Capitulo 20

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Charles cruza como un ciclón la puerta de madera de la casita del embarcadero y se detiene a pulsar unos interruptores. Los fluorescentes hacen un clic y zumban secuencialmente, y una luz blanca y cruda inunda el inmenso edificio de madera. Desde mi posición cabeza abajo, veo una impresionante lancha motora en el muelle, flotando suavemente sobre el agua oscura, pero apenas me da tiempo a fijarme antes de que me lleve por unas escaleras de madera hasta un cuarto en el piso de arriba.

Se detiene en el umbral, pulsa otro interruptor — voces de fondo se escuchan de forma suave — y me lleva a el ático de techo abierto con pequeñas decoraciones en estilo náutico de Nueva Inglaterra: azul marino y tonos crema, con pinceladas de rojo. El mobiliario es escaso; solo veo un par de sofás.

Charles me pone de pie sobre el suelo de madera. No me da tiempo a examinar mi entorno: no puedo dejar de mirarlo a él. Me tiene hipnotizado. Lo observo como un depredador peligroso, a la espera de que ataque. Respira con dificultad, aunque, claro, me ha llevado a cuestas por todo el césped y ha subido un tramo de escaleras. En sus ojos verde arde la rabia, el deseo y una lujuria pura, sin adulterar. ¡Dios Mío! Podría arder por el fuego candente de su mirada.

— No me pegues, por favor — le susurro suplicante.

Frunce el ceño y abre mucho los ojos. Parpadea un par de veces.

— No quiero que me azotes, aquí no, ahora no. Por favor, no lo hagas.

Lo dejo boquiabierto y agarro valor estirando mi mano

Tímidamente acaricio su mejilla siguiendo el borde su barba hasta el mentón. Es una mezcla curiosa en su mirada suave. Cerrando despacio los ojos, apoyo su cara en la palma de mi mano, mientras admiro en silencio su respiración entrecortada. Levanto mi otra mano para acariciar su suave y liso cabello. "Me encanta tu cabello", expreso de forma suave casi inaudible. Suelta un leve gemido apenas audible, cuando abre sus ojos, me mira receloso, como si no entendiera lo que estoy haciendo, para luego acercarme de una forma más pegada a él, agarro con suavidad su cabello, acercando su boca a la mía y lo beso, introduciendo la lengua entre sus labios hasta entrar en su boca. Gruñe, y me abraza, me aprieta contra su cuerpo. Me hunde las manos en el pelo y me devuelve el beso, fuerte y posesivo. Su lengua y la mía se enredan, se consumen la una a la otra. Sabe de maravilla.

De pronto se aparta. Los dos respiramos con dificultad y nuestros jadeos se suman. Bajo las manos a sus brazos y él me mira furioso.

— ¿Qué me estás haciendo? — susurra confundido.

— Besarte.

— Me has dicho que no.

— ¿Qué? ¿No a qué?

— En el comedor, cuando has juntado las piernas.

Ah... así que es eso.

— Estábamos cenando con tus padres.

Lo miró fijamente, atónito.

— Nadie me ha dicho nunca que no. Y eso... me excita.

Me mira a los ojos con una pequeña mezcla de asombro y lujuria. Causándome una embriagadora sensación. Trago saliva instintivamente, baja su mano agarrándome fuertemente del trasero. Me atrae hacia el pegándome contra su erección.

¡Dios Mío!

— ¿Estás furioso y excitado porque te he dicho que no? — digo atónito.

— Estoy furioso porque no me habías contado lo de Milán. Estoy furioso porque saliste de copas con ese tipo que intentó seducirte cuando estabas borracho y te dejó con un completo desconocido cuando te pusiste enfermo. ¿Qué clase de amigo es ese? Y estoy furioso y excitado porque has juntado las piernas cuando he querido tocarte.

𝑭𝒊𝒇𝒕𝒚 𝑺𝒉𝒂𝒇𝒆𝒔 𝑶𝒇 ℱ𝑒𝓇𝓇𝒶𝓇𝓊.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora