10 de septiembre
He decidido no pensar en el asunto por el momento, porque me pone demasiado nerviosa pensar en la idea de traicionar la confianza de mi madre. Como no sabía que hacer un domingo por la tarde, y no quería caer en la tentación de colarme en el despacho de mi padre, he decidido salir a dar un paseo y, por motivos que no alcanzo a comprender —y que definitivamente no tienen nada que ver con mi adicción a la cafeína—, he acabado en La Vaguada, con un Starbucks en la mano y mi móvil en la otra, matando el tiempo.
Acuérdate de que hoy tienes cita.
Es un mensaje de Marta, mi psicóloga.
ok
Llevo yendo al psicólogo desde la muerte de mi padre, cuando tenía diez años, y me ayudó muchísimo a superarla, y posteriormente con... bueno, con lo que Anita siempre ha definido como "mis numerosas crisis existenciales, malas decisiones e intentos de definir mi orientación sexual". El caso es que confió muchísimo en Marta, y se ha convertido en casi una amiga para mí. Tiene veintisiete años, y, aunque solo lleva cuatro conmigo, ha sido un gran apoyo para mí durante todo este tiempo. Más de una vez he ido a la consulta con Anita, que quiere estudiar psicología, para que hablasen de los estudios, de la universidad y de mí. Sonrío al recordar aquella vez hace unos meses, cuando Marta dejó que Ana fuese mi psicóloga durante una sesión. Bajo la mirada al móvil justo cuando entran nuevos mensajes de Marta.
A las 18, sí???
perfe
llego alli a las 17.55
Ok
Justo después de recibir esa última respuesta, me fijo en la hora que es: las cinco y diez. Tardo alrededor de cinco minutos en llegar a su consulta desde La Vaguada, así que todavía me queda un rato para dar una vuelta y cotillear —y, con suerte, pasarme por esa tienda de arte nueva con la que estoy tan obsesionada—.
Siento un extraño cosquilleo en la nuca mientras, tomando un sorbo de mi café, giro la esquina para dirigirme a La Casa del Libro y levanto los ojos del móvil el tiempo justo para ver un destello azul y dorado moviéndose hacia mí.
Lo siguiente que siento es el choque y el café que llevaba en la mano derramándose por mi camiseta.
—¡Ay, lo siento mucho! —dice la persona con la que me he chocado; una chica, a juzgar por el tono de voz—. ¡Lo siento muchísimo!
—No te preocupes —murmuro, quitándole importancia. por suerte, el café ya estaba frío, así que solo me ha manchado un poco la camiseta negra que llevaba. Ser una chica de café solo tiene sus ventajas—. Apenas se nota.
Levanto la cabeza de mi camiseta y mis ojos se encuentran con los suyos, de un castaño almendrado. Mi corazón se detiene. No puedo respirar. No puedo pensar.
Es ella.
Es la chica del vestido azul.
—¿Puedo invitarte a un café para compensarlo? —me dice, con una sonrisa suave, como si no acabase de poner mi mundo patas arriba con su simple existencia—. No sé si es la mejor idea, teniendo en cuenta que te acabo de tirar el tuyo encima, pero... ¿te parece bien?
Mi instinto me grita que diga que no, que me aleje de esta chica a la que veo en espejos y sueños, que la chica del vestido azul no podía ser real y, sin embargo, lo es, y eso no puede traerme nada bueno. Mis piernas me instan a dar un paso atrás, a poner la máxima distancia posible entre ella y yo. Y, de todas maneras, mis labios forman las palabras:

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Aquel Espejo Roto
Novela JuvenilRachel Cress guarda muchos secretos. Y su familia también. Entre ellos, un extraño legado familiar: la capacidad de ver reflejos, unos extraños fenómenos que muestran en los espejos cualquier cosa que estos hayan reflejado antes o que vayan a reflej...