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Para cuando salieron de la casa de Tamayo y Yushiro, los últimos rayos del sol ya se estaban despidiendo.

Esperaba escuchar en cualquier momento la voz de sus cuervos anunciando una nueva misión, pero aquello no sucedió.

Fue idea de Sabito que buscasen un lugar donde cenar y él lo siguió.

Nunca esperó que la conversación que tendría con Tamayo y con Yushiro le dejase con un sentimiento tan amargo y más cuando había conseguido que colaboraran con ellos.

Tamayo les había dado unos viales que debían rellenar con la sangre de los demonios que matasen. Cuanto más fuertes y más rango tuviesen, más células de Kibutsuji poseería y más efectivo sería el veneno que desarrollase. Cada vez que completasen uno, un mensajero aparecería para hacérselo llegar a Tamayo.

Sabito y él terminaron comiendo soba sentados el uno frente al otro en una mesa de un pequeño local. A aquellas horas ellos eran los únicos clientes.

Sabito ya llevaba tres platos, mientras él todavía iba por el primero.

— Sé que no he tenido la mejor actitud, pero gracias por dejarme acompañarte. Gracias por habérmelo contado todo.

Las palabras de Sabito hicieron que se atragantase. Tosió violentamente y escupió en el plato la comida que se le había atascado en la garganta. Se le llenaron los ojos de lágrimas.

Sabito le ofreció un vaso de agua. Dio un par de sorbos pequeños y después dijo:

— Te he puesto en peligro... Has escuchado a Tamayo, si esta información llega a Muzan Kibutsuji nos perseguirá para convertirnos en demonios... No debí contarte más allá del demonio de la selección... Lo siento.

Ni siquiera se había parado a pensar en que sus recuerdos podrían volverse en contra de él y ayudar a Muzan a sobrevivir. Si por un casual se enfrentase a un demonio que pudiese leer su mente sería el final.

Sabito le agarró una de las manos.

— Habría sido mucho más duro para mí no saberlo. No podría soportar verte tan triste sin saber que te ocurre ni como ayudarte. — Hizo una pausa. — Siempre he pensado que tiene que ser muy duro venir de un mundo sin demonios para volver a combatirlos.

Se mordió la lengua. Él era quién había suplicado una oportunidad para volver a ver a Sabito. Ese debía ser el precio a pagar.

— Por eso. — continuó Sabito. — Déjame compartir esa carga contigo. Déjame aliviarla de alguna forma.

El bueno de Sabito nunca abandonaba a nadie, aunque eso pudiese costarle la vida. ¿No era eso lo que más le gustaba de él?

Sintió como los ojos se le llenaban de lágrimas y sin que pudiese contenerlas comenzaron a deslizarse por sus mejillas.

— ¡Ey, Giyuu! Un hombre no debe llorar con tanta facilidad. — lo regañó Sabito, pero no hubo severidad en su voz. Lo había escuchado otras veces ser mucho más duro con él, sobretodo los primeros meses que se conocieron. No había noche que no pudiese dejar de sollozar por su hermana.

Se sacó un pañuelo del haori y se apresuró a secarse las lágrimas. Sabito le soltó la mano, lo escuchó levantarse de su asiento.

Sintió unos brazos rodear sus hombros y atraerlo hacia un abrazo. Apoyó la frente contra el cuello de Sabito.

Aquello lo confortó. Le hizo acordarse de un viejo recuerdo donde Sabito le confesaba que no le gustaba verlo llorar, pero le resultaba aún más insoportable que se lo ocultase. Casi una década había pasado para él.

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