El libro del siglo

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Astrid.

Al sentarme en una de las sillas que rodean una mesa circular y con capacidad de siete personas, me percato de su juego de mesa en vivo y en directo, compitiendo por el primer lugar mientras comen, hablan y se ríen a carcajadas de chistes malos; diría mejor humor negro.

-Es póker combinado con parqués. Yo lo llamo no perder dinero en el intento - dice Marcos.

-Oigan, ¿ustedes no se han dado cuenta que todo el mundo se me queda viendo?

-No, de hecho, este es un día agitado por los exámenes ¿no es así, muchachos? - nadie les contestó.

- ¿Saben qué? Mejor voy al baño, tengo que lavarme las manos - me levanto de la silla, me retiro de la cafetería y entro a un solitario baño, cuyo origen de una visión me altera la mente, el cerebro, los sentidos, mis sentimientos y las sensaciones externas que orbitan en mi ser.

Resulta que, en el espejo, podía apreciar a una niña pequeña usando un uniforme de una época diferente, era más gris, más oscuro y la falda les llega a sus zapatos negros cubriendo medianamente las medias blancas largas.

Me señala con su dedo índice de la mano izquierda y con un tono de voz dulce me dice:

-Astrid, ¿quieres jugar un juego?

- ¿Quién eres?

-Soy Paula.

-Te ves diferente a los otros, ¿Por qué? ¿No trajiste el uniforme correcto?

-Quiero mostrarte algo - se va de mi vista a los inodoros separados por paredes de metal un poco levantadas del suelo, cubriendo el cuerpo de la gente hasta las pantorrillas. Iba caminando lentamente, dejando atrás una nube blanca esparciéndose a su alrededor, forjando un túnel de oscuridad, generando misterio, incomodidad, suspenso y nerviosismo.

Tocaba las puertas de los cubículos suavemente con ayuda de sus frías manos congeladas y termina en la última arrimada a un rincón cerrado sin luz. Entra como si un desastre o una matanza hubiera ocurrido, pero era un agujero de tierra cavado hacia abajo donde el infierno se distribuye por raíces y nace en la cabeza de las personas como bacterias.

Nos arrodillamos y avanzamos por un complejo de túneles que conducen hasta lo más profundo, donde las tuberías del agua, el gas o la electricidad pasan para otorgar los servicios básicos al colegio. Ni siquiera la luz solar entra y los espíritus abundan como cucarachas despiertas de su letargo infinito. El espacio se estrecha y la niña comienza a emitir de su cuerpo una luz azul, viéndose todavía la nube blanquecina a su alrededor como los anillos de Saturnos en forma de polvo.

De pronto, se voltea y muestra sus innumerables colmillos y ojos blancos dispuesta a comerme, a cazarme como un ciervo siendo ese un espacio estrecho favorable para ella obtener alimento, más específicamente sangre, huesos, órganos y piel de gallina por las terribles convulsiones dadas dentro de mi organismo.

Era una alucinación.

Abro los ojos y todavía me encuentro de pie mirándome al espejo respirando agitadamente como si de una maratón hubiera pasado y ganado. Mis manos tiemblan del dolor, del frío y mis piernas estáticas pero inestables al mismo tiempo. Los ojos no los dejaba en un mismo sitio, apreciando diversas características físicas apenas despierto de aquel trance cuyo terror había causado un mal presentimiento de esta escuela.

En eso entra Sandra tomando un bote de agua de un litro mientras trae consigo una cartuchera con todo su maquillaje. Me observa y sonríe similar a como si estuviéramos de mejores amigas, abrazándome del cuello y preguntando si me he estado divirtiendo aquí, en el Colegio San Judas. No le respondí. Simplemente nos vimos en el espejo un rato de pie, quietas y una emoción neutra. Entonces el timbre suena y ella saca una sonrisa emocionante, de motivación, de alegría y furor.

Colegio San JudasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora