𖥸
Los días en aquel pueblo minero escondido entre montañas nevadas estaban resultando ser tremendamente largos para Mizu; quien lentamente se iba recuperando de su lesión en la pierna.
Poco a poco había comenzado a poder moverse nuevamente; aunque los primeros días no podía dar más que un par de pasos por el dolor, ahora podía tolerarlo y esconderlo para caminar más allá de lo que antes podía; acompañada de Jack, aquel dulce niño que se pegaba a la japonesa cada vez que ésta decidía caminar por la cabaña dónde se encontraba.
Las mujeres de la banda se estaban encargando mayoritariamente de cuidar a los heridos; dónde ahí entraba Mizu y un par de personas más. Sin embargo, los hombres se habían repartido las tareas más arduas cómo ir en busca de leña, la caza y vigilar a los O'Driscoll; quienes eran una banda enemiga según lo que Mizu había podido averiguar.
La nipona pecaba de aburrirse fácilmente, y también de sentirse incompetente al tener a personas ayudándola a absolutamente todo. Así que, cuando vio que podía moverse, quiso ayudar en alguna cosa; por mínima que fuera.
Sin embargo, las tareas delicadas y fáciles de ejecutar no se le daban realmente bien. Cocinar era toda una odisea, y cuidar a los heridos... Había intentado curarle las heridas a John, quién había sido atacado por lobos; y los quejidos que el pobre hombre soltaba cada vez que Mizu se acercaba a él con trapos y tónicos dejaron claro a la banda que Mizu no era precisamente la indicada para esa tarea.
—Javier, ¿te importaría salir a cazar? —el oído de Mizu se volvió aún más fino cuando escuchó a Dutch hablar; y la mujer se asomó ligeramente por la ventana de la cabaña para oír mejor.
—Claro. —contestó Javier casi de inmediato. —He visto huellas de venado cerca; con suerte podré traer uno para que Pearson deje de quejarse por la falta de comida. —Resopló, refiriéndose ahora al carnicero de la banda.
—Gracias, hijo. —Dutch le dio un par de palmadas en la espalda en modo de agradecimiento, antes de darse la vuelta y así marcharse.
Aprovechando que nadie la estaba vigilando en aquel momento, Mizu salió de la cabaña dónde se encontraba. Apretó los dientes, tratando de esconder la cojera que tenía, o el dolor pulsante que sentía cada vez que apoyaba su pie en el suelo.
Sus pies sonaron por cada paso que daba en la nieve, acercándose a Javier; quién estaba desatando a su caballo para montarse en éste e ir a cazar cómo se le había asignado. La mujer se armó de valentía, envolviendo mejor la bufanda sobre su cuello y cabeza y abrió la boca para hablar; deseando no ponerse nerviosa y que su acento japonés fuera demasiado gracioso.
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𝗙𝗟𝗢𝗥 𝗗𝗘 𝗟𝗢𝗧𝗢, arthur morgan
Hayran Kurgu𝟬𝟬𝟬 ︙ 𝗙𝗟𝗢𝗥 𝗗𝗘 𝗟𝗢𝗧𝗢. 𖥸 𝘋𝘖𝘕𝘋𝘌 Mizu, una joven japonesa, emigra hasta una América donde el ocaso del Salvaje Oeste había dado comienzo; sin saber que su destino había sido sellado en el...