VII. Fuego

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Louis le ayudo a bajar del caballo, tomándolo de las caderas firmemente, hasta dejarlo en el suelo. Su cercanía siempre conseguía intimidarlo y a duras penas podía mantenerle la mirada por escasos segundos.

Pero está vez lo hizo, alzó la vista y lo miró a los ojos. Aún no había terminado de crecer, por lo tanto, el alfa aún le llevaba unos buenos centímetros. Los ojos azules ya lo observaban, indescifrables y fieros.

Harry mantuvo la vista alzada, expectante, anhelando algo que solo el alfa podía darle.

Su tan esperado momento de unión, dónde finalmente se convertirán en alfa y omega para siempre.

El ojiazul se acercó más, hasta casi tocar su pecho, causando que inevitablemente retrocediera con timidez. Bajó la vista, apenado por su comportamiento temeroso.

Louis le puso un dedo bajo la barbilla y le levantó la cabeza para que lo mirase a los ojos una vez más. Lo asió suavemente por debajo de los brazos, para levantarlo y lo sentó sobre una roca redondeada, para que observará atentamente.

El alfa se dirigió hasta su caballo para tomar una suave manta de pieles de zorro que tenía allí, las cuales tenían una suavidad y una calidez incomparables, y tomó un par de mantas más, mientras se ponía el sol, y el paisaje se teñía de amarillo.

Acomodó las pieles encima de la hierba llena de flores amarillas, las mantas alrededor y luego se sentó en el suelo ante él con las piernas cruzadas. Por fin sus rostros casi a la misma altura.

Y Harry no sabía que hacer de repente.

—¿No es hermoso? —Pregunto, se refería al deslumbrante paisaje de las flores bajo la luna que ya despertaba, estando tan nervioso, no se le ocurrió nada más.

Louis no respondió. Se acomodo el cabello hacia atrás, que ya le llegaba justo debajo de la garganta. AL contrario de los otros mongoles, Louis no llevaba el cabello largo, ni mucho menos trenzado.

Tan diferente de Harry, quién sí tenía el cabello largo y rizado sujetado de algunas trenzas.

Después de unos valiosos momentos, el alfa empezó a desatarse la pesada chaqueta encapuchada, y se la quitó por los hombros, hizo lo mismo con la camisa hasta solo quedar con los pantalones.

Cando terminó, Louis hizo un gesto. A Harry se le secó la garganta, pero comprendió perfectamente.

Lentamente, con mucho cuidado, se acercó hasta llegar a él y empezó a ayudarle con los broches de su cinturón de cuero.

Le llevó mucho tiempo hasta conseguir dejarlo desnudo como en su día del nombre.

Cuando acabó de ayudarlo, estaba tan ruborizado y con las mejillas tan calientes, que evitaba mirarlo a los ojos, y sobre todo mirar toda esa inmensa porción de piel desnuda y acaramelada, que mostraba el inicio de un vello casi rubio, apenas visible.

IMPERIO (L.S.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora