venga —le pido. Se vuelve hacia otro lado—. Anita. Por favor —no me contesta, así que me vuelvo hacia su hermano, que nos observa con una enorme sonrisa—. Nicoooooo —le dedico mi mejor mirada de cachorrito abandonado—, tú sí me lo vas a contar, ¿verdad? Porfiiiii...

Nico abre la boca para responder, pero, justo en ese momento, Ana le interrumpe con un grito:

—¡Traidor! —exclama, mirando a su hermano. Se nota a la legua que está profundamente ofendida.

Los tres nos echamos a reír como locos.

Me encantan estos momentos, aquellos en los que lo dejamos todo de lado para ser felices, en los que nos dejamos llevar y volvemos a tener quince años y a ser solo tres adolescentes más, sin pensar en el futuro. Ya hace mucho tiempo que dejamos a esos tres chicos atrás y, sin embargo, todavía podemos traerlos de vuelta durante unos instantes.

—Lo que te estaba diciendo —señala acusadoramente mi mejor amiga— es que vamos a quedar hoy. ¿Quieres venir?

Le sonría.

—Supongo.

—Podrías quedarte a dormir en nuestra casa —sugiere Nico—. Cabe suponer que a tu madre no le hará ninguna gracia que llegues a casa a la una de la mañana.

—¡Sí! —chilla Anita, sin darme tiempo a contestar— Nuestro padre está fuera, así que la casa es nuestra. Será como en los viejos tiempos, ¿os acordáis?

—Cómo olvidarlo —suspiro. Qué monstruos estábamos hechos...—. Hablaré con mi madre, pero creo que esta noche no trabaja. Y, de todas formas, Nora no puede salir hoy, así que puede quedarse ella con Jake.

Anita se pone a saltar y comienza a hablar a toda velocidad, como hace siempre que está emocionada por algo:

—¡Noche de chicas! ¡Va a ser genial! He pensado que...

—Se te olvida que existo, hermanita —interviene Nico, divertido.

—Oh, no se me olvida, hermanito —responde ella—. Simplemente lo ignoro.

Nico se lleva una mano al corazón, todo tragedia.

—Eso... eso ha dolido, Anita.

Ana le guiña un ojo burlonamente y suelta una carcajada.

Aquel Espejo RotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora