Cap. 12 Jamais Vu

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Volvió al trabajo, a ese extraño lugar dónde la confusión reinaba. Dos edificios, un puente.

Penélope Se detuvo un momento antes de entrar, los vio con detenimiento. Parecían gigantescos monolitos, tomados de la mano, como un par de trolls convertidos en piedra, al salir el sol de algún cuento de fantasía.

Suspiró, debía recordar el compromiso, no el suyo, sino el de Morgana y Axel. Estaba cerca la resolución, habría firmas en un documento, un contrato nupcial, escaleras para subir y arroz para lanzar. Habría un sí, seguido de una aceptación implícita. Ni por todos los dioses, tempestades y calumnias su rival contestaría con negación a la pregunta clave del sacerdote. Aunque la verdadera pregunta era: ¿Ella, Penélope Mármol, era rival para la novia? Obvió la respuesta, era demasiado cruda.

Más que nunca debía evitar a la novia, el novio y la cuñada. No su cuñada, claro, la cuñada de la muérgana. Al menos eso se dijo. No era un objetivo fácil de lograr, por más que hubiera veintiséis pisos en una torre y veinticinco en la otra, la posibilidad de encontrarse con alguno de los tres personajes antes mencionados era tan alta como los edificios mismos.

Recicló la estrategia: no trapear el área de la directiva y apresurarse al realizar tareas de limpieza frente al puente, no permanecer más de lo necesario. ¿Cruzarlo? Ni hablar. De eso nada.

¿Lo logró?: No.

Si bien el lunes estuvo sin incidentes, el martes se encontró frente a frente con los futuros esposos en el pasillo B-21. Quiso que la tierra le tragase o mejor: que hubiera una puerta que le condujera a Narnia, Mórdor o Petare. A cualquier lado, menos allí. Bajó la mirada y se hizo a un lado para despejar el paso.

Pensó que no se iban a detener. Él no, pero ella sí, la Morgana se detuvo. ¿Por qué lo hizo? No quiso pensar en la palabra maldad. Sin embargo, ¿qué otra razón habría? ¿Los celos parecían un boleto de permisividad para actuar con perfidia y alevosía?

—Mira a quien tenemos por aquí. Penélope Glamour sin su auto rosado. Amor... ¿Cómo se llamaba? —dijo con exagerada ironía.

—El Gatito Compacto —respondió Axel muy serio.

—Ese mismo.

Penélope contó hasta diez. "Papá. ¿Por qué se te ocurrió ponerme ese nombre?"

—Señora Morgana, señor Axel —saludó Penélope, tratando de conservar algo de dignidad.

—¡Señorita! —corrigió la novia —Aunque dentro de poco seré señora, es correcto: la señora Morgana Morgan de Rousel.

—Así lo he sabido, señorita.

—¡Axel! Por cierto, ¿no has invitado a tu amiga a la boda?

Penélope, que a todas estas no había levantado la mirada del piso, se fijó en los ojos del hombre parado al lado de la dama que restregaba su suerte delante de ella, buscando algún rastro de consideración. "Amarra tu loca, por favor".

—De esas cosas se encarga Gertrudis. Ha estado un poco liada con la asistente nueva. Creo que la muchacha no da pie con bola —contestó el mencionado, sonriendo—. Ella es quien debería saber. Además, la señorita Mármol y yo no somos amigos. Somos empleador y empleada. Nada más.

—Pobre Gertrudis —opinó Morgana.

"Pobre Carolina, que tiene que aguantar a la vieja déspota esa". Pensó Penélope.

Morgana sacó su celular de la cartera.

—Gertie, mi vidita, sí soy yo. Gracias mi corazón de melón. No, no hace falta. ¡Qué no! ¡Eres una viejita traviesa! No me hagas sonrojar, estoy en el pasillo B-21. Ya, ya. Tú sabes que te llamo así de cariño, no es por mal. Eres mi abuelita putativa. ¡Jaja! ¡Qué ocurrente eres! —hizo una pausa —Mira viejita refunfuñona, ¿me podrías enviar la invitación de Penélope Mármol con Carolina? ¡Jaja! Penélope Yoyo. ¡Eres incorregible!

Axel AlexADonde viven las historias. Descúbrelo ahora