La semana de receso

6 1 0
                                    

La semana de receso se cernía sobre mí como una sombra ominosa. Mientras mis compañeros de clase hablaban emocionados sobre los planes que tenían para esos días libres, yo me sumía en una inquietud que se apoderaba de mis pensamientos.

El motivo detrás de mi temor era claro: sabía que no estaría acompañado por la profesora V y la psicóloga K durante toda la semana. Para mí, esas dos figuras habían sido un faro de apoyo y estabilidad en medio del caos de la vida escolar. Con sus consejos y orientación, había logrado superar obstáculos que una vez parecieron insuperables. Pero, ¿qué iba a hacer sin su guía durante una semana entera?

Decidí enfrentar mi temor de la única manera que sabía: organizándome. Con un lápiz y papel en mano, tracé un horario detallado con actividades que podría llevar a cabo durante la semana. La idea era mantener mi mente ocupada para evitar que los miedos y la ansiedad se apoderaran de mí por completo.

El lunes, decidí hacer un maratón de películas de Disney que me gustaban mucho. El martes, me propuse leer un libro que me dejaron de tarea en el colegio y escribir un poco. El miércoles, mi mamá planeó un viaje. Sabía que me vendría muy bien y que podría distraerme muchísimo. Cada día tenía su propia lista de actividades destinadas a llenar mi tiempo y distraer mi mente de los pensamientos negativos. La idea detrás de estas actividades era mantener mi mente ocupada, encontrar distracciones que pudieran llenar el vacío que la ausencia de la profesora V y la psicóloga K dejaba en mi rutina.

A pesar de mis esfuerzos por organizarme, seguía sintiendo un nudo en el estómago. La ausencia de la profesora V y la psicóloga K durante toda la semana se percibía como un abismo que amenazaba con engullirme. Su apoyo y comprensión eran insustituibles, y me preocupaba si sería capaz de enfrentar mis inseguridades y temores sin ellas cerca.

A medida que la semana de receso se acercaba, mi corazón latía con una mezcla de miedo y determinación. Estaba decidido a enfrentar esta semana, a pesar de la ausencia de las personas que más confianza me habían brindado. El horario que había trazado y las actividades que había planeado se convertirían en mi refugio, en la esperanza de que lograría sobrevivir a esta semana de receso, aunque fuera sin la profesora V y la psicóloga K a mi lado.

Y después de varias semanas, llegó ese día que tanto temía: el viernes 6 de octubre. Inició mi jornada escolar, llegué al colegio muy ansioso porque temía lo que podría pasar en la semana de receso que comenzaría ese día al salir de clases.

Mientras las horas avanzaban, el nudo en mi estómago se apretaba aún más. No sabía qué hacer, me sentía muy mal y solo quería hablar con alguien. Las clases transcurrieron como si estuvieran en cámara lenta, y mis pensamientos se centraban en la incertidumbre de la semana por delante.

Pasaron varias horas y decidí que era necesario hablar con la profesora V. Le envié un mensaje por WhatsApp si tenía al menos unos quince minutos para hablar con ella, a lo que ella me respondió que sí, que me avisaría en qué momento podríamos hablar. Su respuesta fue un rayo de esperanza en medio de mi angustia.

Finalmente, después de unos minutos que se sintieron como una eternidad, mi teléfono vibró con un mensaje de la profesora V. Me indicaba que podíamos hablar en la hora del almuerzo. Esa noticia alivió un poco mi preocupación, sabía que al menos tendría a alguien en quien confiar mis temores.

El tiempo pasó lentamente hasta llegar a la hora del almuerzo. Cuando finalmente llegó ese momento, me dirigí a un lugar tranquilo, donde pudiera hablar con la profesora sin interrupciones. Fuimos a la sala de la psicóloga K, tomamos asiento y comenzamos a hablar.

Le expliqué cómo me sentía, cómo la semana de receso me llenaba de ansiedad y miedo, y cómo la ausencia de su orientación y la de la psicóloga K me hacía sentirme desamparado. La profesora V y la psicóloga K, me escucharon atentamente, sin apresurarse ni juzgarme. Sus palabras de apoyo y aliento me reconfortaron, recordándome que no estaba solo en esta situación.

Me aconsejaron que aprovechara la semana de receso como una oportunidad para explorar nuevas actividades y desarrollar mi independencia emocional. Sus palabras resonaron en mí, y poco a poco, empecé a ver la semana de receso con una perspectiva diferente.

Después de nuestra conversación, me sentí más seguro y preparado para enfrentar los días por venir. Agradecí a la profesora V por su comprensión y apoyo incondicional, y prometí mantenerla al tanto de cómo iba durante la semana de receso. Su ayuda había hecho una gran diferencia en mi estado emocional, y finalmente, la ansiedad comenzó a ceder ante la esperanza de que podría superar los desafíos que se avecinaban.

Finalmente vi el reloj, 15:15, hora que marcaba el fin del día escolar, la ansiedad se apoderó de mí con fuerza. Me encontré mirando a mi alrededor, buscando a alguien con quien pudiera compartir mis preocupaciones. La realidad era que me sentía solo en medio de una multitud de compañeros que ya tenían sus propios planes para la semana de receso.

Mientras caminaba hacia la salida del colegio, una sensación de desesperación me envolvió. No sabía a quién acudir, y el miedo a enfrentar la semana sin la profesora V y la psicóloga K parecía insoportable. El peso de la incertidumbre se hacía cada vez más abrumador, y necesitaba desesperadamente alguien en quien apoyarme.

Sin embargo, recordé la conversación que tuve con ellas dos y prometí dar lo mejor de mí para poder tener una buena semana y aprovecharla tanto para descansar como para hacer nuevas actividades. La charla con la profesora V me había recordado que la independencia era una habilidad importante que todos debíamos aprender en algún momento de nuestras vidas. La psicóloga K, por su parte, me había aconsejado sobre la importancia de enfrentar mis miedos y preocupaciones, y no dejar que me dominaran.

Decidí que no permitiría que el temor a la semana de receso me controlara. Esta sería una oportunidad para probar mi capacidad de afrontamiento y desarrollar nuevas habilidades. Tomé una respiración profunda y me di cuenta de que, aunque no tuviera a la profesora V y a la psicóloga K físicamente a mi lado, su apoyo y consejos seguían conmigo.

Mi horario de actividades planificadas se convirtió en mi aliado, y me propuse apegarme a él con determinación. El viernes por la tarde, después de la conversación con la profesora V, me di cuenta de que tenía la capacidad de controlar mi ansiedad y superar mis miedos. Además, sabía que podía contar con mis amigos y familiares para mantenerme ocupado y en compañía durante la semana.

Esa tarde, después de la inspiradora conversación con la profesora V, decidí enviarle un mensaje de agradecimiento. Le expresé lo importante que había sido su consejo y su apoyo para enfrentar mis temores. Le conté que había planificado un horario detallado para mantenerme ocupado durante esta semana de receso y que estaba dispuesto a enfrentarla con determinación.

La profesora V me recordó la importancia de hablar con mi mamá y abrirme con ella sobre mis sentimientos. Ella siempre había sido mi principal fuente de apoyo, y a menudo me olvidaba de cuánto podía confiar en ella. También, la profesora V me envió mensajes alentadores y recordando que tenía la capacidad para superar cualquier desafío que se presentara. Sus palabras de aliento eran un bálsamo para mi alma, y me daban la confianza que necesitaba para enfrentar la semana de receso.

A medida que la semana avanzaba, mantuve mi horario de actividades con diligencia. El lunes, disfruté del maratón de películas de Disney que tanto me gustaban. El martes, me sumergí en la lectura del libro que me habían asignado en el colegio y escribí en mi diario. El miércoles viajé junto a mi familia y logré despejar mucho mi mente.

Cada día, me recordaba a mí mismo las palabras de la profesora V y la psicóloga K, así como el amor y apoyo de mi madre. Sus consejos y el horario que había planeado me permitieron enfrentar mis temores y vivir una semana de receso llena de descubrimientos y crecimiento personal. Poco a poco, los días se fueron transformando en una experiencia enriquecedora, y aunque al principio había temido la semana de receso, al final me di cuenta de que había sido una oportunidad para fortalecerme y aprender a afrontar mis miedos.

¿Vale la pena?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora