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Las calles de Velaris estaban repletas de personas, bebiendo, riendo y bailando, llenando estas de alegría a una ciudad que se encontraba ajena a todas las guerras que sucedieron fuera de nuestras fronteras. Yo caminaba tranquilamente sintiendo como la alegría inundaba mis pulmones, admirando como todos en aquella ciudad eran felices y se divertían. Esta noche, el alto Lord de la corte había decidido dar una fiesta tras su regreso victorioso del campo de batalla y todos estaban entusiasmados con la idea de volver al desmadre que suponía una de esas fiestas. 

Habían muchas mujeres vestidas elegantemente, pero sin perder ese toque de picardía que caracterizaba a la corte, vestidos ajustados de todos los colores, dejando a la vista partes de su cuerpo que probablemente llamaban la atención de todos los hombres de la ciudad. 

Una de las mujeres era yo, escondida entre la multitud portaba un vestido negro ajustado a todas y cada una de mis curvas, con una abertura que dejaba a la vista de todos una de mis largas piernas que acababan enfundadas en unos tacones negros de punta fina con los que casi me mato intentando bajar las escaleras. 

A lo lejos, tras una enorme calle repleta de pequeños negocios locales, se elevaba, sobre una de las colinas, la mansión en la cual tendría lugar esa fiesta, una de las casas del Lord, utilizadas únicamente para festividades como estas. 

Sentía que iba a morir caminando todo el largo trayecto hasta llegar a ese lugar, con el pequeño tacón que me hacía incomodo el paso. Intenté ignorar las punzadas de mis pies, que rogaban que me sentase, para seguir admirando a las personas amontonadas en la calle, algunos parecían ir también a la fiesta, otros simplemente se habían montado su propia fiesta en la calle principal de la ciudad. 

Tras lo que me pareció una eternidad, conseguí llegar a la puerta de aquella enorme mansión, de corte moderno, la cual había contabilizado que al menos tendría tres plantas de altitud y dos enormes jardines que la mantenían en el centro de toda la parcela. 

Llamé a la puerta que estaba adornada con dos enormes maceteros de lilas, no tardó mucho en abrirme una mujer con una sonrisa amable en el rostro, era de mediana edad, pelo castaño y nariz afilada y vestía un sencillo y cómodo conjunto de pantalón y camiseta del mismo color carbón que mi vestido, no tardé en deducir que probablemente perteneciera al servicio que esta noche nos atendería mientras trascurriera la fiesta. 

Al entrar, dejándole mi pesado abrigo a la señora que me atendió, vi como no tenía nada que envidiar a la fiesta montada en el resto de la ciudad, mujeres y hombres de belleza sobrenatural bailaban animadamente en el centro de unos de los salones que conformaban la mansión, sonreí ante la imagen ya que tras tanta guerra era bonito ver como las personas tenían vidas completamente normales ajenas a los conflictos que habían sucedido, ajenas a todos los males que se escondían detrás de los muros de la ciudad. 

No tardaron mucho en llevarme una copa uno de los sirvientes que paseaban por la habitación vestidos de traje con una enorme bandeja de bebidas dispuestas para todos los invitados, barra libre, eso era lo que había conseguido que abandonase mi madriguera para acudir a un evento social, definitivamente me lo pasaría en grande acompañada de las copas de vino y Champagne que ofrecían.

Me senté en uno de los sillones que se acomodaron al rededor de la pista de baile, sintiendo como mis pies prácticamente lloraban de alegría al acabar la tortura que mis tacones le supusieron. Solté un pequeño suspiro de alivio al conseguir calmar la punzada que ya se hacía casi inaguantable tras el largo camino hasta allí, me maldije por haber obedecido a la orden de una de mis hermanas mayores, la cual me impidió salir de la casa hasta no haberme puesto un calzado "acorde con la situación" como ella había dicho al ver que iba a salir en unas sencillas sandalias color tierra, que aunque no conjuntaran con el resto de ropaje, sentía que serían mucho más cómodas, y no me equivocaba.

Empecé a moverme al ritmo de la música, hechizada por la canción que retumbaba en toda la sala vibrando en cada centímetro de mi cuerpo, aun sin abandonar el sofá que probablemente sería mi compañero de noche junto a las copas de alcohol que danzaban en la sala en las bandejas de los sirvientes.

Poco después de mi llegada, apenas tres copas de vino después, el silencio golpeó toda la sala, y con razón, alcé mi vista para ver que ocurría y tres hombres irrumpieron en mi campo de visión, en la parte superior de la escalera se alzaban tres cuerpos esculpidos por el mismísimo caldero.

El primero, situado a la derecha miraba la sala con una calma y seriedad que a cualquiera le habría helado la sangre, era alto, con el cabello oscuro, piel bronceada, tras su espalda eran visibles las alas plegadas típicas de los Ilirios.

Sus ojos color avellana analizaban a todos y cada uno de los integrantes de la fiesta, tras de si habían pequeñas sombras que bailoteaban al rededor de su cuerpo y parecían susurrarle al oído. Su rasgo más característico, sin tener en cuenta su belleza que haría suspirar a cualquier mujer u hombre que estuviera cerca, era una enorme cicatriz en su brazo derecho, evidencia de que, efectivamente, era un guerrero como el resto de su especie. 

A la izquierda se situaba un joven alto, con el cabello oscuro hasta los hombros, tras los cuales también se podía vislumbrar las enormes alas escondidas tras su espalda, sus ojos también eran color avellana, pero sus facciones eran muy diferentes al del primero, ya que a pesar de estar sonriendo, con apreciable admiración por su entrada triunfal y lo que ello causaba en todas las mujeres allí presentes, sus características eran mucho más ásperas que las del primero, como si el caos hubiese tenido un hijo y el fuese fruto de ello. 

En el centro, como un sueño, se encontraba el alto Lord de la corte noche, el anfitrión de la fiesta, el cual era objeto de los sueños más húmedos de todas las presente, para ser sincera cualquiera de los tres podía ser el deseo de toda mujer que se encontraba en esa sala. 

Rhysand se encontraba en el centro, su gran altura destacando por encima de los dos anteriores, su cabello era negro, un negro que parecía atrapar toda la luz que se encontraba en la estancia, estaba bronceado, probablemente por las largas horas bajo el sol en batalla, sus ojos eran de un azul intenso, tan intenso que parecían color violeta. Sonrió a la multitud que se encontraba bajo sus pies, a tan solo una escalera de distancia. 


PersiguiéndoteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora