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El día que terminó la selección final fue Sabito quién lo despertó, tenía que escoger el metal con el que forjarían su espada nichirin e iba a ser el último.

De hecho así fue y terminó por elegir el único trozo que quedaba a pesar de todos los esfuerzos que había hecho Sabito por tratar de levantarlo.

Le dio lástima que su cuervo no fuese Kanzaburo, iba a extrañarlo mucho. El nuevo se llamaba Kotae.

— Creo que ahora iré a aprender otra respiración o tal vez alguna alternativa de la respiración del agua. — le dijo Sabito mientras regresaban de vuelta a la cabaña de Urokodaki con los cuervos sobre sus hombros. — No puede haber dos pilares del agua.

Giyuu se detuvo.

— Ese era tu puesto. Todo tuyo, no lo fue porque te moriste. Eres mejor que yo.

— Tú también eres digno de ese puesto.

— No quiero que te sientas obligado a dármelo. No lo quiero.

Sabito lo escrutó con la mirada.

— Está bien, me convertiré en el pilar del agua, pero con una única condición.

— ¿Cuál?

— Qué tú también aprendas otra respiración.

Giyuu lo observó con frialdad. La aceptará, pero al igual que en su anterior vida no pensaba utilizar en combate ninguna que no fuese la del agua.

— Está bien, pero serás tú quién me la enseñe.

— Perfecto porque ya he decidido que será la respiración del hielo.

— ¿La del hielo? — preguntó mientras viejos recuerdos regresaban a su mente de las noches de invierno en la cabaña de Urokodaki.

— Sí claro, te irá perfecta.

— Pero a ti no. Eres caliente como una estufa.

Sabito se puso rojo hasta las puntas de las orejas. Se dio media vuelta y se alejó de él a paso rápido.

— ¿Seguirás eligiendo la del hielo?

No obtuvo respuesta y Giyuu terminó teniendo que correr para alcanzarlo.

Hacía demasiado tiempo que no pensaba en lo mucho que le gustaba acurrucarse con Sabito en las frías noches de invierno.

No solía pensar en ellos, ni en Sabito ni en su hermana, siempre que lo hacía le resultaba tan doloroso que no podía ni moverse.

Tal vez por eso hubiese olvidado tantos momentos. No quería hacerlo. No quería que lo único que recordase fueran sus muertes, sobretodo de su hermana ahora que Sabito estaba vivo. Esperaba que algún día pudiese hacerlo sin que le doliese.

Urokodaki los recibió a ambos con un fuerte abrazo y después le examinó la herida. Estaba sanando bien y con suerte no dejaría ninguna cicatriz.

Esa noche Urokodaki les preparó un gran banquete para celebrar su ingreso en el cuerpo de cazadores de demonios.

En dos semanas les entregarían sus espadas nichirin, por lo que mientras tanto podían descansar antes de que comenzasen sus misiones o en el caso de Sabito se fuese a Asahikawa a aprender la respiración del hielo.

— ¿Podrías venir conmigo?

— Acordamos que serías tú quién me la enseñarías. Además así me dará tiempo a alcanzarte.

Mientras a todos los supervivientes de la selección final los habían asignado ya el último rango como era lo usual, a Sabito le habían dado ya de forma directa el penúltimo. Debía ser la primera vez que sucedía un acontecimiento así.

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