|Un malentendido|

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La mañana del 26 de diciembre llegó con un frío gélido que calaba hasta los huesos. Stolas se despertó con un vacío en el pecho, una sensación de desolación que lo envolvía como una mortaja. A su lado, solo estaba Octavia, su pequeña hija, durmiendo plácidamente.

Se levantó de la cama con las piernas temblorosas y se dirigió a la ventana. El paisaje navideño, que solo un día antes brillaba con alegría, ahora se veía opaco y sin vida. La nieve, que antes era un manto blanco de pureza, ahora se asemejaba a un sudario que cubría la tierra.

Un sollozo escapó de sus labios mientras recordaba la noche anterior. Una noche donde sintió que había logrado tener una familia llena de amor. Blitz le había dicho que no lo dejaría nunca. Pero ahora, con la luz del alba, las palabras de su amado demonio se habían desvanecido como la niebla, dejando solo un amargo sabor a traición en su boca.

Se sentó en el borde de la cama y se llevó las manos al rostro. Las lágrimas corrían por sus mejillas sin control, empapando la seda de su bata. Un dolor punzante le oprimía el corazón, como si le hubieran arrancado un pedazo de su alma.

Había conocido a Blitz hace dos días, pero en ese corto tiempo se había convertido en la luz que iluminaba su vida. Su presencia había llenado su vacío con calidez y alegría, y por primera vez en mucho tiempo, Stolas se había sentido amado y completo.

Pero ahora, se encontraba solo de nuevo. La única diferencia era que esta vez, la soledad era aún más profunda, más lacerante. Porque ahora sabía lo que era tener amor, y lo había perdido.

Se levantó del suelo y se dirigió al baño para lavarse la cara. Al mirarse en el espejo, vio a un hombre derrotado, con los ojos enrojecidos y la mirada vacía. Se preguntó cómo había podido ser tan ingenuo, cómo había podido creer que un demonio como Blitz podía amarlo de verdad.

En ese momento, Octavia se despertó y entró al baño. Al ver a su padre, se abalanzó sobre él y lo abrazó con fuerza.

-¿Papá, estás bien?- preguntó Octavia, abrazando con fuerza a su papá.

Stolas forzó una sonrisa, intentando ocultar la tormenta que se arremolinaba en su interior.

-Sí, mi pequeña, estoy bien- respondió, con una voz quebrada.

-¿Dónde están Blitz y Loona?- preguntó Octavia mirando por todos lados.

-Ellos... se tuvieron que ir- respondió Stolas.

-¿Van a volver? ¿Cierto?- preguntó con un puchero. Stolas le sonrió.

-Deberíamos ir a desayunar... ¿Quieres panqueques con jarabe?- preguntó Stolas saliendo del baño. Su pequeña hija lo siguió.

-¡Si!- respondió emocionada.

-De acuerdo, pero ve a ducharte y luego ve a la cocina- pidió Stolas con una sonrisa.

-De acuerdo papi- respondió la niña así saliendo de la habitación.

Stolas cerró la puerta con cuidado, sin hacer ruido, y se apoyó en ella, deslizándose hasta el suelo. Un sollozo ahogado escapó de su garganta, seguido de otro y otro más. Las lágrimas corrían por sus mejillas mientras luchaba por contener el dolor que lo consumía. No quería que Octavia lo viera así, no quería preocuparla.

-No puedo seguir así- murmura con voz temblorosa. -No puedo...-

Se levantó con esfuerzo y se dirigió al baño, con las manos temblorosas. Sacó la caja de antidepresivos del botiquín y la abrió, sacando una pastilla. Pero sacó otras dos más. 

Al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que no había agua.

Salió del baño y vio un vaso de agua en la mesita de noche. Le pareció extraño, pero no le dio más vueltas. Tomó las pastilla y las tragó con el agua, sintiendo un ligero alivio mientras la medicina comenzaba a hacer efecto.

Un novio para navidad -Stolitz-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora