Terapia y autoexploración

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En el camino hacia el autodescubrimiento y la sanación, a menudo nos encontramos en un territorio complejo y a veces desafiante. La terapia y la autoexploración son las brújulas que nos guían a través de este intrincado laberinto de la mente y el corazón, iluminando los rincones oscuros y revelando el potencial de crecimiento y transformación que yace dentro de nosotros.

En este capítulo, abrazaremos la poderosa sinergia entre la terapia y la autoexploración, dos herramientas fundamentales en nuestro viaje hacia una vida más plena y consciente. Exploraremos cómo estas dos prácticas se complementan mutuamente, brindándonos el apoyo necesario para enfrentar desafíos, superar obstáculos y desarrollar una comprensión profunda de nosotros mismos.

A medida que nos sumerjamos en estas páginas, te invito a dejar atrás las inhibiciones y los miedos, y a abrirte a la posibilidad de un mayor autoconocimiento y bienestar. Juntos, exploraremos las estrategias y técnicas que te ayudarán a aprovechar al máximo esta poderosa combinación de terapia y autoexploración para alcanzar tu máximo potencial y encontrar un mayor sentido en tu vida.

La primera vez que fui a terapia tenía 11 años, la razón por la que fui, fue por toda la situación de la separación de mis papás. No recuerdo mucho sobre esa época, pero sí recuerdo cómo claramente le mentía a mi psicóloga por miedo a que le fuera a decir a mi mamá o tuvieran que tomar otro tipo de medidas por mi bienestar.

Si me preguntaban si había tenido algún intento de suicidio, yo respondía que no. Lo máximo que decía era que a veces pensaba en querer morir, pero que no era algo tan fuerte. Lo mismo con las autolesiones, prefería minimizar mis experiencias para evitar preocupar a los adultos que me rodeaban. Pero en realidad, en lo más profundo de mi corazón, sabía que lidiar con pensamientos oscuros y autolesiones eran una manera de aliviar el dolor emocional que sentía. Era un secreto que me pesaba, un secreto que me hacía sentir aún más aislado y confundido en medio de la separación de mis padres.

Pasaron los meses y de un día para el otro dejé de asistir a terapia. No había alguna razón concreta, simplemente mi mamá me mencionó que ya no iría más. En mi mente pensaba en que eso era un grave error, aunque, también pensaba en el para qué iba a terapia si le mentía a mi terapeuta. Sabía que lo que estaba haciendo era muy malo, porque si el terapeuta estaba ahí, era para poder ayudarme.

Mi relación con la terapia había empezado a tomar un giro en mi vida. A pesar de mi resistencia inicial y mi tendencia a minimizar mis problemas, había empezado a experimentar un lugar donde podía hablar abiertamente sobre mis pensamientos y sentimientos más oscuros. Pero cuando la terapia terminó abruptamente, me sentí perdido. Era como si me hubieran quitado una tabla de salvación en medio de un océano de confusión y dolor emocional.

A lo largo de los años, he reflexionado mucho sobre por qué dejé de asistir a terapia y me di cuenta de que una de las razones principales fue mi dificultad para confiar en las personas. La idea de abrirme a alguien, incluso a un terapeuta cuya función era ayudarme, era aterradora para mí. Había vivido en un mundo en el que me sentía obligado a ocultar mis verdaderos pensamientos y emociones, y esto se había arraigado en mi forma de relacionarme con los demás.

La falta de confianza no solo afectaba mi relación con los terapeutas, sino también con amigos y familiares. Siempre me resultaba difícil compartir mis preocupaciones y miedos más profundos, incluso con las personas que más me importaban. Me preocupaba que me juzgaran o que me rechazaran si conocían la verdad sobre mi dolor interior.

El proceso de construir la confianza ha sido un viaje largo y desafiante. Aprendí que la confianza no se desarrolla de la noche a la mañana, sino que es un proceso gradual que implica la vulnerabilidad y la aceptación de uno mismo.

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