claustrofobia

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Un pez fuera del agua. Una planta en un desierto. Un gato nadando en mitad del océano.

Sin poder respirar.

Ahogándose no solo de aire sino también de oscuridad.

-Tranquila- le susurró Liam desde fuera de aquella caja de madera en la que estaba encerrada.

Y, aunque lo intentaba, no paraba de pensar que si bien no tenía la forma, ni tampoco el color, pero aquel espacio podía ser bien parecido a un ataúd.

-¡Sácame! ¡Déjame salir!- se escuchó a sí misma decir, pero supo que no era verdad, que no había sido capaz de pronunciarlo, que tenía la garganta tan cerrada que ni un solo sonido podría salir de allí.

-Tranquila- volvió a oírle.

-¡Ábreme, por favor!- no podía respirar.

Pero supo que aquella Carol que gritaba en su interior sí lo hacía aún.

-Por favor, Ed- golpeó la puerta. -¡Ed! ¡Contéstame por lo menos!- solo su voz al otro lado le hubiera bastado para no sentirse tan asustada, para no creer que había hecho lo que le había dicho que iba a hacer.

Tomó aire y lo soltó antes de dar otros tantos golpes más.

Madera.

Madera maciza, como aquella caja.

-Recuerda que tienes el pestillo, pero no abras todavía- fue Liam hablando, tal y como le había prometido.

-Por favor...- cerró los ojos y tragó saliva al darse cuenta de que sí, que se había ido, que la había dejado encerrada en el armario, que había colocado a saber qué otro mueble frente a la puerta y que no, que ni aún con todas sus fuerzas podría salir.

Aire.

-Mira los agujeros, Carol, entra y sale aire por ahí, sé que está oscuro porque es de noche pero... entra y sale aire: puedes respirar- ella misma los había hecho, pero su mente ahora funcionaba de otro modo, ahora no podía acordarse de nada más.

-¡Ed!- lloró. -Tengo sed... no puedo respirar bien, Ed, por favor...- después de las primeras horas se había dejado caer al suelo y, aunque antes, a través de la rendija de la puerta podía ver algo de luz, ahora ni siquiera disponía de eso.

-Ya estamos- sintió también como el movimiento del coche se detenía. -No veo a Richard, pero... se nos acerca un hombre así que ya no te voy a poder volver a hablar- la advirtió, -espera todo lo que puedas y mantén la calma, pero... si oyes algo raro... acuérdate de que ahí tienes armas y que puedes salir si quieres-.

Su pecho subía y bajaba con rapidez pese a sentir que no estaba respirando nada.

Inhalar. Exhalar. Inhalar. Inhalar. Nada. Exhalar. Nada.

Un débil golpe a la puerta como último intento de pedir salir.

Se iba a morir allí.

En aquel armario.

En aquella celda.

En aquella cueva.

En aquella caja.

-¡Hola!- oyó a Liam saludar amablemente.

-No se puede estar aquí- le advirtió otro hombre, no supo si de buenas o de malas maneras.

-Lo sé y... disculpe, pero estaba buscando a Richard-.

-¿Para qué?- cambió su tono.

-Necesito que lleve este paquete a Europa- sintió un golpe a la caja, tal vez la propia mano de Liam al señalarla.

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