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Desde el regreso de Kawaritai los días en Nagiso se le hicieron eternos. Tampoco le ayudaba el hecho de que Sabito estuviese internado en la enfermería y que Yuki lo odiase.

En ese tiempo Masamune había abandonado el albergue y habían llegado tres chicos nuevos.

Tres días después de la misión en Yomikaki le dieron el alta a Yuki. Nada más salir comenzó a entrenar la espada con su brazo no dominante.

— Esto es culpa tuya. — le recriminó cuando lo pilló observándolo en una de sus salidas de la enfermería. Tan solo salía para las comidas o si Sabito necesitaba alguna cosa. — ¿A qué clase de imbécil se le ocurre ir a enfrentar un demonio sin una espada nichirin? ¡Deberías haber muerto! ¡Lo habrías hecho si Sabito no te hubiese protegido y no te hubiese mandado a cazar a ese demonio! ¡Ese chico pudo contener a dos sombras casi desarmado, las que habrían sido si tú no te hubieses involucrado!

Trató de mantenerse imperturbable, pero las palabras de Yuki lo apuñalaron como un cuchillo. Tenía razón, además Sabito tampoco había querido que fuera. Si Sabito hubiese perdido también alguna parte de su cuerpo también lo odiaría. Había sido él el que había sido incapaz de manejar sus sentimientos y había ido con ellos sin una espada nichirin.

Después de todo prefería morir, antes de tener que volver a perder a Sabito. Si pasaba esta vez sería mucho peor, pues ahora sabía que hiciese lo que hiciese jamás sería capaz de cubrir su pérdida como pilar del agua.

Aquello era una carga constante desde que había vuelto a despertar a su lado en el monte Sagiri hacía casi dos años. Daba igual lo que se esforzase no iba a ser capaz de igualarlo ni superarlo.

Le gustaría poder desprenderse de esas ideas y de esos sentimientos, pero llevaba tanto tiempo sintiéndose así que por si solo no podía liberarse.

Sabito era el único capaz de hacer que se calmasen. La fuente que los ocasionaba era la misma que se los quitaba.

Al único que podía echar la culpa de aquello era a él mismo.

Había salido solo a recoger de su habitación un pincel y los cuatro pequeños botes de pintura que utilizaría para su máscara: negro, blanco, marrón y naranja.

Tendría que haber sido algo rápido, pero para cuando regresó Sabito había dejado de tallar la máscara y estaba pelando una manzana.

— Podrías pedirme en su lugar que me pusiese a ver crecer un árbol, sería más útil y perdería menos tiempo. — escuchó a Kawaritai hablar a los pies de su cama. — Un demonio como el que me estás pidiendo no se encuentra fácilmente. ¡No sabes ni su nombre y si se ha comido a tanta gente es posible que pueda alterar su aspecto! Saber su técnica demoníaca y su preferencia de víctima no es suficiente.

— Si no la ha matado ya otro cazador. — añadió Kotae que estaba acurrucado en uno de los laterales de la cama.

— ¡Has podido encontrar a estos!

— ¡Tenía más datos y aún así mira lo que tardé! ¡ Ojala sigan en Murayama porque si no sería volver a empezar! ¡Desde el principio desde la isla de Hokkaido hasta...!

— Si eso pasa está vez mandaremos a Kotae. — dijo Giyuu.

— ¡A Kotae no, pobrecito, extrañaría el calor humano! — dijo Sabito mientras acariciaba al cuervo. — Kawaritai no tiene ese problema. Es ponerle una mano encima y te la aparta con el pico, que le descolocas las plumas.

— ¡Es lo normal! ¡El raro es él!

Lograron sacarle una pequeña sonrisa.

Sabito terminó de pelar la manzana y se comió la cáscara por un lado y compartió el resto con los cuervos.

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