Capitulo 23

190 18 0
                                    

Miro nervioso por todo el bar, pero no lo veo.

— Carlos, ¿qué pasa? Parece que has visto un fantasma.

— Es Charles; está aquí.

— ¿Qué? ¿En serio?

Mira también por todo el bar. No le he hablado a mi padre de la tendencia al acoso de Charles. Lo veo. El corazón me da un brinco y empieza a agitarse violentamente en mi pecho cuando se acerca a nosotros. Ha venido... por mí. El dios que llevo dentro se levanta como una loca de su chaise longue. Charles se desliza entre la multitud; los halógenos empotrados reflejan en su pelo destellos de rubio. En sus luminosos ojos verdes veo brillar... ¿rabia? ¿Tensión? Aprieta la boca, la mandíbula tensa. Oh, mierda... no. Ahora mismo estoy tan furioso con él, y encima está aquí. ¿Cómo me voy a enfadar con él delante de mi padre?

Llega a nuestra mesa, mirándome con recelo. Viste, como de costumbre, camisa de lino blanco y vaqueros.

— Hola — chillo, incapaz de ocultar mi asombro por verlo aquí en carne y hueso.

— Hola — responde, e inclinándose me besa en la mejilla, pillándome por sorpresa.

— Charles, esta es mi padre, Binotto.

Mis arraigados modales toman el mando.

Se gira para saludar a mi padre.

— Encantado de conocerla, señor Steiner.

¿Cómo sabe el apellido de mi padre? Le dedica esa sonrisa de infarto, cosecha Charles Leclerc, destinado a la rendición total sin rehenes. Mi padre no tiene escapatoria. La mandíbula se le descuelga hasta la mesa. Por Dios, controla un poco, papá. Él acepta la mano que le tiende y se la estrecha. No le contesta. Vaya, lo de quedarse mudo de asombro es genético; no tenía ni idea.

— Charles — consigue decir por fin, sin aliento.

Él le dedica una sonrisa de complicidad, sus ojos verdes centelleantes. Los miro con el gesto fruncido.

— ¿Qué haces aquí?

La pregunta suena más frágil de lo que pretendía, y su sonrisa desaparece, y su expresión se vuelve cautelosa. Estoy emocionada de verlo, pero completamente descolocada, y la rabia por lo del señor Webber aún me hierve en las venas. No sé si quiero ponerme a gritarle o arrojarme a sus brazos (aunque no creo que le gustara ninguna de las dos opciones), y quiero saber cuánto tiempo lleva vigilándonos. Además, estoy algo nervioso por el e-mail que acabo de enviarle.

— He venido a verte, claro. — Me mira impasible. Huy, ¿qué estará pensando? — Me alojo en este hotel.

— ¿Te alojas aquí?

Sueno como un universitario de segundo año colocada de anfetas, demasiado estridente hasta para mis oídos.

— Bueno, ayer me dijiste que ojalá estuviera aquí. — Hace una pausa para evaluar mi reacción. — Nos proponemos complacer, joven Sainz — dice en voz baja sin rastro alguno de humor.

Mierda, ¿está furioso? ¿Será por los comentarios sobre el señor Webber? ¿O tal vez porque estoy a punto de tomarme el cuarto Cosmo? Mi padre nos mira nerviosa.

— ¿Por qué no te tomas una copa con nosotras, Charles?

Le hace una seña al camarero, que se planta a nuestro lado en un nanosegundo.

— Tomaré un gin— tonic — dice Charles. — Hendricks si tienen, o Bombay Sapphire. Pepino con el Hendricks, lima con el Bombay.

Madre mía... Solo Charles podría pedir una copa como si fuera un plato elaborado.

𝑭𝒊𝒇𝒕𝒚 𝑺𝒉𝒂𝒇𝒆𝒔 𝑶𝒇 ℱ𝑒𝓇𝓇𝒶𝓇𝓊.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora