Cenicienta

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Fue tanta la ansiedad de Penélope que, en vez de esperar su visita, fue a casa de Carmilla. Bueno, tanto como casa no. Vivía alquilada en un apartamento tipo estudio, en una urbanización de edificios cercanos. Quienes, alguna vez, habían sido símbolo de estatus social en el sur de la ciudad, en la actualidad era un complejo urbano que luchaba contra la decadencia y su ubicación geográfica.

Los padres de Carmen no aprobaban su orientación sexual, lo que ocasionó serios problemas familiares y una eventual disociación. Dando como resultado a Carmilla, una mujer solitaria, fuerte, blindada por dentro y por fuera, con una sola meta en la vida: triunfar.

No significaba solo un nombre artístico, era la renovación de una voluntad, el grito de libertad y poder que requería. Ella era hermosa, alta, coqueta, muy femenina. Los caballeros se le acercaban como abejas a la miel y ella los dejaba acercar hasta cierto punto, luego los despachaba con elegancia. Para quien no la conocía bien, era ella una mujer fatal, sin corazón, que arrastraba a los hombres a la locura. Nada más alejado de la realidad. Era tan simple como que a ella no le importaba el sexo masculino.

En fin. Penélope fue caminando, como otras tantas veces. Aunque le había tomado cierto nivel de pavor a Carlitos, esa mañana de domingo lo buscó con la mirada en los alrededores. Quería preguntarle si él había visto la camioneta. Ella estaba muy segura que sí. Eso corroboraría su idea, no estaba loca: Alexa le había traído hasta su casa el día anterior.

Subió hasta el primer piso. Los vigilantes de la residencia le dejaron entrar sin problemas. La conocían y era de plena confianza. Carmilla le recibió con sorpresa, no esperaba su visita. Vestía en shorts muy cortitos y un top deportivo, cubriendo sus pequeños y gráciles pechos. Eran del tamaño perfecto, como dictaban los lineamientos de la moda. Cosa que reafirmaba lo que se pensaba de ella: poseía el cuerpo perfecto, la barriga plana, definida pero no marcada, una altura adecuada, un metro setenta y dos, cabello rubio, tenido, largas piernas y brazos y un trasero redondeado, con forma de corazón, nada exagerado, justo y comedido. El ancho de sus caderas estaba sutilmente estilizado en un suavizado crescendo. Esa era su amiga, Carmen Morales ahora Carmilla Mirelles.

—¡Penny! ¡Qué alegría! No te esperaba tan temprano, pero tú siempre eres bienvenida. ¡Pasa! ¡Pasa!

—Sí, disculpa que no avisé. Tenías el teléfono apagado.

—Cierto, estaba cansada y lo apagué porque no quería molestias.

Penélope hizo un puchero.

—¡Tú no, mi Penny! Tu nunca serás una molestia. Sentémonos en el sofá, hablemos en voz baja, tengo compañía.

—¡Ay! ¡Perdón! No quise interrumpir nada. Si quieres vuelvo luego.

—No seas tonta. Ya estás aquí. Es una amiga modelo, Soraya. No sé si la recuerdas. Creo haberte la presentado.

Penélope reflexionó el asunto y no, no tenía ni idea de quién se trataba. Sin embargo, nada dijo acerca de ello. En vez de eso hizo otra pregunta, menos reflexiva.

—¿Es tu novia?

—No —dijo, sonriendo la rubia—. Hemos tenido nuestras aventuras, pero nada serio. Digamos que disfrutamos de nuestra compañía mutua por ratos, pero no permanentemente. De lo bueno poco, si se hace costumbre, hasta lo bueno aburre. ¡Ven! Tengo mucho que contarte del evento. ¡Fue grandioso!

Penélope tenía mucha necesidad de relatar su dilema, no obstante, le cedió la palabra a su amiga. Si quería ser escuchada, primero debía oír.

La rubia le relató un sin fin de detalles, los preparativos, la música, los vestidos, la ropa, los calzados y la respuesta del público. En fin, todo aquello que le pareció importante. Penélope asintió, rio o asombró, según fuese la anécdota, sin embargo, nada tan asombroso, o, mejor dicho: impactante, que ver en cada foto y en cada rincón a una Alexa presente de principio a fin de la velada.

Axel AlexADonde viven las historias. Descúbrelo ahora