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La luz golpeándole en los ojos le obligó a abrirlos. Lo primero que vio a unos centímetros de él fue un chico con una fea cicatriz en la mejilla que le llegaba hasta la comisura del labio y con el cabello del color del melocotón.

Ah, así que era otro de esos sueños en los que Sabito estaba vivo.

Bostezó y los párpados volvieron a cerrarsele, no tenía la fuerza para mantenerlos más tiempo abiertos. Dio la espalda a la luz y volvió a quedarse dormido.

Tal vez tuviese otro sueño, uno que al final no le resultase tan doloroso.

No supo cuanto tiempo más estuvo así hasta que alguien le retiró la manta de encima y escuchó la voz de Sabito diciéndole que ya era hora de levantarse.

Aún le tomó unos buenos cinco minutos levantarse del futón y otro buen rato más vestirse. Para cuando llegó a sentarse a la pequeña mesa de la cocina Sabito ya había terminado de desayunar.

Urokodaki le sirvió unas gachas de arroz y una porción de pescado asado con verduras.

— Hoy deberías practicar subir y bajar tú solo el monte Sagiri sin la ayuda de Sabito, la selección final es en dos meses y tú también debes estar preparado. Solo así podrás sobrevivir allí.

— Sobrevivirá. — dijo Sabito con seguridad. — Yo lo protegeré, salvaré a todos. No dejaré que nadie muera.

Dos lágrimas le resbalaron por las mejillas al mirar el brillo de sus ojos. Sabito lo haría. Salvaría a todos. El único que moriría aquel año en la selección final sería él.

Sabía todos los detalles gracias a Tanjiro, se lo había contado todo desde como los fantasma de Sabito y una chica llamada Makomo lo habían ayudado a entrenar hasta como en el lugar de selección se ocultaba un demonio que llevaba allí más de 40 años y había devorado a más de cincuenta personas. Había sido encerrado allí por Urokodaki y por ello le guardaba un gran odio llegando al punto de asesinar a todos sus estudiantes.

Sintió una gran mano sobre su frente.

— ¿Te encuentras bien? — le preguntó Urokodaki.

Sabito también lo miraba preocupado.

— Estoy perfectamente. — dijo secándose las lágrimas. — Iré a entrenar.

Se levantó con rapidez de la mesa sin terminar de desayunar y salió de la casa. De todas formas sería incapaz de comer nada más.

Se adentró en el bosque de la ladera del monte y se sentó con la espalda apoyada contra el tronco de un árbol.

Tenía que despertar cuanto antes de ese sueño, antes de que se volviese una pesadilla. Se pellizcó con fuerza por debajo de su muñeca izquierda. Sintió un punzante dolor, pero no se despertó. Aquella técnica solía funcionarle.
Se pellizcó aún más fuerte clavándose incluso las uñas, pero no funcionó.
Tal vez necesitase un golpe más fuerte para despertar. Se adentro en el bosque hacia la cima de la montaña, la primera trampa que le saltó de Urokodaki era un grueso tronco atado con una cuerda, no se movió y dejó que lo golpease de lleno en el estómago.
El golpe lo lanzó a una distancia de cinco metros contra un árbol y lo hizo vomitar todo lo que había desayunado, pero aún así no se despertó y se quedó allí retorciéndose de dolor.

Era imposible que aquello fuese un sueño.

Por un momento le vino la idea de que aquello podía ser fruto del poder de un demonio, pero en seguida lo descartó al acordarse de que hacía más de tres meses que habían desaparecido todos después de matar a Muzan, a excepción de Yushiro y no creía que fuese capaz de hacerle revivir uno de sus peores momentos.

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