15 de septiembre
¿Honestamente? Ha sido la peor semana de mi vida. La vuelta a las clases y la rutina se me ha hecho terriblemente estresante y no he seguido leyendo el diario de papá porque estoy demasiado asustada de lo que me voy a encontrar. Podría pasarme horas enumerando todo lo que me va mal: tengo hambre, estoy cansada, tengo que hacer deberes, me he reventado la cadera contra una mesa y tengo un moratón enorme..., pero prefiero entrarme en las dos cosas buenas que tengo a la vista: es viernes y he quedado.
Con Laura.
No tengo ni idea de cómo he llegado aquí, a decir verdad. Hace una semana la vi en un espejo, soñé con ella, me tiró un café, me invitó a otro y ahora... Bueno, ayer me escribió preguntándome si podía quedar hoy y, ya que Ana había quedado con Julio (y, por tanto, no íbamos a salir) y mi plan de la tarde era dormir y, tal vez, pintar un poco, le dije que sí. Creo que ha sido buena idea, pero...
"No pasaría nada si te gustara. Sería lógico."
Resoplo. No sería lógico. No lo sería en absoluto. Y, sin embargo, hay una pequeña duda en mi cabeza, una pequeña chispa de indecisión que se pregunta si sería posible que... Despacho esa duda con un rápido gesto de la mano y me preparo para salir. Me pongo unos vaqueros negros rotos y una camiseta ancha del mismo color. Me calzo unas Converse blancas y cojo una chaqueta gris, pero entonces me doy cuenta de que todavía es demasiado pronto; no tengo que salir hasta dentro de media hora, tal vez un poco menos, así que me quito los zapatos, me tiro en la cama y pongo música. Estoy tarareando Watermelon Sugar cuando Nora entra en mi habitación.
—Rache, has visto mi... —Me mira y se detiene en seco—. ¡Por Dios, ¿a dónde pretendes ir así?!
Me encojo de hombros.
—A La Vaguada.
Nora me observa, horrorizada, y luego exclama:
—¡No puedes salir con eso!
Miro mi ropa.
—¿Qué tiene de malo —le pregunto, confundida. Es lo que me pongo siempre y no sé por qué cree que debería cambiarlo.
—Todo.
Pongo los ojos en blanco, pero dejo que saque una nueva camiseta del cajón: un top de manga corta, de color verde militar. Me lo acerca y dice:
—Esto. Realza tus ojos.
Yo, como no tengo ni idea de moda, me pongo la camiseta que me dice. Nora siempre ha sido la única de las dos que se preocupa por la ropa y la apariencia, desde que éramos muy pequeñas. Yo soy más dada a dejarme llevar, a ponerme lo primero que encuentro en el cajón —siempre y cuando sea cómodo, claro— y mancharlo todo de pintura.
Sin embargo, cuando veo la foto que me ha hecho Nora —creo que no hace falta que recuerde que en mi casa no hay espejos—, me doy cuenta de que mi hermana tiene razón. El verde hace que mis ojos brillen más, que mi pelo parezca de un rojo intenso y deslumbrante, de una manera en que el negro, mi color habitual, no lo hace. La camiseta es ancha, pero se ajusta un poco en la parte de arriba, que ya es bastante más de lo que estoy acostumbrada, y me sorprende darme cuenta de que me gusta cómo me queda. Me hace parecer mayor, más madura; hace que se vean las curvas de mi cuerpo, normalmente ocultas por camisetas enormes y sudaderas. Y me sorprende darme cuenta de que, por primera vez, no quiero esconderme, no me siento incómoda.
—Estás preciosa —me dice mi hermana, y yo le sonrío.
Lo cierto es que me siento así.
···
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Aquel Espejo Roto
Teen FictionRachel Cress guarda muchos secretos. Y su familia también. Entre ellos, un extraño legado familiar: la capacidad de ver reflejos, unos extraños fenómenos que muestran en los espejos cualquier cosa que estos hayan reflejado antes o que vayan a reflej...