¿Estoy bien o solo me distraje?

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La noche estaba en silencio cuando, finalmente, cerré los ojos, pero mi mente continuaba dando vueltas a una pregunta inquietante que había estado atormentándome durante días: ¿Estoy bien o simplemente me distraje? Esa cuestión, como un eco persistente en mi conciencia, me había acompañado a lo largo de múltiples jornadas. En ese preciso instante, me veía abocado a la apremiante necesidad de hallar una respuesta, como si mi bienestar dependiera de desentrañar ese misterio. La habitación, sumida en la penumbra, se volvía un refugio de pensamientos tumultuosos mientras luchaba por entender lo que realmente me sucedía.

No sabía con certeza si me encontraba en un estado de bienestar completo o si, quizás, me había dejado llevar por una simple distracción. Esta inquietante pregunta solía asaltar mi mente en esos momentos en los que experimentaba lo que parecía ser un buen día, cuando todo apuntaba a que estaba en perfectas condiciones. Sin embargo, conforme avanzaba el día, esa incertidumbre se apoderaba de mí y me llevaba a cuestionar si acaso había caído en la trampa de una ilusión momentánea.

Los buenos momentos se sucedían como luces brillantes en mi camino, pero la sombra de la duda siempre estaba al acecho, esperando a oscurecer mi mente con interrogantes. En tales ocasiones, me encontraba reflexionando acerca de si realmente estaba bien o si, de alguna manera, me había dejado distraer por las apariencias engañosas de la normalidad. Era como si cada día fuese una batalla contra mi propia percepción, y me veía atrapado en un constante vaivén entre sentirme bien y dudar de mi propia estabilidad emocional.

A su vez, me pregunto si verdaderamente estaré bien un día o si, por el contrario, estaré condenado a depender de esos pequeños destellos de felicidad que la vida ocasionalmente me otorga. Me asalta la incertidumbre de si experimentaré una sonrisa genuina en algún momento, o si, lamentablemente, me veré atrapado en la lucha constante por la supervivencia emocional, con la sonrisa convertida en un lujo esquivo.

Cada día, mientras enfrento mis desafíos internos, me hundo en la reflexión sobre si habrá un momento en el que la tristeza se desvanezca lo suficiente como para dar paso a la alegría sincera. Me pregunto si alguna vez podré experimentar una plenitud emocional que me haga sentir que estoy realmente "bien", en lugar de simplemente sobrevivir a través de las tormentas emocionales que parecen arremeter en mi vida.

Esta constante lucha por la claridad emocional me lleva a cuestionar si la estabilidad mental es un destino alcanzable o si es más bien un viaje eterno, con altibajos constantes que me exigen encontrar fortaleza en los pequeños momentos de felicidad efímera. Mientras me enfrento a estas interrogantes, sigo buscando respuestas y la esperanza de que un día, la sonrisa que tanto anhelo pueda ser algo más que un espejismo en el horizonte emocional.

Después de reflexionar profundamente sobre esta cuestión, he llegado a una conclusión que ha comenzado a cambiar mi perspectiva de la vida. Ahora entiendo que, sin lugar a dudas, merezco ser feliz. Incluso si esa felicidad parece ser efímera o una simple distracción de los desafíos que enfrento, he comprendido que merezco aprovechar cada chispa de alegría al máximo, sin permitir que pensamientos negativos me roben el disfrute del momento.

Esta epifanía ha iluminado mi camino hacia una nueva forma de vivir y experimentar la vida. Anteriormente, me encontraba atrapado en un ciclo pernicioso de autocrítica y duda, cuestionando constantemente si merecía sentirme bien cuando había tanto dolor y confusión en mi interior. Pero ahora, he abrazado la idea de que merezco la felicidad tanto como cualquier otra persona.

Al comprender esto, he comenzado a abrazar cada momento de alegría, independientemente de cuán pequeño o fugaz sea. He aprendido que la felicidad no tiene por qué ser algo monumental o permanente; puede manifestarse en los momentos simples y cotidianos que a menudo damos por sentado.

Cuando me encuentro sonriendo mientras tomo un café caliente en la mañana o cuando disfruto de una conversación ligera con un amigo, no me permito sabotear esos momentos con pensamientos oscuros. En cambio, me sumerjo en la experiencia, siento la calidez del café en mis manos y aprecio la compañía de mi amigo. Entiendo que merezco vivir y disfrutar plenamente estos momentos, sin importar cuán breves puedan ser.

Esta nueva mentalidad me ha permitido encontrar un sentido renovado de gratitud por la vida y sus pequeñas alegrías. He comenzado a construir un diario de momentos felices, donde anoto cada experiencia que me hace sonreír, por mínima que sea. Estos registros se han convertido en un recordatorio constante de que merezco la felicidad y que está presente en mi vida de maneras que a veces no aprecio lo suficiente.

Por supuesto, esta no es una transformación que haya ocurrido de la noche a la mañana. Todavía tengo días oscuros y desafiantes en los que la tristeza y la ansiedad son abrumadoras. Sin embargo, la idea de que merezco la felicidad se ha convertido en una luz guía en medio de la oscuridad. Cada vez que me siento atrapado en una espiral de negatividad, recuerdo que merezco momentos de alegría y que buscarlos no es un acto egoísta, sino un acto de amor propio y autocuidado.

En última instancia, he llegado a la conclusión de que merezco ser feliz, no importa cuántos obstáculos pueda encontrar en mi camino. Esta creencia ha cambiado mi perspectiva de la vida y me ha dado la fuerza para seguir adelante en busca de la alegría, sabiendo que merezco cada destello de felicidad que encuentre en mi camino.

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