P r ó l o g o

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Cuando abro los ojos no tengo idea de en qué lugar estoy

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Cuando abro los ojos no tengo idea de en qué lugar estoy. Descalza, camino sobre el áspero pavimento oscuro mientras observo a un grupo de personas ajetreadas arremolinadas a mi alrededor.

Murmuran entre ellos palabras que se escuchan lejanas y sus expresiones escandalosas bajo paraguas abiertos e impermeables de todos los colores solo manifiestan un claro horror. El cielo oscuro ya había empezado a derramar gruesas gotas de agua helada sobre los presentes y sobre mí.

Levanto la cabeza hacia el cielo. Parece que hace frio, pienso. Pero mi piel no siente ni cosquillas, mucho menos responde a la brisa agresiva que hace que la gente se estremezca de aflicción.

Veo luces intermitentes que brillan de rojo y azul mientras me acerco más y más al centro del tumulto, sin nadie que me detenga o me dé explicaciones... ni siquiera notan mi presencia cuando mi pesado andar se detiene frente a un hombre alto con chaqueta de piel negra y una barba a medio afeitar.

— Nunca había visto algo como esto antes... — dice otro más joven con los ojos enrojecidos y el cabello negro pegándose a su rostro pálido, ambos reunidos un poco más allá de la carretera, entre malezas y lodo.

— Dios Santo — responde el alto. Se pasa una mano por la frente y arruga las cejas en señal de fastidio.

Doy un par de pasos más, como atraída por una fuerza misteriosa que está llamándome.

Hay flashes de cámaras por todos lados, una larga cinta amarilla que rodea a una persona inerte que yace en el suelo...

Las palabras se arremolinan en mi garganta, pero por más que intento no puedo dejarlas escapar y, por primera vez en todo este extraño sueño, siento un agudo dolor en el pecho.

Debajo de una capa de tierra mojada y algunas ramas gruesas con hojas marchitas que insisten en no caer, las manos grises de ese cuerpo se asoman como si intentara salir de su prisión mohosa.

Oh.

La reconozco.

Me reconozco.

Esa soy yo. Lo sé, aunque no puedo verle el rostro por ningún lado para asegurarme.

— Seguimos sin encontrar la cabeza... — escucho decir a una de las voces.

Pero en mi mente una pregunta estaba golpeando repetidamente, causándome esta molestia punzante y desagradable...

¿Cuál es... mi nombre? ¿Como es que me veo?

¿Por qué estoy aquí?

Me llevo una mano al pecho, escalándola lentamente hasta mi barbilla ¿no hay cabeza...?

No, no hay.

Más allá de la garganta, mis dedos no encuentran nada para palpar.

Solo aire.

Caigo de rodillas sobre el suelo lodoso, y de nuevo esa sensación de que las palabras quieren salir, pero solo se quedan estancadas regresa aún más fuerte.

Estoy muerta, concluyo desorientada. ESTOY MUERTA. 

 

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Mi amiga Jane DoeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora