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 Continuaron moviéndose aún más al sur.

Pasó otro mes sin que Kotae encontrase algún rastro de Tamayo y de Yushiro y sin noticias de Kawaritai.

Había decidido por fin aprender en serio el aliento de hielo. No porque considerase que pudiese serle útil como Sabito afirmaba, sino porque si no lo hacía Sabito era capaz de hacerse el pilar del hielo y dejarle otra vez el puesto de pilar del agua.

No quería que se lo diera. Si lo conseguía esperaba que fuese superándolo por sus propios medios, situación que veía imposible.

— La primera forma: Aguanieve es muy sencilla. Comenzaremos con esa.

Y tuvo razón. La aprendió en tres días.

— Es bueno, eres capaz de ejecutarla sin problemas. — dijo Sabito. — A mí eso fue lo que más me costó. Una vez que lo conseguí, fueron las seis seguidas.

Demasiada confianza tenía en él y eso se demostró cuando se le atascó la segunda forma: granizo.

— Dejas caer mucho los brazos, tienes la cabeza demasiado ladeada y las piernas muy abiertas.

Trató de corregir la postura y volvió a ejecutarla sin ningún éxito.

— Sigues teniendo la cabeza ladeada y ahora has cerrado demasiado las piernas.

Tampoco le ayudó que cada vez que colocaba bien alguna parte de su cuerpo descolocaba otra sin darse cuenta.

Estuvieron casi dos horas seguidas practicando la misma postura sin resultados.

— Sabito, hacemos otra cosa o voy a terminar golpeándote en la cabeza con la espada de madera.

— Bien, podríamos repasar la primera forma del hielo y la respiración del agua. Esta vez seré amable contigo y solo utilizaré mi brazo izquierdo.

Logró golpearlo hasta siete veces con las diferentes posturas del agua.

Siguieron practicando hasta que casi anocheció.

A la mañana siguiente Kotae llegó con una nueva misión en la ciudad de Takayama. Se habían reportado ya en la última semana cinco desapariciones de hombres.

Tardaron casi siete horas en llegar desde dónde estaban.

— Es preciosa, ¿Estuviste alguna vez aquí? — le preguntó Sabito.

Giyuu negó con la cabeza. En los nueve años que había sido cazador nunca había tenido una misión en Takayama, ni siquiera había pisado aquella ciudad.

Había casas de madera del período Edo muy bien conservadas y estaba entre montañas la ciudad lo que hacía que tuviese un paisaje espectacular.

La noche fue tranquila casi como si estuviesen en un pueblo, las pocas personas que se cruzaban eran hombres que salían borrachos de los bares. Eran las víctimas perfectas si se encontraban con un demonio.

Patrullaron la ciudad en busca de algún rastro. Giyuu se detuvo en seco en el medio de una de las calles cuando a sus fosas nasales llegó un olor a rancio muy característico. No tenía el fino olfato de Urokodaki ni de Tanjiro que seguro que lo hubiesen apreciado a kilómetros de distancia, pero él con los años también había llegado a poder localizar un demonio por su olor y más cuando se comía a tantas personas.

Sabito ni siquiera se dio cuenta.

— ¿Qué pasa? — le preguntó cuando vio que se quedaba atrás.

— Este demonio no se ha comido solo a cinco personas, se ha comido mínimo a seiscientas.

Sabito tenía la cara cubierta por la máscara, pero por como se le contrajeron los músculos de los hombros sabía que estaba tenso.

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