Luego de que el avión tocara tierra casi salgo corriendo a la zona de desembarque, de todas formas no tengo un equipaje que recoger así que solo debo verificar mi documentación y salir pitando de aquí. Por suerte para mí los de la Aduana no prestaron mucha atención a los documentos debido a la enorme afluencia de pasajeros. Eso o el tipo que creó este pasaporte sabe bien lo que hace. No quiero ni pensar de dónde lo conoce Leah.
Con las revisiones de seguridad hechas cuelgo mi mochila de viaje a mi espalda y me dispongo a salir del aeropuerto, no sin antes comprar en uno de los concesionarios una guía para turistas, no me haría mucha gracia perderme en territorio desconocido.
En el minuto en que pongo un pie en la acera una sensación de libertad me embriaga, seguido por un conocido cosquilleo en la nuca, del tipo que se siente cuando te observan. ¿No han escuchado decir que las personas sienten el peso de la mirada? Pues les cuento que yo sí y créanme, estoy cerca de creer que es cierto, porque en el instante que observo mi alrededor mis ojos chocan repentinamente con los mismos profundos ojos grises en los que me perdí en ese avión.
El playboy engreído que tuve la desastrosa oportunidad de conocer me observa desde la acera de enfrente, con una de sus características sonrisas de telenovela. En respuesta, lo miro de reojo, un gesto que parece divertirlo enormemente. Lo veo cruzar la calle y por alguna razón me quedo disfrutando de su atractivo cuando debería estar corriendo en la dirección opuesta.
En apenas segundos se detiene frente a mí y estando de pie a su lado soy nuevamente consciente de su altura. Una vez más la mirada burlona que luce tan descaradamente aparece en sus ojos. Aún desconcertada ante el innegable magnetismo que desprende, logro sentir su respiración rozar mi mejilla y de mis labios se escapa un suspiro al tiempo que una de sus manos rodea mi cintura. Con su mano libre coloca un mechón de cabello tras mi oreja y rosando el lóbulo susurra
—Un placer haber viajado contigo, princesa.
Ante la mención de esa última palabra se activan mis alarmas y saliendo del encantamiento en el que me encontraba lo empujo lejos de mí, levantando una barrera invisible entre ambos. Estoy bastante segura de que mi rostro que ya se encontraba enrojecido ha subido de color en unos cuantos tonos.
Siento mis mejillas arder y el corazón me late desbocado. Que quede claro que nada tiene que ver con la cercanía del idiota frente a mí, (puede que un poco) lo que en realidad me tiene en este estado es la enorme posibilidad de que éste chico me haya reconocido.
Intentando reponerme del sobresalto decido encararlo y exigirle que explique si el hecho de que usara ese mote tiene algo que ver con que sepa quién soy; pero en el momento en que reparo en su expresión me percato de que el imbécil presuntuoso se divierte de lo lindo a mi costa, lo que significa que en realidad no tiene ni idea de mi verdadera identidad y que sólo estaba buscando una manera de molestarme, otra vez.
Con el susto de haber sido descubierta evaporándose en mi interior, una nueva oleada de ira incontrolable se abre paso y, sin pensar siquiera en lo que estoy haciendo, lo golpeo en el brazo con ambos puños cerrados y todo lo fuerte que puedo, —aunque dudo que apenas lo sienta como un pequeño toquecito considerando que él es, al menos, un metro y ochenta centímetros de puro músculo y yo apenas llego al metro cincuenta y cinco con una masa muscular deprimente— mientras él sólo se ríe y levanta las manos en señal de rendición.
—Para, para, sólo era una broma. —dice entre risas y fingidos «ay, eso duele»— ¿Golpeas a todo el que bromea contigo o es algo personal? Deberías haber visto tu cara, te pusiste roja de tanto enojo. ¿O quizá te puse nerviosa? ¿No será que finges estar enojada y en realidad te encantó el piropo? —Continúa medio burlón, medio coqueto.
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Princesa a la fuga
Teen FictionMara Vanderveer no tiene casi nada claro, pero hay una cosa de la que está completamente segura, la vida de princesa no es para ella. Cuando todo ese mundo de realeza y las responsabilidades que lo acompañan se vuelven demasiado para ella, Mara encu...