americanos

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-¿Qué haces, chico?- se acercó al alféizar de la ventana en la que Laurent estaba apoyado.

-Dibujo- contestó él sin más.

-Debí suponerlo- sonrió y terminó de alcanzarlo para tomar asiento junto a él. -A ver, ¿puedo?-.

-Claro- le tendió la libreta. -No termino de recordar cómo era esta parte, pero...- fue a explicarle, aunque Daryl decidió interrumpirlo mucho antes de que pudiera acabar.

-Este es el mejor de todos- admiró. -Aunque es verdad que esto queda algo raro- señaló las alas.

-Bueno, yo me refería a esto- colocó sus dedos por encima de dónde debía haber unas ruedas o algo que no terminaba de recordar.

-¿Cómo lo hiciste ayer?-.

Laurent llevaba días dibujando sin parar aquella dichosa avioneta, y no lo culpaba: verla pasar era prácticamente lo único que había ocurrido en aquel lugar en las últimas semanas. De hecho, si él no estuviera demasiado ocupado planeando cómo regresar a casa quizás también pensaría todo el rato en ella. E incluso, si hubiera llegado a tiempo para verla, probablemente hubiera invadido su pensamiento al igual que el del chico, hubiera empezado en soñar con usarla para cruzar de nuevo el Atlántico, o incluso se hubiera imaginado aterrizando con ella en Virginia.

-Así- pasó hacia atrás la página del cuaderno y se lo enseñó, -pero, ¿ves? Tampoco queda bien- lamentó.

-Ya...- comparó ambos dibujos. -¿Y esto?- se fijó en la ventana del nuevo.

-Creo que es una mujer- la avioneta no estuvo tan cerca como para lograr verla, pero al fin, después de días intentándolo, había logrado sacarse de dentro parte de aquella extraña sensación que no fue capaz de poner en palabras.

-¿Una mujer?- se sorprendió.

-Sí- asintió y volvió a coger el cuaderno entre sus manos.

Daryl quiso seguir preguntándole sobre aquello, encontrar el motivo por el que, de repente, había dibujado a una mujer en la ventana de la avioneta, pero no pudo hacerlo. La expresión del niño había cambiado, como si necesitara evitar sus dudas, como si, al no tener respuestas, prefiriera cerrar por completo la conversación. O, al menos, él así lo entendió.

-Voy a preguntar a Losang si tienen enciclopedias por algún lado; quizás te sirvan para poder poner bien las ruedas- se levantó y echó a caminar hacia la puerta.

-Gracias, Daryl- le escuchó decirle antes de salir de la habitación.

-De nada- se calló pero sonrió aunque ya no pudiera verle.

Caminó con lentitud por la abadía, recorriendo los pasillos como si no tuviera nada más importante que hacer.

Lo hubiera tenido si Laurent no hubiese aparecido en la playa justo cuando aquel barco había venido a por él. Ahora mismo estaría ayudando a aquellos hombres a pescar mientras se acercaban cada vez más a alguna costa de los Estados Unidos. Estaría contando las horas para volver a ver a Carol, para poder abrazarla de nuevo, para contarle cuánto y de qué manera había llegado a echarla de menos.

-Bonjour- lo saludó un joven con el que apenas había coincidido un par de veces por los pasillos.

-Hola- le contestó sin ganas.

Era pensar en ella, recordar lo lejos que estaba, lo imposible que era borrar de un solo golpe toda aquella distancia... y todo su cuerpo volvía a estremecerse sin remedio. Se le quebraba el ánimo, se desvanecían todas sus fuerzas por seguir batallando y, a la vez, al imaginarla preocupada por él, al pensar que una parte de ella también sentiría su falta, un calor recorría sus manos y garganta como si pudiera gritarle a viva voz que no iba a dejar de intentar volver a casa aunque hubiera de tardar meses en conseguirlo.

Coming homeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora