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8 de septiembre

—¡Rache! —Anita y Nico vienen corriendo desde el salón y mi mejor amiga se detiene en seco al ver el cuenco roto al lado de mis pies descalzos—. ¡¿Qué ha pasado?! ¡¿Estás bien?!

Yo, por mi parte, sigo completamente paralizada, mirando fijamente mi reflejo en el maldito espejo del armario, aterrorizada ante la perspectiva de que vuelva a cambiar.

«Ha vuelto a pasar,» es todo en lo que puedo pensar. «Ha pasado otra vez.»

—¿Rachel? —La voz de Nico suena preocupada, mucho más de lo que creo que la he oído nunca.

Quiero hablar, quiero decirles que estoy bien, pero no puedo. Soy incapaz de apartar los ojos del espejo que tengo delante, temblando, con temor a que cambie de nuevo.

—Rachel. —Mi nombre suena más como una orden que como una llamada cuando Nico me agarra de los hombros y me vuelve hacia él.

Cuando aparto la mirada del espejo, es como si el mundo hubiera estado detenido, solo que no me había dado cuenta hasta ahora, cuando, ¡por fin!, gira de nuevo.

—¿Estás bien? —pregunta Ana, frunciendo el ceño.

Noto mi corazón latiendo a toda velocidad, mi respiración pesada tras lo sucedido, pero asiento con la cabeza igualmente.

—Estoy cansada —justifico—. Se me ha resbalado el bol de la mano al cogerlo y me he asustado. Pero estoy bien.

Nada más decirlo, me reprendo a mí misma por dar tantos detalles. Nadie pone excusas sin que le pregunten... a no ser que se sienta culpable. Mierda. Suelo ser muy buena mentirosa —no me gusta mentir, pero se me da bien. Una hace lo que tiene que hacer para seguir adelante—, pero no sé qué me pasa hoy.

Mis amigos asienten, pero Nico no parece muy convencido. No se lo ha creído, y no me extraña.

—¿Terminamos la peli? —pregunto, fingiendo emoción lo mejor que sé. 

Anita sonríe, todavía un poco preocupada, y luego me agarra de la mano para llevarme al salón. Nos sentamos otra vez en el sofá y seguimos viendo la película. Sin embargo, mi mente vaga sin rumbo, pasando por los espejos, por la chica del vestido azul, por mí, por mis amigos... Y, poco a poco, estos pensamiento se vuelven pesados, brumosos y mis párpados comienzan a cerrarse. Cuando me quiero dar cuenta, me he quedado dormida, dejando que los sueños tomen el control.

···

En mis sueños, puedo flotar. Vuelo por encima de la gente, sobre campos de hierba verde esmeralda, hasta llegar a una casa de color azul en medio de la nada. Luego todo se desvanece y me encuentro enfrente de una mujer con cabello rojizo recogido en un moño alto y ojos castaños compasivos fijos en algún punto detrás de mí. Me doy media vuelta para ver lo mismo que ella y mi corazón da un brinco.

Es un espejo.

Y, mientras observo a la mujer reflejada en él, me doy cuenta de que hay algo en ella que me resulta familiar: el color brillante de su pelo rojo, sus labios finos, las pequeñas arrugas que tiene alrededor de los ojos. Pero es la calidez en esos mismos ojos castaños lo que hace que consiga entender quién es. Y, cuando lo hago, no sé muy bien cómo sentirme al respecto.

Porque es mi abuela Molly.

Justo en ese momento, entra por la puerta un niño pequeño, de unos diez años. Por un instante creo que es mi hermano, Jake, porque tiene el mismo pelo rojo y rizado, los mismos ojos marrón claro y el mismo rostro salpicado de pecas. Hasta tiene la misma expresión de ilusión en la cara. Pero mi abuela le llama por otro nombre, uno que yo conozco muy bien:

Aquel Espejo RotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora