9. Disculpas mediocres. (NSFW)

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A petición de una lesbiana pervertida que tengo como amiga, este capítulo se NSFW
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Lo descubre en cuanto sale del baño, el pacifista se ha ido de nuevo, parece que pasara su tiempo libre en soledad, camina hacia la puerta, la tan proclamada salida, ya la cago una vez, con la cuchilla de afeitar, seguir una racha de dos cagadas en su historial no cambiará mucho las cosas, con tan solo tocar el picaporte y moverlo un poco entiende que no tiene oportunidad de salir, está encerrado, como un cuervo enjaulado, y lo merece, demonios, metió la pata.

Supone que puede usar este tiempo para algo más productivo que cortarse el cuello con una cuchilla. Camina por la casa, subiendo las escaleras, en el segundo piso los dos cuartos, en el que se queda y el de su anfitrión, gira el picaporte de la puerta más cercana, cuando entra puede notar alrededor un aroma exquisito, algo que no se encuentra en el resto de la casa, entra, dejando la puerta entre abierta, el lugar está pobremente iluminado, las ventanas cerradas, con llave, supone, encuentra el interruptor de la luz, y lo baja, el lugar se ilumina.

Y en toda la pared encuentra un tablero de corcho lleno de papeles pegados débilmente con alfileres, parecen recuerdos de antiguos tiempos, camina con su serio porte militar, tal vez se haya descuidado, haya desaparecido, haya comido algo de tan bajo nivel culinario como lo que supone son sobras calentadas en la mesa de un hombre que no lo respeta, tal vez ya no tenga ni el más pequeño rastro de respeto de los demás, pero lo que se hereda no se hurta, sigue con aquella actitud afilada y porte varonil, porque no importa que tan jodido estés, puedes sacar al alemán de Alemania, pero no a Alemania del alemán. La familia alemana son dignos perdedores, no va a perder la costumbre.

Encuentra en el tablero tantas caras conocidas, todas naciones muertas, reconoce en específico algo extraño en sus rostros, no se ven... No sabe que es, pero carecen de algo, Imperio Español, Imperio Otomano, Antigua Grecia, Imperio Francés, todas caras que de algún modo conoció, o almenos escucho mentar, dándole una cálida pero empapelada e insípida bienvenida, con sus rostros estáticos en una expresión que intenta ser sonriente pero no logra convencerlo de algún modo retorcido, nota al lado de cada uno, el mismo hombre, un caballero, de lentes cuadrados y de un marco rojo brillante, de sonrisa radiante y que de algún modo logra superar la altura de todos aquellos grandes imperios a pesar de su joven tierna apariencia.

Aquellos ojos lo delatan, es su cuidador, con una mirada aguda no propia de él y la mano extendida y ocupada en un agarre firme sobre el hombro de su acompañante, en cada foto porta la misma postura, eso le causa escalofríos al alemán, se ve vacío, casi como una máquina. Le recuerda de cierto modo a su padre y siente repentino asco por ese pensamiento, desvía la mirada, en el escritorio una cara que no conoce enmarcada en un porta retrato, y de nuevo el rostro joven de su cuidador, esta vez el es el que está siendo tomado del hombro, por un hombre alto y sonriente, un defecto en su dentadura, en los dientes frontales un hueco, un diente con un pedazo faltante, aún así logra verse elegante, imponente y agraciado.

Es cuando enfoca su mirada arrugando la nariz (gesto que hace a falta de sus preciados lentes) que encuentra algo que calienta sus mejillas, el aroma de la habitación es el de su cuidador, impregnado en todas partes, y lo encuentra tan atractivo porque su cuidador es un country alado ¿Por que no lo descubrió antes?, oh, aquellas alas, grandes majestuosas, aún así desastrosas y jóvenes, su cuidador es encantador, era encantador, ahora se siente como un pacifista sobre actuado más que algo con personalidad, y con todo aquello, aún logra dolerle un desprecio, un desplante, una actitud distante, se volvió dependiente de aquella simpatía falsa e interesada.

Lo descubre, y aun asi se siente indefenso como una avecilla lastimada, vacila en confrontar al único hombre que ahora lo comprende, o almenos intenta, aquella actitud dulce no es más que un acto, un amor unilateral que parece ser por parte de la organización y lo llena de dependencia para obligarlo a cambiar, buenos tratos, cordialidad, alimento y vivienda, lo trata como un invitado, no un criminal de guerra, todo eso para cambiar su mente. Para reformarlo, para evitar que vuelva a su pasado militarizado. A un pasado de racismo y corrupción, de guerras y dictaduras, la única infancia que pudo obtener fue una marcada por las cenizas del fracaso y el creciente fuego de algo maquinando su propia destrucción.

¡!Oh no¡! [Third Reich x Male Reader] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora