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Al día siguiente Cassian no apareció, una mezcla de alegría y decepción acompañó su ausencia, alegría porque podría entrenar a mi ritmo, sin tener a nadie a quien tener que seguir o a quien tener que demostrar que valía la pena que estuviese conmigo en mi camino, decepción porque pensaba que quería entrenar conmigo tanto como yo quería entrenar con él, puede que fuese duro pero su compañía me ayudaba, sabía cómo darme palabras de aliento cuando yo me repetía a mí misma una y otra vez mentalmente las mismas palabras que habían formulado en mi contra desde que tenía uso de razón y mis poderes no hicieron acto de presencia.

No podía no culparme de ello, al igual que no podía evitar quitarle la culpa a él, probablemente la noche anterior se aburriera viendo como una novata no era capaz de seguir unas sencillas instrucciones y cuando lo hacía solo había quejas, probablemente no le gustó ser el pañuelo para secar mis lágrimas y la tirita para curar las heridas de mi infancia. Una parte de mi quería creer que simplemente estaba ocupado, la otra pensaba que quizás fuese tan horrible para él mi compañía que no quiso aparecer a pesar de que recuerdo que dijo que lo haría.

Era ya casi de noche, no había salido en todo el día de mi cama, apenas podía mover el cuerpo y solo tuve fuerzas para coger el libro que descansaba sobre mi mesilla de noche y leer esperando que llegase el momento en el que el sol se escondiera para volver a levantarme a sufrir como lo había hecho la noche anterior.

Llegada la hora de salir toda esperanza de que apareciese en mi casa desapareció, por lo que decidí que no podía esperar que hiciese acto de presencia y simplemente me levanté sintiendo como miles de pequeños gnomos pinchaban mis músculos desde el interior con sus diminutas espadas. Mover mis piernas para andar se sentía como una odisea, pensaba que quizás hoy podría descansar, que me lo merecía después del sobreesfuerzo de ayer, pero sabía en el fondo que si hacía eso probablemente no volvería a entrenar, que la disciplina es algo que tenía que trabajar diariamente y que no podía simplemente esperar a tener ganas de hacerlo, porque, siendo honestos, nunca tendría ganas.

Tras enfundar mis pies en las zapatillas que usaba para andar por casa caminé como pude escaleras abajo, sentía ganas de llorar con cada paso que daba, fui hacia la cocina en busca de un café, necesitaba energía para lo que me esperaba. Me sorprendió no escuchar a mi familia que normalmente tendían a ser muy ruidosos por lo que taza en mano fui hacia el salón donde los ví sentados alrededor de la mesa hablando con alguien que me daba la espalda.

No era Cassian, su cabello era corto y más oscuro que el de mi compañero del día anterior, hablaba tranquilamente y mi familia lo escuchaban mientras contaba algunas cosas sobre dónde y cuándo tendrían lugar los entrenamientos. Estaban tan concentrados en sus palabras que ni siquiera se percataron de que yo, la única dispuesta a entrenarse, estaba escuchando la conversación.

Carraspeé llamando la atención de todos los de la sala, y cuando el desconocido se giró sentí como me helaba desde lo más profundo de mi ser.

Unos ojos color avellana me miraban fijamente, de arriba a abajo analizando mi atuendo, y juraría que en su cara que parecía hecha de mármol se asomaba la sombra de una sonrisa que contuvo. Deseché ese pensamiento ya que los pocos encuentros que había tenido con él solo me habían servido para descubrir una cosa, y es que de todas las personas que conozco, probablemente él era el único que no portaba sentimientos alguno, o al menos no los dejaba ver.

Azriel me miraba desde la mesa del salón y no sacaba sus ojos de encima de mí, como si me estuviese analizando, analizando qué podría hacer yo al verlo sentado allí, cuál sería mi próximo movimiento, eso sí me parecía más propio de él. Emití otro sonido algo incómoda, ya que todo el salón pareció enmudecer al verme allí de pie y entonces fue mi padre el que habló.

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⏰ Última actualización: Mar 10 ⏰

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