Reino de Discordia

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Astrid.

Aquel colegio era reconocido por su excelencia académica, los trofeos que han ganado en distintas competencias y las lujosas instalaciones cuya atracción de otros estudiantes que desean inscribirse en una institución como está es similar a los parques de diversiones, interesantes.

La verdad, en el recorrido no me agrado mucho debido a un presentimiento de esos terribles que te causan jaqueca. La mayoría de los alumnos tenían una disposición muy baja, mirándome con emociones de miedo o suspenso en más ventanillas de las aulas. Los profesores me mandan señas con las manos, como si de un manuscrito se tratase. Los de servicios generales se detenían de su arduo trabajo para voltear a verme fulminante, con una expresión que mostraba silencio y suspenso.

Conforme cruzaba los pasillos, la oscuridad se apoderaba del colegio, el intenso frío atravesaba mi piel hasta los órganos, donde se generaban leves escalofríos. Las tinieblas del oeste progresaban y tapan las edificaciones más altas visibles desde mi posición. Caminaba junto a mi madre adoptiva llevando un vestido rojo, tacones rojos y un sombrero grande negro que le cubre la cabeza. Mi padre se estancia en su trabajo de empresario pegado a una oficina reducida a los dos metros de ancho y largo, mientras que de alto se calculan unos diez metros.

Cuando ingresamos al salón, varios compañeros en un uniforme formal como es costumbre en México me veían con extrañeza, con duda y asombro. Algunos en las últimas filas murmuraban y al frente solo fingían escribir lo que aparecía en el tablero.

El maestro, un hombre gordo se aproximadamente 40 años, de ojos cafés, tez blanca, con barba y viste una bata de laboratorio con una mirada tensa, abrumadora similar a un estado de estrés permanente. Su gentileza de presentarse como Samir, un nombre del Medio Oriente me hizo pensar unos minutos que de algún lado era de allá, pero proviene de Guatemala, un país hermoso con monumentales con conexiones indígenas aztecas y mayas.

Sus explicaciones estaban del cálculo diferencial, gráficas que en Rusia no se tratan a fondo.

Al retirarme, me deja una mirada seria tenaz que en sus cejas se marcaba demasiado. Los compañeros también se despidieron con un ánimo fúnebre, resaltado en sus labios de tristeza o miedo. Acto seguido, nos retiramos del aula pasando al pasillo donde nos dirigimos inmediatamente a la salida para pactar mi ingreso a aquel colegio. El director entusiasmado nos invitó a participar en las actividades extraescolares ya que fueron reconocidas por una tal asociación de colegios en CDMX.

El auto de mi madre ya estaba aparcado al frente de la entrada del colegio. El director y nosotros dos nos despedimos con un apretón de brazos y llevándonos un folleto con la descripción detallada de la institución, apareciendo las actividades, su misión, visión, historia y reconocimiento a Manolo, hombre sobreviviente a la Primera Gran Guerra, destacando como fundador del Colegio San Judas y el cual falleció hace años debido a un paro cardiaco en 1989.

En la noche, al caer el sol en el horizonte y despertándose los astros en el obscuro cielo, nos ubicamos en la mesa, cenando un pollo asado envuelto en una ensalada rusa y un jugo de tomate de árbol. Mi madre adoptiva hablaba por teléfono con sus amigas del club en Rusia sobre nuestra recién experiencia en México, relatando miles de maravillas, se burlaba constantemente sobre la barba de Samir.

Pasadas las nueve y alistando mi mochila para mañana, siento un escalofrío en mi nuca que me hizo temblar de miedo. Al otro lado del pasillo, alguien me observaba y eso que mi madre ya se encontraba en su nocturno aposento descansando. Unos congelados dedos pasaban por mi nuca y mi espalda, sintiendo rasgar mi pijama, impactándome al punto de voltearme, averiguando por mi mamá quien me regaña con un grito de <<Basta>>.

Me acuesto a dormir, imaginando lo emocionante que puede convertirse el día de mañana conocer nuevas personas, nuevos maestros, las modernas instalaciones gracias a la autosostenibilidad ecológica de energías verdes y la educación engrandecida fruto del esfuerzo desde el pensamiento de Manolo. La tempestad afuera me reconforta, aliviando las conexiones neuronales y provocando mi sueño en minutos, deshaciendo el pensamiento anímico.

Dentro de ese sueño, la nieve de la gran Rusia cae y mientras los árboles a mi alrededor se blanquean, me daba cuenta de que estoy en un vagón de tren, viajando a cierta velocidad en línea recta, escuchando saltos de los vagones y la chimenea de humo, significando que ya se consume cierta cantidad de carbón. Caminaba lentamente en un estrecho pasillo, inspeccionando habitaciones vacías, cubiertas de sangre en las camas y cofres de madera sobre las mesas postradas al lado de las ventanillas donde se ve que estamos pasando en un puente que debajo se graficaba un lago congelado.

Me retiro de las habitaciones y prosigo hasta que el vagón termina y empieza otro a unos cuantos centímetros de distancia. Pero alguien me toca la espalda y me desvanezco como polvo a mitad de camino, yendo a una infinita oscuridad y teletransportándome a un salón de clases abandonado, con los pupitres partidos a la mitad, mochilas botadas en el suelo abiertas y con los útiles regados por las baldosas.

Atravieso el aula siendo simplemente un mar de sangre con cuerpos no identificados. Estaban marcados en sus espaldas con cruces, palabras en un idioma que parecían jeroglíficos y su temperatura bajaba a tal grado que el invierno, la nieve, afuera, los haría cubos de hielo. Al voltear al tablero, solo podía sentir un hueco dentro de mí, tan profundo y grande que mi corazón al ser alcanzado no latía lo suficiente.

"Vremya blizko": El tiempo está cerca.

Pintadas con un grafiti negro y derramándose unas pocas gotas al piso, juntándose a la sangre acumuladas entre maletines, asientos y cadáveres. Era una escena horrorosa. No se asemejaba a este mundo.

Entonces desperté al ver un hombre con una sonrisa de oreja a oreja, cortada con un cuchillo hasta las orejas y sin ojos. Aquel hombre me sonaba en varias partes, pero no lograba acomodar sus rasgos a uno de mis conocidos.

Era lunes y tenía el entusiasmo de asistir a la nueva escuela, la cual me recibiría con los brazos abiertos. La mañana se pinta de colores claros como el azul o el amarillo, permitiendo la entrada del sol a la capital mexicana. El autobús escolar apenas salió de las montañas, ya se aparca al frente de mi casa, tocando la bocina en señal de su estancia, esperando mi salida rumbo al colegio. Mi madre satisfecha por haber optado por una institución de excelencia me animaba completamente a salir sola, a afrontar el mundo por mi cuenta y subirme a un vehículo grande y repleto de estudiantes mirando sus celulares, algunos charlando, durmiendo y otros quedándose a mirar como si yo fuese un espanto.

Al subirme, la conductora sin expresar animo por verme, me manda atrás, en un rincón vacío, solitario y limpio. En cuanto me siento, el autobús comienza a andar por las carreteras rodeados por conjuntos residenciales a una velocidad mayor a la permitida, sentía yo. Me coloco mis audífonos y escuchaba Tchaikovski mientras notaba como algunos alumnos frecuentemente me observan curiosamente, similar a un mágico descubrimiento, pero, seguí relajándome gracias a las melodías redactadas por ese artista y ojalá estuviera todavía vivo a fin de admirar su bien elaborado trabajo en el área musical.

Recogen al último chico, quien se sienta a mi costado y se aparta un poco de mi lado, a lo cual reacciono, enviando una mirada de confusión y por tanto, él, ofreciendo mi mano temblorosa, acepto estrecharla. Acto seguido, me quito los audífonos y me dispongo a entablar una conversación con este chico.

- ¿Cómo te llamas? Soy Astrid. Vengo de Rusia.

-Miguel, un gusto.

-Soy nueva y estoy muy interesada en este colegio, se ve grandioso.

-Es una bienvenida al reino de terror, solamente -expulsa una carcajada.

Colegio San JudasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora