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 Sabito apenas durmió dos horas aquella noche y tan pronto como salieron los primeros rayos del Sol se marchó de la posada con una espada de madera.

Lo siguió.

— Deberías quedarte en la habitación descansando. No puedes entrenar con esa herida y vas a aburrirte.

— Estoy bien. Criticaré cada mínimo fallo que tengas en tus posturas.

Sabito sonrió.

— Haré las del hielo para forzarte a aprenderlas.

Se le hizo extraño que se adentrase en la ciudad en lugar de irse a las afueras para practicar hasta que se dio cuenta de que debía estar buscando al cazador que habrían enviado para acabar con el demonio que ellos no habían podido matar.

Lo encontraron saliendo de desayunar de una taberna, lo reconocieron enseguida por el uniforme.

Aquel cazador no había encontrado ni rastro del demonio. Sabito apretó los puños ante aquella información. El demonio al que se habían enfrentado seguía vivo y continuaría devorándose a más gente.

— Se ha escapado por mi culpa. Tendríamos que haber pedido refuerzos, pero estábamos sin cuervos...

— Giyuu, deja ya eso... Nadie tiene la culpa y de tenerla la tendríamos los dos. Habríamos podido con el demonio si yo no me hubiese precipitado.

Se pasó la mañana en silencio observando practicar a Sabito.

Se sentía un farsante como se había llevado sintiendo aquellos nueve años de su vida. ¿Sabito también se preguntaría como él cómo había llegado a ser un pilar?

No había podido en la selección final con el demonio de las manos, ahora no había podido con aquel demonio. ¿Qué clase de pilar era?

— Dijiste que ibas a estar atento y no lo estás. — dijo Sabito.

— Claro que lo estoy.

— Acabo de hacer la undécima postura del agua y no he escuchado ninguna crítica del maestro.

Y habría cometido algún fallo para comprobar si estaba atento.

— Volveré a hacerla y está vez corrígeme si me equivoco.

Flexionaba demasiado los músculos de los brazos y contraía mucho los de la espalda.

Corregir la postura de Sabito le tomó casi una hora y para cuando terminó tanto las tripas de Sabito como las de él estaban gruñendo.

Kotae apareció cuando estaban buscando un sitio donde comer salmón con rábano.

— Ya pensaba que habías hecho caso omiso y continuabas buscando a los demonios. — dijo Sabito mientras le acariciaba la cabeza al cuervo que se había posado en el hombro de Giyuu.

— Estaba buscando un albergue para cazadores donde podréis descansar y os brindaran atención médica hasta que podáis volver a reincorporaros en las misiones. El más próximo está en Nagiso a medio día de vuelo.

— Deberíamos ir. — le dijo.

Sabito le dedicó una mirada.

— Preferiría ir cuando tu herida estuviese curada.

— Allí también me pueden quitar los puntos. Estoy bien, he tenido heridas peores.

Sabito se quedó callado, pensativo.

— Nos marcharemos mañana por la mañana y no viajaremos de noche. — dijo Sabito finalmente.

Aquella tarde pasaron por el taller de costura para recoger su haori rojo y como habían acordado a la mañana siguiente se dirigieron a Nagiso.

Notó a Sabito más cansado que el día anterior.

Llegaron casi cuando estaba anocheciendo. Del albergue se encargaban dos chicas y aparte de ellos había otros cinco cazadores.

Se quedarían allí hasta que llegasen sus nuevas espadas. Les asignaron una habitación y les indicaron dónde estaba el baño, el comedor, donde tenían que recoger los futones y donde dejar la ropa sucia. La limpieza de la habitación era su responsabilidad.

Todos los futones eran del color de la flor de la glicina. Observó a Sabito escoger el que estaba más maltratado y su tonalidad se había tornado más hacia el gris.

— ¿No te gusta el color?

Sabito lo miró como si acabase de preguntar una estupidez.

— No, no es un color para hombres.

Se quedó callado sin saber que responder. Eran del mismo lavanda que los ojos de Sabito y era imposible que no lo supiese.

Se dirigieron en silencio hacia la habitación y cuando estuvieron colocando sus futones fue Sabito quién habló:

— No te voy a considerar menos hombre porque uses ese color, deja de estar molesto.

— No estoy molesto.

— Entonces, ¿Qué tienes?

— Es también un color para hombres, es muy bonito y es el color de tus ojos.

Sabito se rió:

— ¿Es solo eso? ¿Qué no me gusta el color de mis ojos? No es para tanto. Tampoco me gusta el color de mi pelo, pero los hombres no tienen que ser bonitos ni guapos. Eso me decía mi padre. — Sabito hizo una pequeña pausa. — Los niños del pueblo dónde vivía se solían meter mucho conmigo por mi apariencia.

— ¿Por qué nunca me has contado esto?

— Porque dejaron de hacerlo cuando comencé a partirles la boca. Ya casi ni me acordaba.

— Sabito, tu color de cabello también es muy bonito. Esos niños eran unos imbéciles.

Sabito sonrió y le dedicó una mirada cariñosa:

— Giyuu, no tiene importancia... Ya no la tiene. — dijo mientras se le escapaba un bostezo.

Apagó la luz, no tardaron en quedarse dormidos. Esperaba que por fin Sabito consiguiese tener una buena noche de sueño.

Cuando se despertó a la mañana siguiente Sabito ya se había levantado.

Lo encontró entrenando con la espada con otro cazador en el patio.

Todavía lo vio tan cansado y ojeroso como lo había visto el día anterior.

  

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Nota: No soy dueña de Kimetsu no yaiba, toda su autoría a Koyoharu Gotōge

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