La vida escolar con depresión y ansiedad

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Cada día que me adentro en este complejo viaje escolar es como una página nueva en el libro de mi vida, una página en blanco que se llena con las huellas de mis luchas y mis triunfos. A medida que el tiempo pasa, las estaciones cambian, y con ellas, mi experiencia en la escuela se transforma.

Los colores cálidos del sol de la mañana contrastan fuertemente con la oscuridad que a menudo siento en el rincón de mi habitación al despertar. La batalla comienza tan pronto como el sonido insistente del despertador rompe el silencio. Es un recordatorio implacable de que debo enfrentar otro día en este mundo exterior que, en ocasiones, parece un campo de batalla en el que las emociones se convierten en mis enemigos más temibles.

La simple tarea de levantarme de la cama se ha vuelto una odisea en sí misma. La apatía, como una manta pesada, se cierne sobre mí, intentando arrastrarme de nuevo hacia la comodidad de las sábanas. Pero me obligo a moverme, a dar el primer paso en esta maratón diaria.

Mi maletín yace en el suelo, un símbolo de la carga invisible que llevo conmigo a todas partes. Libros, cuadernos, y la expectativa implacable de rendimiento académico se acumulan, pesando como una losa en mi espalda. Cada paso que doy parece multiplicar el peso, y sé que la escuela es el escenario donde se desencadenan las batallas más intensas.

La ansiedad es mi compañera constante, como una sombra que se aferra a mis talones. A medida que me acerco al colegio, mis audífonos emiten una melodía que, en teoría, debería ayudarme a enfrentar el mundo exterior. Pero en realidad, la música es un intento desesperado de ahogar los pensamientos oscuros que ya comienzan a rondar mi mente.

Subo las escaleras del colegio, un acto que, en estos momentos, siento como un logro significativo. Mis compañeros de clase, aparentemente despreocupados, charlan y ríen, ajenos a la tormenta que se desata en mi interior. Para ellos, es un día más en la vida escolar, pero para mí, es una batalla solitaria y silenciosa.

Cuando llego a mi salón de clases, la soledad se cierne como un manto sobre mí. El silencio es abrumador, como si las paredes blancas estuvieran diseñadas para reflejar mis pensamientos ansiosos. Mi escritorio es un refugio, un oasis de soledad en medio de un mar de pupitres vacíos.

El aire se hace más denso a mi alrededor, como si mis pulmones se negaran a llenarse de oxígeno. Mi corazón late con una furia descontrolada, como un tambor que amenaza con estallar en cualquier momento. Un nudo en la garganta me impide hablar, y mis manos tiemblan involuntariamente. La ansiedad, una vez más, toma el control de mi ser.

Mirando el reloj en mi celular, contemplo los minutos que faltan para que lleguen mis compañeros de clase. "Otra vez", susurro para mí mismo, una frase que se ha convertido en un mantra constante en mi vida escolar. Otra vez enfrentando el miedo, la incertidumbre y la sensación de estar atrapado en un torbellino de emociones abrumadoras.

Intento desesperadamente recordar las técnicas de respiración que el terapeuta me enseñó, pero en este momento, parecen elusivas como el humo. El tiempo avanza lentamente mientras la ansiedad me envuelve como una sombra ominosa. La pregunta que siempre me persigue se repite en mi mente: ¿Cómo sobreviviré este nuevo día? Es una pregunta sin respuesta definitiva, pero una que estoy decidido a enfrentar, día tras día.

La jornada escolar se inicia como un ritual diario, y la profesora V me recibe con una sonrisa amable que ella espera que yo responda con una sonrisa de regreso, pero para mí, esa sonrisa se convierte en un desafío monumental debido a lo mal que me siento. Su gesto refleja el deseo de ayudar, pero mi lucha interna eclipsa cualquier intento de alegría matutina.

La presión escolar se pone en marcha de inmediato, como una máquina implacable que no da tregua. El simple acto de prestar atención en clases se convierte en un desafío colosal. Lo que para muchos es una tarea cotidiana, para mí se convierte en una tortura silenciosa, cortesía de la ansiedad que se aferra a mí como una sombra insidiosa.

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