Capitulo 5

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Todo está en silencio, con las luces apagadas. Estoy muy cómodo y calentito en esta cama. Qué bien... Abro los ojos, y por un momento estoy tranquilo y sereno, disfrutando del entorno, que no conozco. No tengo ni idea de dónde estoy. El cabezal de la cama tiene la forma de un sol enorme. Me resulta extrañamente familiar.

La habitación es grande y está lujosamente decorada en tonos marrones, dorados y beis. La he visto antes. ¿Dónde? Mi ofuscado cerebro busca entre sus recuerdos recientes. ¡Maldita sea! Estoy en el hotel B&B ll Melograno ... en una suite. Estuve en una parecida a esta con Land. Esta parece más grande. Oh, mierda. Estoy en la suite de Charles Leclerc. ¿Cómo he llegado hasta aquí?

Poco a poco empiezan a torturarme imágenes fragmentarias de la noche. La borrachera — oh, no, la borrachera, — la llamada — oh, no, la llamada, — la vomitera — oh, no, la vomitera... — Esteban y después Charles. Oh, no. Me muero de vergüenza. No recuerdo cómo he llegado aquí. Llevo puesta la camiseta y mis boxers negros. Ni calcetines ni vaqueros. Maldita sea.

Echo un vistazo a la mesita de noche. Hay un vaso de jugo de naranja y dos pastillas. Ibuprofeno. El maniático del control está en todo. Me incorporo en la cama y me tomo las pastillas. La verdad es que no me siento tan mal, seguramente mucho mejor de lo que merezco. El jugo de naranja está riquísimo. Me quita la sed y me refresca.

Oigo unos golpes en la puerta. El corazón me da un brinco y no me sale la voz, pero aun así Charles abre la puerta y entra. Vaya, ha estado haciendo ejercicio. Lleva unos pantalones de chándal grises que le caen ligeramente sobre las caderas y una camiseta gris de tirantes empapada en sudor, como su pelo.

Charles Leclerc ha sudado. La idea me resulta extraña. Respiro profundamente y cierro los ojos. Me siento como un niño de dos años. Si cierro los ojos, no estoy, no me ve.

— Buenos días, Carlos. ¿Cómo te encuentras?

— Mejor de lo que merezco — murmuro apenado.

Levanto la mirada hacia él. Deja una bolsa grande de una tienda de ropa en una silla y agarra ambos extremos de la toalla que lleva alrededor del cuello. Sus impenetrables ojos grises me miran fijamente. No tengo ni idea de lo que está pensando, como siempre. Sabe esconder lo que piensa y lo que siente.

— ¿Cómo he llegado hasta aquí? — le pregunto en voz baja, compungido.

Se sienta a un lado de la cama. Está tan cerca de mí que podría tocarlo, podría olerlo. Madre mía... Sudor, gel y Charles. Un cóctel embriagador, mucho mejor que la margarita, y ahora lo sé por experiencia.

— Después de que te desmayaras no quise poner en peligro la tapicería de piel de mi coche llevándote a tu casa, así que te traje aquí — me contesta sin inmutarse.

— ¿Me metiste tú en la cama?

— Sí — me contesta impasible.

— ¿Volví a vomitar? — le pregunto en voz más baja.

— No.

— ¿Me quitaste la ropa? — susurro.

— Sí.

Me mira alzando una ceja y me pongo más rojo que nunca.

— ¿No habremos...?

Lo digo susurrando, con la boca seca de vergüenza, pero no puedo terminar la frase. Me miro las manos. Tal vez me vi muy desesperado.

— Carlos, estabas casi en coma. La necrofilia no es lo mío. Me gusta que mis hombres estén conscientes y sean receptivos — me contesta secamente.

𝑭𝒊𝒇𝒕𝒚 𝑺𝒉𝒂𝒇𝒆𝒔 𝑶𝒇 ℱ𝑒𝓇𝓇𝒶𝓇𝓊.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora