El pasadizo de hielo

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Astrid.

A veces siento una extraña sensación de melancolía, soledad y quisiera enfrente de un acantilado llamar la atención de las grandes olas que chocan con las piedras costeras, manchadas y mojadas por el agua salada que va y viene. A veces mi corazón, recordando esos momentos fatales de mi infancia, me obliga a detenerme en una duna de pesadillas, de ideas escalofriantes como la de suicidarme o esconderme en una cueva, resguardada por la lluvia o el sol.

Mary y Francy murieron por mi culpa. No tengo idea donde podrían estar mis padres y ni siquiera sé si estoy lista para entrar a una escuela, tener nueva familia o amigos los cuales me quiten felicidad o me den la felicidad como una gema extraída desde lo más profundo del manto. Es confuso y a la vez interesante como sigo viva después de esa gran tragedia y supongo que estaré sana por varias razones, con advertencias que caen como gotas de lluvia en mi presente y no me dejan continuar por el bosque de alegría o calma.

Me encuentro tallada en otro país, en otro continente, en otra cultura, en otra vida, la cual se cierra a expectativas crueles, negativas y más o menos concisas. Ahora, mi camino se traza con púas, espinas y trampas por cruzar.

Miguel, un chico de cabello marrón claro y riso, ojos azules, piel mestiza, mediano y en su mejilla izquierda se demarca un pequeño lunar de su contorno limpio y aseado. Lleva el uniforme que yo todavía no tenía debido a que mi madre adoptiva se hallaba en el proceso de compra en una tienda de ropa la cual varios colegios de la capital estaban concuerdo en vender sus productos e imagen al mercado. Él está en esta institución desde 2012 y la serenidad armando amigos lo ha hecho continuar estudiando en un espacio educativo tan rentable para el futuro de los jóvenes que ciertas familias consideran un sitio privilegiado en la urbanización principal mexicana.

-Vaya, se ve que eres un completo veterano.

-Sí, me divierto con mis amigos jugando fútbol o póker en los salones mientras la mayoría juega en el patio. Por cierto, nuestro colegio es tan bello que es considerado una joya arquitectónica ecológica.

-Eso vi ayer.

-Te recomiendo entablarte con los profesores de ciencias; son muy exigentes y enojones. Hasta dan miedo cuando caminan junto a ti cuando le preguntas algo. Sospecho que el de Química es Drácula en Latinoamérica – bota una carcajada la cual me da risa también.

Al llegar, entramos por el portón, dando una media luna a una pavimentada carretera exclusiva para los buses escolares y visualizando multitudes de alumnos dirigiéndose a sus clases antes de sonar la campana de inicio de jornada. Nos bajamos del vehículo, siguiendo nuestra conversación en las escaleras y los pasillos donde registro miradas de asombro o sorpresa por mi estancia.

Al ingresar a mi aula correspondiente, me percato que Miguel también está en mi salón, compartiendo las mismas materias, viendo diariamente a los mismos profesores y aprendiendo en un ambiente educativo casi igualitario. En ese espacio, habían sentados diez niños y levantados hablando con el resto o jugando unos cinco o siete niños o niñas. El maestro aun no ha llegado a su escritorio con sus cosas, así que me dispuse a conocer los amigos de Miguel, quienes en el piso jugaban póker, apostaban dinero o joyas que cargaban en su cuello o muñecas.

-Hey, Marcos – se da un abrazo como saludo a un chico pelinegro, de ojos marrones, piel mestiza, cabello liso y de mediana estatura – Mira, te presento a Beatriz.

-Astrid – replico.

-Exactamente – se separa de su compañero y organiza sus cosas en su pupitre.

-Un placer, soy Marcos. Te presentaré a los demás. Oye, esto te sonará incomodo, pero ¿acaso eres rusa? Lo digo por tu acento.

-No seas tonto, Marcos, ¿Cómo le vas a preguntar ese tipo de cosas? Apenas entra al colegio y ya la incomodas con eso.

-Tranquilos. Y si, soy rusa. Vengo de lo más profundo de Siberia.

-Wow, debes amar el frío – acto seguido se ríe levemente.

-No mucho, amo más este clima.

Luego de esa pequeña charla, se levantan del suelo, cuatro chicas y dos muchachos. Sus nombres: Francisca, Manuela, Sandra, María, Sebastián y Raúl. Cuando Marcos y Miguel me los presentaron, olvidaron el miedo y me invitaron a jugar póker. En eso siente como un fugaz recuerdo viene a mi mente con terror y maldad.

Estaba encerrada, en un túnel gigante que se dispersa a miles de kilómetros de distancia y mi respiración se agita y aumenta a medida que voy avanzando, voy pisando la nieve, oliendo cuerpos en estado putrefacto y sombras caminando en el techo como arañas a través de sus telarañas.

Por fortuna solo sucedió un segundo.

El resto de la partida me la pasé pensando en ello.

Cuando por fin el profesor de la primera clase arribo a nuestra puerta, quiso que me presentará frente a todos, temiendo de alguna crítica o vil burla y, según cómo recuerdo y recapacito, lo anuncié hacia los cuarenta estudiantes prestando atención a mis palabras, en especial, un grupo cerca a la puerta, cuya comprensión de la larga o dura historia atravesada en mi infancia allá, en la imponente Rusia nevada, barrida gracias a la soledad o los misterios los cuales asechan llanuras, bosques o ciudades carentes de población.

Al final, me invita a devolverme a mi asiento, al frente de Miguel y detrás de Marcos, quien con dificultades visuales está en la primera columna, a unos cuantos metros del tablero. Su emotivo mensaje para resurgir, renacer o simplemente salir de esa etapa me provoco náuseas, un mal presentimiento.

La clase de historia, precisamente, hablaba del sangriento conflicto o Revolución Rusa, su explicación me genero miedo y los rostros de aquellos soldados con una excesiva seriedad o ira me aterro que decidí agachar mi cabeza a mis zapatos relucientes y recién comprados. En resumen, una fatalidad dentro de mi organismo deseando retirarse corriendo.

La campana suena y toda la clase con sus alimentos va saliendo a los pasillos, riéndose, hablando o haciendo carreras por ver quien llega primero a la cafetería. Apenas iba saliendo, el profesor me detuvo, sosteniendo mi brazo fuertemente y arrastrándome adentro sin que nadie se diera cuenta o ver a nadie más siendo rodeado por las cuatro paredes construyéndose el aula de clases.

-Esto es algo muy serio, señorita Astrid y quiero que llevemos este tema en una confidencialidad máxima. ¿Entiende?

- ¿A qué se refiere, profesor?

-De Manolo...

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