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Golpear el saco de box más cercano lejos de aliviar la carga en el pecho de Park solo parecía multiplicarla. Si se concentraba con precisión podía rememorar cómo sus manos habían apresado el seguro de la Glock y segundos después el ruido de las detonaciones taladraba sus sentidos, manteniendo la esencia a pólvora seca sobre su sensible olfato y la sonrisa siniestra de quien debía considerar su jefe.

—¡Bastardo, manipulador!

Golpeó con más saña el saco de box y el silencio en el Anexo le dio la respuesta. Quién en su sano juicio se levantaba a las tres de la mañana a entrenar como si las olimpiadas estuvieran a la vuelta de la esquina... solo él que no tenía otra manera de salir de aquel acuerdo con tendencias a complicarse.

Nadie le podía arrancar de la cabeza la idea de que había mucho más detrás de los acontecimientos del mediodía. Aun cuando sus compañeros en el equipo de seguridad que rodeaba a Min lo hubieran minimizado diciendo que se harían cargo de limpiar la evidencia, como si fuera algo del día a día.

Recordar cómo los gemelos Song habían sido drogados y redirigidos a Japón le revolvía el estómago. Así funcionaba, y Min no mentía cuando la noticia de un verdadero campeonato de kickboxing y boxeo profesional sería la cortina de humo perfecta para enmascarar los verdaderos planes del pálido.

Hacerse con la corona de las mafias a nivel internacional, enterrando la imagen del humilde vagabundo que creciera en un tugurio de Daegu para reclamar al Rey Dragón del que tanto alardeaba, esa era su ambición. Jimin terminó dejándose caer sobre la madera pulida con los brazos y las piernas extendidas.

Su pecho subía y bajaba conteniendo un jadeo de cansancio mientras la tela grisácea de una de sus sudaderas favoritas se humedecía a cuenta del sudor.

—Quisiera tanto cerrar los ojos y nunca más despertar...

Su propia voz le sonaba vacía mientras el suave aroma a mandarinas y caramelo se balanceaba ligeramente con las notas de roble del pulcro gimnasio.

Una curiosa sombra había contemplado todo su ataque de entrenamiento y ahora se despeinaba la rosácea cabeza antes de colocar una botella de agua a una prudencial distancia de Park.

Jimin percibió el cambio en la atmósfera antes de encontrarse con los inquisidores ojos del cachorro llamado Yeonjun. El más joven amplió la sonrisa agridulce que exhibía para sentarse como un indio y golpear con la botella de agua las costillas de Park.

—¿Por eso eres el mejor, verdad? Dicen que la hora dorada para todo es a las tres de la mañana. Incluso para estudiar Nam piensa así, no me vendría mal entrenar a esta hora...

El de ojos verdes y cabello grisáceo se incorporó arrebatándole la botella de agua al menor. Yeonjun suspiró sin dejar de mirarlo. Había algo en Jimin que le incomodaba y al mismo tiempo le atraía.

Quizás porque había golpeado a su hermano dos veces o porque daba la impresión que a quien creía un alfa de carácter arisco podría convertirse en su Imperio Romano. No estaba seguro, pero por algún sitio tendría que iniciar hacer las preguntas correctas, y el peligris era, sin dudas, la punta del iceberg.

—Las tres de la mañana es un pecado para cualquiera. Deberías estar durmiendo y dejar de perseguir a alguien que no sabe lo que quiere. Créeme, niño, eres muy afortunado por conservar tu libertad...

Contestó Jimin terminando la botella de otro largo trago. Yeonjun se miró la punta de los pies antes de arrugar el ceño.

—Solo estaba tratando de entablar una conversación. La verdad, estoy aquí porque no aguanto la cantaleta de Taehyun sobre pedir disculpas y esas cosas. Suelo desquitarme con el box o las carreras cuando estoy estresado.

•Alma de Alfa•ymDonde viven las historias. Descúbrelo ahora