Los adultos hablaban a su alrededor de cosas que no entendía, la música de la época retumbaba en sus oídos y el olor a alcohol picaba en su pequeña y respingada nariz.
Los niños y los adultos parecían apartados unos de otros, inmersos en su propio mundo.
Era un recuerdo fugaz que pasaba por su mente aquellas noches donde no podía conciliar el sueño y su único consuelo eran sus memorias más tristes. No lo recordaba con exactitud, pero ese momento marco su vida para siempre.
Una pequeña Alondra, de 6 años tal vez, veía jugar a lo lejos a sus primos varones; corrían y gritaban totalmente eufóricos, persiguiendose con sus espadas de juguete, no importaba si se caían, se quitaban el polvo y volvían a lo suyo.
Ella los miraba con emoción, inmóvil junto a su cocinita rosa, al igual que el vestido que mamá le había puesto aquel día. Era aburrido ser la única niña, quería jugar con ellos, también quería gritar y correr, pero, aunque no entendiese por qué, mamá le prohibía hacerlo.
De pronto, los adultos se adentraron en la casa, pero su abuela se detuvo y se dirigió a ella:
—Alondra, vamos... —Le dijo. —Tienes que aprender a poner la mesa.
Ella miro a sus primos y luego a la anciana, confundida.
—¿Ellos también? —su abuela río, divertida por su inocente pregunta.
—Los varones no ponen la mesa, ese es el trabajo de nosotras las mujeres.
Mamá entró en escena y tomo de los hombros a la abuela.
—Déjala jugar, mamá. Después aprenderá. —Dijo y la anciana acepto a regañadientes, haciéndola prometer que se portaría bien.
Cuándo se fueron, la pequeña intento jugar con sus muñecas y la cocina, pero nada lograba distraerla lo suficiente del juego de sus primos, quienes no parecían cansarse.
Miro a su alrededor, solo eran ellos tres en el jardín. Se armo de valor y corriendo se acercó a ellos.
—Quiero jugar. —Les dijo.
—¿Las niñas pueden jugar? —Pregunto uno.
—Supongo que si. —Respondió el mayor sin problemas.
Nunca se había divertido tanto, inmersa en aquel juego ruidoso e instintivo. Tomo una espada, corrió por todo el jardín, se cayó más de una vez y no le importo, ensucio sus medias y sudo como nunca. Estaba totalmente eufórica.
La incontrolable risa llegaba a punto donde cerraba sus ojos y no podía ver nada mientras corría, la brisa golpeaba su pequeño rostro y no sabía hacía donde iba ¿Por qué no podía jugar así todo el tiempo? ¿Por qué solo cuando no estuvo bajo la mirada de los adultos pudo sentirse... Libre?
Nunca había convivido con sus primos de tal manera, siempre le parecieron grandes e imponentes, que no disfrutarían de su compañía nunca, pero se alegraba de haberse equivocado, porque resultaron excelentes compañeros de juego.
—¡Detente, criminal! —Exclamó su primo mayor, mientras los perseguía.
—¡Corre, Alo! —Le dijo su otro primo, también delincuente. Ella solo podía reír y seguir corriendo.
Pero, en un mal movimiento, piso su propio vestido, cayendo al suelo de concreto y raspando su pequeña rodilla. Comenzó a llorar a cántaros y suplicar por mamá. Sus primos hicieron un intento por consolarla, pero fue inútil.
—¡Alondra! —Escucho grita a su abuela, histérica. —¿¡Estabas jugando con los niños!? —Ella, diciendo la verdad, asintió. Mentir era pecado, le dijeron alguna vez.
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Planta | Railo
FanfictionDesde niña, Alondra escuchaba las experiencias románticas de sus primos y amigos, como se expresaban de las personas que les gustaban, sus primeros besos y uno que otro tímido roce. Pero ella no, nunca experimento algo parecido, nunca sintió algo ro...