Renacimiento

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Si Jin Guangyao hubiese sido un hijo amado por su padre, la familia Jin habría caído en un caos... Pero no fue así. Después de todo sólo era un peón en el tablero de ajedrez.

Jin Guangshan se sorprendió de primera mano y analizó con cuidado lo que decía el trozo de papel en su mano. Sí, recordaba que esta era la dichosa universidad a la que iría su hijo, revisó el sello y la firma para verificar que fuera auténtica. Después de todo, sentía que había algo raro en todo esto.

Llamó a su asistente y le pidió averiguar sobre esa carta. Quería una audiencia con la persona responsable.

Luego mandó llamar a Meng Shi.

La mujer entró con un hermoso vestido color durazno y un chal aguamarina que la hacían ver como una noble hija de una familia feudal antigua. Sobre su pelo, acomodado de frente y de un solo lado, un pequeño postizo con una flor y un hilo de cuentas. Era obvio por qué Guangshan la había convertido en su segunda mujer.

—Meng Shi... acércate— le ordenó Guangshan, mientras revisaba una vez más la carta que había recibido.

—Buen día— saludó la mujer e hizo una leve reverencia.

—Querida Meng Shi, te tengo una noticia... ¿Adivina a qué se fue tu adorado polluelo a Estados Unidos?

La bonita sonrisa de Meng Shi se transformó en una mueca de confusión. —N-n no entiendo Guangshan— tartamudeó —¿Está algo mal con A-Yao?

El hombre usó el índice de su mano derecha para picar la mesa en un molesto "tic tac", cosa que aumentó la intriga en la joven concubina.

—¿Guangshan?— suplicó un poco desesperada.

Le lanzó el papel de la carta sobre la mesa y le dijo —Le dije que no valía la pena irse para allá— Vio como la mujer tomaba el papel de la mesa para leerlo. —Tu hijo sólo se fue a Estados Unidos para morirse

Esa cruel palabra sorprendió a Meng Shi. Soltó un grito de asombro y dejó caer la carta, aun sin haberla empezado a leer.

—¿Qu-qué dijiste?

Guangshan se puso cómodo en su asiento y se mecía de lado a lado con ayuda de la función giratoria. — Como oyes mujer... Lee, ahí está claro. Tu hijo está tieso... qué perdida

Meng Shi no se dejó convencer y descendió para para tomar ese papel doblado en tríptico para echarle un vistazo. Recogió la hoja entre sus uñas pintadas de rojo junto al cascabeleo de su pulsera. Colocó sus ojos en cada línea y tembló al leer aquella frase que Jin Guangshan también había leído.

—¡No! ¡Esto no! ¡Esto no puede estar pasando!— reclamó y negó con euforia. Su cabeza negaba la realidad descrita en ese papel sellado.

—Yo tampoco me lo esperaba, pero parece ser verdad... Ya investigué y contactaron a la universidad, el pobre diablo tuvo mala suerte

La mirada penetrante de la castaña se clavó con ira en la figura de Guangshan. No podía creer que dijera eso de su pobre y joven hijo.

—¿Cómo puedes decir eso...? ¡De tu propio hijo!— le reclamó y aventó el papel sobre su escritorio. —Quiero saber qué le pasó. ¡No descansaré hasta saber que le pasó!

—Ya, ya— se abanicó el hombre —No seas una histérica. Si quieres saber te lo diré. Según los buenos para nada del otro continente, tu adorado cachorro se creyó alpinista y fue a un sendero turístico para subir una montaña. Sin embargo, en algún momento se perdió o se cayó, quien sabe— y alzó los hombros. —Cuando se dieron cuenta de su desaparición en la universidad fueron a buscarlo. Al final encontraron parte de su ropa, rasgada, como si se lo hubiera comido un oso

Tu pequeña peoníaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora