Las estrellas no tienen días malos

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Axel:

—¡Ancelotti!

Estaba muriéndome.

Literalmente, estaba muriéndome. La cabeza estaba a punto de explotarme porque se me había pasado tomar la medicación de este día y no podía seguir.

—¿Qué fue ese pase?—gritó el entrenador.

Tuve que agacharme y sujetarme de las rodillas, sentía que el aire me faltaba. No había podido concentrarme durante todo el entrenamiento y eso me pasaría factura tarde o temprano.

—¿Me puedes explicar qué es lo que te ocurre?—siguió el entrenador mientras me acercaba para pasar a los vestidores.

—No es nada, solo un mal día, a todos les puede ocurrir—respondí y no pensaba detenerme, pero él me tomó del brazo.

Todos los demás compañeros del equipo se habían detenido para vernos, fue por eso que el entrenador casi susurró:

—Si quieres seguir siendo la estrella de este equipo, más vale que se te acaben los malos días.

Me soltó y se fue.

Estaba bastante molesto conmigo mismo, este había sido mi peor entrenamiento en muchísimo tiempo. No había jugado tan mal desde que era un niño.

Me sentía tan avergonzado que lo único que pude hacer fue sentarme en las bancas para esperar que los demás se marcharan. No quería que me vieran alterado, ni mucho menos pensaran que estaba afectado o enfermo, si lo sospechaban todo podría complicarse. Lo único que hice para esperar que el tiempo pasara fue agachar la cabeza y sujetármela con las manos.

Sonará repetitivo, pero no mentía, iba a explotarme.




Olivia:

—No hay manera—respondí mientras me servía un plato con cereales.

—Por favor, Oli, es un plan divertido—dijo Kate y me lanzó su falda negra a la cara.

Iván soltó una risa y se levantó del sofá del piso que habíamos alquilado esta vez. Era un poco más grande que el de la primera vez, aunque no tan bonito ni acogedor. Era más bien, muy blanco.

—Vamos, Kate tiene razón—comentó y le rodeó la cintura a Kate con sus brazos—. Solo tienen cuarenta y ocho horas aquí en Madrid, no pensarás quedarte en este piso.

—¿En serio quieren pasar sus muy pocas horas juntos conmigo?—pregunté con una risa—, si yo fuera ustedes no estaría perdiendo el tiempo tratando de convencerme, es más, si quieren puedo dejarlos solos desde ahora.

—¿Y tú te piensas que no nos encargamos ya de ese asunto?—preguntó Kate y me regaló una mirada llena de picardía.

Eso hizo que frunciera el ceño.

—¿En qué momento?—pregunté y tomé mi móvil para comprobar la hora—. Si llegamos hace una hora.

—Tomas duchas muy largas—contestó Kate simplemente haciendo que me sonrojara.

Iván soltó una risa.

—Por cierto, cantas muy bien—comentó.

Y me sonrojé todavía más.

—¿Así que es por eso que quieren ir a un karaoke?—pregunté negando con la cabeza.

—Eso y porque parece un plan retro divertido, ya casi nadie lo hace...

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