Orgullo

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Treinta y cinco años de carne y hueso se hallaban sentados frente a la playa, sobre una toalla de un color gris, ciertamente diferente a lo usual. A su lado, el mismo artículo de playa de tela del color de las fresas, protegía el trasero de una pequeña criatura de cuatro años y tres meses, ni un día más, ni un día menos, del suplicio de aquellos granitos de arena, invisibles, que tanto habían hecho sufrir a su madre. El bañador de la pequeña, también de color rosa, hacía juego con la toalla, creando la estética perfecta que la mujer sobre la toalla gris había buscado al comprar los preparativos para el primer día de la pequeña en aquellas dunas de color dorado, que habían ido siguiendo la vida de su progenitora.

No había terminado bien, el último encuentro entre ella y el mar, y muy consciente de ello, había vuelto para demostrarle a las olas que la felicidad era muy presente en su vida, y su alma no había muerto al conseguir la gratificante sensación de comprensión y apoyo de los seres humanos que vivían a su alrededor. Por eso había decidido llevar a su hija al lugar, una muestra de su triunfo como mujer adulta, casada y madre. No obstante, su necesidad de demostrar el triunfo a la playa, cinco años después de su último encuentro, era una prueba más que suficiente de que la mujer había evolucionado, hasta convertirse en la adulta que tanto deseaba ser, gran protectora de su propio orgullo, e incapaz de reconocer cuando otro tenía la razón. Había cubierto con césped y hierbajos la tierra que se había desprendido sobre los pozos que habían sido sus ojos, con tal de mantenerlos así, superficiales, con tal que pudieran pasar desapercibidos.

Porque al fin y al cabo, tal vez no era tan feliz como creía ser, y tal vez eso indicaba que el murmullo de las aguas aquella feliz noche de agosto, cinco años atrás, le habían brindado un buen consejo. Pero era imposible que lo reconociera, porque una mujer como ella, casada, con una hija, que era capaz de disfrutar de un día de playa junto a su pequeña, mientras su marido trabajaba antes de reunirse con ellas para disfrutar de un delicioso manjar, no podía ser víctima de la infelicidad. ¿Acaso no amaba a aquel al que llamaba "amor"? Una sombra de horror cruzó su rostro al imaginarse algo aún peor ¿Acaso no quería a su hija? Ella quería estar allí, viendo cómo el fruto de su vientre jugaba con cubos y palas, removía la arena construyendo castillos que nunca poseería más allá de su imaginación. ¿O no? Por supuesto que sí. ¿Qué tipo de madre sería sinó?

<<Me alegra verte de nuevo, aunque seas toda una mujer.>>

Se sintió satisfecha al recibir la prueba de su triunfo en el modo en que las aguas rompían con fuerza antes de acercarse a la orilla, algo que reflejaba el resentimiento que había sentido en la voz que había oído en su cabeza, pero que nadie había pronunciado. La pequeña no se había percatado, dedujo la mujer tras percatarse de que su hija seguía entretenida llenando su cubo, que ya contenía agua hasta la mitad, con paladas de arena oscurecidas por las gotas de agua salada que caían de sus mojadas coletitas.

- Cariño, no levantes tanta arena, que te estás llenando el pelito de suciedad. - La niña siguió a lo suyo, por lo que la mujer decidió abusar del potente tono que, como madre, tenía derecho a usar, y repitió sus palabras, de una forma menos dulce. - Cariño, la arena.

La niña, entonces, volteó la cabeza, y al cruzarse con la mirada seria de su madre, decidió empezar a coger con sus pequeñas manitas porciones de aquella playa, e introducirlas en el cubo con sumo cuidado, para no hacer que su madre recurriese al siguiente tono de su repertorio.

- Así mucho mejor, mi amor. – La sonrisa que siguió el comentario, se materializó en los labios de la niña, como si su cara fuera un espejo de la de su madre.

Aquella sonrisa, por un motivo que había olvidado, heló una gotita de la sangre que recorría sus venas, que fue transmitiendo el frío, gotita a gotita, por toda la sangre de su organismo, despertando un terrible escalofrío, que la recorrió por un instante, antes de que un golpe de brisa la despertara.

Playa de mi vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora