XXIII

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Sigo congelada,

bajo la fuerte ventisca.

Como mi cuervo, todo negro.

Pero siento una voz bendita.


Alguien se acerca a mí,

debería temer,

pero su cuerpo irradia,

un calor conocido que quiero tener.


Siento cómo me carga,

mi cuerpo ya no se siente gélido,

me susurra al oído,

que él es el refuerzo.


Le digo que no puedo verlo,

que mis ojos ven todo ciego.

Él se ríe y me dice que no me preocupe.

Conozco la voz, pero entre la conmoción,

no puedo reconocerlo.

Luna de Nieve y SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora