¿Acaso no estoy dando lo suficiente?

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Era una noche oscura y tormentosa, al menos en el sentido figurado de la expresión. La oscuridad de la noche se había infiltrado en mi habitación, creando un ambiente opresivo que se aferraba a mis pensamientos. Las sombras, como garras invisibles, se cerraban lentamente sobre mí, envolviéndome en su manto gélido. Mientras tanto, afuera, el viento invernal aullaba con ferocidad, como si la naturaleza misma compartiera mi inquietud.

"¿Acaso no estoy dando lo suficiente?" Esta pregunta resonaba en mi mente como un eco constante, un lamento que se repetía incesantemente. Había llegado a un punto en mi vida en el que sentía que no importaba cuánto esfuerzo pusiera en mis relaciones, en mi trabajo o en la persecución de mis propios sueños, nunca era suficiente. Las expectativas que yo mismo y los demás habían depositado en mis hombros se habían vuelto como una losa pesada, una carga que aplastaba mis alegrías y desvanecía mis aspiraciones.

El peso de esas expectativas me había transformado en una malabarista emocional, una equilibrista en un circo sin red de seguridad. Siempre estaba en el aire, tratando de mantener las bolas del equilibrio perfecto suspendidas, pero viviendo con el constante temor de que en cualquier momento todo se desmoronaría en un caos de emociones.

Sin embargo, a medida que esa tormentosa noche avanzaba, emergió una pregunta aún más profunda en mi mente: ¿Qué definía la perfección? ¿Quién establecía los estándares a los que debía someterme? Mi búsqueda interminable por complacer a los demás me había hecho perder de vista lo que realmente importaba: mi propia felicidad y satisfacción. En medio de esta tormenta de dudas, sentía que había llegado el momento de cuestionar esas expectativas, de desafiar los límites que yo misma había permitido que me impusieran y de encontrar mi propio camino.

En el fondo de mi corazón, una voz suave pero persistente me recordaba que ya no podía vivir bajo el constante escrutinio de los demás, ni tampoco podía seguir autoimponiéndome la carga de ser infalible. Sabía que la búsqueda de respuestas me llevaría a un viaje interno, un viaje que me desafiaría a despojarme de las máscaras que había usado durante tanto tiempo y a explorar, en su lugar, quién era en realidad.

"No estás dando lo suficiente", esas palabras resonaron en mis oídos con una crudeza que cortó más profundo que una cuchilla. Fueron pronunciadas por mi madre, en un momento de tensión que dejó un rastro de desesperación en el aire. A pesar de su tono seco y directo, podía escuchar la preocupación en su voz, y esa preocupación amenazaba con desencadenar un flujo de lágrimas que luchaban por salir de mis ojos. No sabía cómo reaccionar ante semejante comentario que me había golpeado en el corazón.

La escena se desencadenó en una sala del colegio, donde las sombras parecían ser las únicas testigos de mi tormento interno. Sentía como si una tormenta estuviera rugiendo en mi interior, agitando mis pensamientos y emociones en todas direcciones. El eco de las palabras de mi profesor retumbaba en mi cabeza, como un recordatorio constante de mi propia inadecuación.

Mi mente se convirtió en un torbellino de autocrítica, remordimientos y autorreproches. ¿Por qué no podía ser más fuerte? ¿Por qué no podía superar esta lucha interna que me había atrapado durante tanto tiempo? Había vuelto a caer en la autolesión, una forma autodestructiva de lidiar con el dolor y la angustia que me acechaban, y mi madre lo había descubierto.

Las palabras de mi madre, aunque duras, eran un reflejo de su amor y preocupación. Pero en ese momento, solo podía sentir el peso abrumador de mi propia inadecuación. Había herido a quienes más me importaban, y esa verdad se abría paso en mi conciencia como una herida abierta.

Seguramente se preguntarán cómo llegamos a esta inusual y desafiante situación en la escuela, y la respuesta se remonta al día en que todo comenzó con un doloroso incidente que se desplegó en el entorno de mi salón de clases. Era una jornada que parecía común y corriente, en medio de los murmullos habituales y el trajín estudiantil, hasta que mi mundo interior colisionó de una manera que jamás hubiera imaginado. En un momento de profunda angustia y desesperación, me autolesioné en medio de la clase, un acto impulsivo que marcó el inicio de una serie de eventos que iban a sacudir mi vida académica y emocional de manera inimaginable.

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