La llama de la vela quema demasiado. Parpadea y me muevo con el aire abrasador, un aire que no alivia el calor. Las suaves alas de gasa se baten de un lado a otro en la oscuridad, rociando de escamas polvorientas el círculo de luz. Me esfuerzo por resistir, pero me atrae. Luego todo es muy luminoso y vuelo demasiado cerca del sol, deslumbrado por la luz, abrasándome y derritiéndome de calor, agotado de intentar mantenerme en el aire. Estoy ardiendo. El calor es asfixiante, sofocante.
Me despierto. Abro los ojos y me encuentro abrazado por Charles Leclerc. Me envuelve como el patriota victorioso lo hace en su bandera. Está profundamente dormido, con la cabeza en mi pecho, el brazo por encima de mí, estrechándome contra su cuerpo, con una pierna echada por encima de las mías. Me asfixia con el calor de su cuerpo, y me pesa. Me tomo un momento para digerir que aún está en mi cama y dormido como un tronco, y que ya hay luz fuera, luz de día. Ha pasado la noche entera conmigo.
Tengo el brazo derecho extendido, sin duda en busca de algún sitio fresco y, mientras proceso el hecho de que aún está conmigo, se me ocurre que puedo tocarlo. Está dormido. Tímidamente, levanto la mano y paseo las yemas de los dedos por su espalda. Oigo un gruñido gutural de angustia, y se revuelve. Me acaricia el pecho con la nariz e inspira hondo mientras se despierta. Sus ojos verdes, soñolientos y parpadeantes, se topan con los míos por debajo de su maraña de pelo alborotado.
— Buenos días — masculla, y frunce el ceño. — Dios, hasta mientras duermo me siento atraído por ti.
Se mueve despacio, despegando sus extremidades de mí mientras se orienta. Noto su erección contra mi cadera. Percibe mi cara de asombro y me dedica una sonrisa lenta y sensual.
— Mmm, esto promete, pero creo que deberíamos esperar al domingo.
Se inclina hacia delante y me acaricia la oreja con la nariz.
Me ruborizo, aunque ya estoy rojo como un tomate por su calor corporal y por sentir su pene.
— Estás ardiendo — susurro.
— Tú tampoco te quedas corto — me susurra él, y se aprieta contra mi cuerpo, sugerente.
Me sonrojo aún más. No me refería a eso. Se incorpora sobre un codo y me mira, divertido. Se inclina y, para mi sorpresa, me planta un suave beso en los labios.
— ¿Has dormido bien? — me pregunta.
Asiento con la cabeza, mirándolo, y me doy cuenta de que he dormido muy bien salvo por la última media hora, en la que tenía demasiado calor.
— Yo también. — Frunce el ceño. — Sí, muy bien. — Arquea la ceja, a la vez sorprendido y confuso. — ¿Qué hora es?
Miro el despertador.
— Son las siete y media.
— Las siete y media... ¡mierda! — Salta de la cama y se pone los vaqueros.
Ahora me toca a mí sonreír divertido mientras me incorporo. Charles Leclerc llega tarde y está nervioso. Esto es algo que no he visto antes. De pronto caigo en la cuenta de que el trasero ya no me duele.
— Eres muy mala influencia para mí. Tengo una reunión. Tengo que irme. Debo estar en Formigine a las ocho. ¿Te estás riendo de mí?
— Sí.
Sonríe.
— Llego tarde. Yo nunca llego tarde. También esto es una novedad, joven Sainz.
Se pone la americana, se agacha y me coge la cabeza con ambas manos
— El domingo — dice, y la palabra está llena de una promesa silenciosa.
Las entrañas se me expanden y luego se contraen de deliciosa expectación. La sensación es exquisita. Dios Mio, si mi cabeza pudiera estar a la altura de mi cuerpo. Se inclina y me da un beso rápido. Toma sus cosas de la mesita y los zapatos, que no se pone.
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𝑭𝒊𝒇𝒕𝒚 𝑺𝒉𝒂𝒇𝒆𝒔 𝑶𝒇 ℱ𝑒𝓇𝓇𝒶𝓇𝓊.
Science FictionCuando el estudiante de Literatura Carlos Sainz recibe el encargo de entrevistar al exitoso y joven empresario Charles Leclerc, queda impresionado al encontrarse ante un hombre atractivo, seductor y también muy intimidante. El inexperto e inocente C...